Vamos ahora a por una breve anotación a modo de orientaciones sobre las guías éticas que nos ayudarán a implantar adecuadamente los procedimientos y las técnicas que expondremos la semana que viene. Todo será, si Dios quiere, de cara a solucionar de una vez por todas nuestras variadas crisis consecuencia de la crisis única del coronavirus. Siempre en la esperanza de no volver a recaer, como suele ocurrirle al ser humano.
Como se está demostrando ahora de manera bien patente, debemos perfeccionar desde ya aquellos instrumentos y procedimientos que fallan en nuestro rudimentario e impotente estado del bienestar, y no esperar que en un futuro alguien, un salvador, lo lleve a cabo. Eso es lo primero. Todos y cada uno de nosotros debemos implicarnos, con nuestra propia actitud, pero también con nuestra labor diaria. Ciertos de que de la mano de Dios llegaremos a sembrar el Reino de Cristo en la Tierra, para una buena cosecha.
No es por capricho de nadie. Como nos asegura Jesucristo, “Dios lo puede todo” (Mc 10,27). Y es todopoderoso no porque sí, sino precisamente porque es el Ser omnisciente, el único Ser que es. “Yo soy el que soy”, dice Dios a Moisés (Ex 3,14), apelativo que repite 43 veces en la Biblia y de donde deriva el llamado Santo Nombre “Yavé”. Así que Él es el que nos ha creado, eso es, sacado de la nada. Y con ello, es Él quien posee en su mano el poder de dar o quitar, meter y sacar: “Él tiene el bieldo en la mano”, nos avisa san Juan Bautista en el bautismo de Jesús (Mt 3,12). Y, como consecuencia, cuando sea el momento, “aventará su parva” (Mt 3,12) en ese sistema de sistemas que es nuestro universo de universos que llamamos Creación.
Recalquemos que si nos ha sacado de la nada es que no había nada. Al decir “nada” es ya algo que concebimos como algo, lo cual es una contradictio in terminis, contradicción en los términos. Nuestro lenguaje y nuestra mente son limitados, pero así nos entendemos los presuntuosos humanos. Porque nuestro intelecto no llega a concebir el ser nada, la nada. Pero “nada” es “nada”.
Dios está fuera del espacio, fuera del tiempo. Más aún, Él lo es todo. “En Él vivimos, nos movemos y existimos”, anuncia san Pablo en su discurso a los griegos del Areópago (Hch 17,28). Por eso, ciertamente, nuestras palabras de engreídos humanos se quedan cortas para describir tanto la nada como el todo. Y ahora nuestro amigo coronavirus nos lo pasa y restrega por la cara a los habitantes del planeta Tierra, para que aprendamos, y no recaer en la era post-covid-19.
Llegados al punto tan doloroso (pero también amoroso) de sentir y palpar la necesidad que tenemos de recurrir a Dios (segundo punto a tener en cuenta), ¿hacia dónde mirar? Ya hace más de un siglo que disponemos de unas indicaciones bien claras y concisas en los últimos Papas, que nos marcarán nuestro tercer paso hacia la solución.
Entre esas voces proféticas cabe destacar las críticas a los entornos humanos actuales en que vivimos y que nos vienen marcados ya muy concretizados por los sistemas económicos en cuestión. Pero son unas críticas expuestas por unos Papas, siempre desde la ética, que es lo que estoy procurando hacer también con mi exposición. En particular, observamos en sus aportaciones un gran respeto por procurar no entrar en el campo de gestión de las organizaciones sociales, culturales y políticas pertinentes, tratando de dar la libertad e independencia subsidiarias necesarias a las organizaciones que por justicia deben responsabilizarse.
Indicamos como la más actual de esas críticas la del Papa Francisco, que ha sido repetidamente explícito en sus escritos, entrevistas e intervenciones públicas y privadas. Previamente, se habían ya manifestado en la misma línea Benedicto XVI y san Juan Pablo II, y mucho antes Pío XI con la Encíclica Quadragessimo Anno y otras treinta encíclicas que reflejaban la crisis que durante su pontificado enfrentó; y ya antes, hasta León XIII, en 1891, con la encíclica Rerum Novarum; y mucho más allá Pío IX con Qui pluribus (1846).
Todos ellos profetizaron que nuestra economía es excluyente y poco solidaria. Ya vemos que está todo dicho desde hace más de un siglo, y sigue siendo válido. De modo que, si no queremos que la crisis sea peor, más amplia y más larga, deberemos dejar de ir a tientas y hacerles caso y articular los instrumentos adecuados para paliarlo, partiendo de procedimientos éticos y con poderes ejercidos éticamente.
Pero, antes de llevar a cabo nuevos procedimientos con nuevos instrumentos, debemos determinar qué actitudes elegir que no nos aboquen al más de lo mismo. Por tanto, como hemos visto, debemos ir siempre enfocados hacia donde está el meollo ético, que es lo que he intentado clarificar hoy, y que marcará nuestro caminar hacia la solución.
En efecto (y ya llegamos al cuarto punto de nuestra síntesis de hoy), debemos ir todos juntos, conscientes de que si no cambiamos nosotros no cambiará nada, haciendo Iglesia y haciendo hermandad fraterna con toda la Humanidad, no solo con solidaridad humana sino de la mano de la caridad cristiana. Ciertamente, estos días nuestros contemporáneos piden y esperan más de nosotros. Más testimonio. Más amor. En el amor está la identidad del cristiano, como sentencia y establece Jesucristo (Cfr. Jn 13,34-35), “porque Dios es Amor” (1 Jn 4,8), como destaca y repite san Juan en su primera Carta e insiste san Pablo en diversos lugares (1 Cor 13,1-13; Rm 13,8-14; Ga 6,1-10; 1 Ts 4,9-12…), y alguna vez san Pedro y Santiago.
Eso es lo que he intentado en cuanto llevo expuesto hasta aquí. Dadas y aclaradas ya esas pistas, la exposición quedará clausurada la semana que viene con los procedimientos y las técnicas. Luego, tenemos libertad para elegir hacia dónde que remos ir, con nuestra colaboración libre y personal, para implantar el Reino de Cristo en la Tierra. Para que no quede en palabras.
Ya hace más de un siglo que disponemos de unas indicaciones bien claras y concisas en los últimos Papas, que nos marcarán nuestro tercer paso hacia la solución. Share on X