Para Willy Toledo y otros más la protección jurídica de los sentimientos religiosos no puede tener cabida en un Estado de derecho. ¿Esto es así, realmente? ¿la libertad de expresión carece de límites?
La respuesta es obvia. Claro que tiene límites. La libertad de expresión es un derecho fundamental que protege un bien, pero puede entrar en colisión con otros bienes también valiosos. Uno es obvio: la seguridad nacional. No se puede expresar todo lo que se sabe si se pone en riesgo la seguridad de un país. En Estados Unidos, paraíso de la libertad de expresión, no son pocos los que han ido a la cárcel por este motivo.
El que sea un derecho fundamental no significa que sea un derecho absoluto. No se trata de la visión romana de la propiedad, del uso y abuso, sino que su práctica se relaciona con la responsabilidad de quien lo aplica. Se practica un abuso del derecho cuando se actúa de tal modo que su ejercicio resulta contrario a la buena fe, la moral, las buenas costumbres o los fines sociales y económicos del Derecho. Palabras y símbolos pueden atentar contra la integridad y al honor del otro, incitación al odio, a la violencia, calumnias o injurias, es decir, agraviar deliberadamente
No deja de ser una paradoja que cuando, no ya los límites, sino la censura pura y dura a la libertad de expresión está más generalizada, aduciendo a razones surgidas del feminismo y del reconocimiento de las personas LGBTI+, se niegue por parte de algunos este mismo reconocimiento a la conciencia religiosa, y se defienda la libertad de agraviarla, de injuriarla, en este caso por la naturaleza de los agravios vertidos.
Toledo sufre una confusión grave y políticamente peligrosa. Confunde sus fobias personales con derechos fundamentales. Un Estado de derecho se caracteriza precisamente por proteger y velar por el respeto a la conciencia del otro, no por promover el rencor de unos contra la forma de pensar de otros.
La protección a ser ofendido, también en el aspecto religioso, no entraña ninguna dimensión religiosa del Estado, sino la protección de los sentimientos de una parte de los ciudadanos, que Willy Toledo quiere desproteger para agraviar. Es una triste forma de participar en la sociedad aquella que tiene el insulto como proclama de la libertad de expresión.
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estos casos, la única manera de resolverse, es aplicando la ley contra la ofensa a la dignidad de las personas, de la misma manera que a un niño agresivo, mal educado y consentido, se le castiga(ba). Lamentablemente no se aplica porque se ha perdido el sentido de la dignidad de la persona, tanto de la que agravia como de la agraviada.
Me gustaría ejercitar mi sacrosanta libertad de expresión pugilística en el rostro y partes (in)nobles de Willy Toledo.