En la agitación implacable de la vida actual, nos encontramos arrastrados por un torbellino de velocidad y urgencia que amenaza con destruir los pilares mismos de nuestra existencia: la paternidad, la maternidad, la familia, el noviazgo y el matrimonio. Este embate voraz no solo socava nuestra capacidad de vivir profundamente con quienes amamos, sino que también erosiona nuestra esencia misma como seres humanos.
Estamos enfrentándonos a una encrucijada crítica, pues este vértigo despiadado de la vida está socavando nuestra capacidad de abrazar plenamente nuestros roles y relaciones más sagradas.
Existe algo de transformador y subversivo en oponerse a vivir siendo arrastrados por el océano.
La denuncia de la viñeta «El tsunami que no permite saborear y dar el sitio justo a cada momento y de ese modo poder vivir con conciencia cada instante» resuena con una urgencia palpable, recordándonos que el tiempo no es simplemente un recurso para ser explotado, sino un navío para ser navegado con sabiduría y discernimiento. Para un alma todo el océano que nos envuelve influye.
El océano que nos envuelve
En nuestra búsqueda frenética de logros y eficiencia, corremos el riesgo de perder de vista lo que verdaderamente importa: el tiempo que dedicamos a nutrir nuestras relaciones, a criar a nuestros hijos con amor y responsabilidad, y a profundizar nuestra conexión con lo divino. Nos vemos atrapados en una vorágine donde la calidad de nuestras interacciones se sacrifica en el altar de la rapidez y la superficialidad.
es fundamental resistir la tentación de sucumbir al frenesí de la velocidad por la velocidad
Es cierto que el entorno que nos rodea ejerce una influencia poderosa sobre nosotros, moldeando nuestras percepciones y prioridades de manera sutil pero profunda. Pero no es el momento de victimar a la vida moderna y dejarse arrastrar por la ola, va en nuestra contra. En esta era de inmediatez y gratificación instantánea, es fundamental resistir la tentación de sucumbir al frenesí de la velocidad por la velocidad y sacar a relucir, en su lugar, la capacidad de saborear cada momento, de encontrar belleza en lo simple y cotidiano y de nutrir nuestras relaciones con cuidado y devoción. De no ser así lo tenemos crudo pues estamos perdiendo nuestra vida por el camino.
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a si mismo?
La admiración de lo simple se convierte así en un acto de resistencia, casi antisistema, contra la tiranía de lo efímero e insustancial. Al refinar nuestras acciones cotidianas y encontrar gozo en las pequeñas cosas, recuperamos un sentido de propósito y significado que trasciende la prisa y la urgencia de la vida moderna. Aunque nos toque vivirlo, ya todo es diferente, pues se nos introduce el cambio vital que supone vivir esta realidad frenética, no arrastrados sino surfeando dignamente la ola.
nuestra verdadera salvación reside en el día a día, en nuestra capacidad de amar y sacrificarse por el bien de los demás
En última instancia, la salvación no reside en la acumulación de check list o logros mundanos, sino en vivir el tiempo a la luz de la fe y cultivar las buenas virtudes como la escucha, la gratuidad y el servicio. En un mundo obsesionado con el éxito, la falsa libertad y el prestigio, es vital recordar que nuestra verdadera salvación reside en el día a día, en nuestra capacidad de amar y sacrificarse por el bien de los demás. Nos jugamos la felicidad en cada instante.
Puede parecer casi insultante, pero estamos llamados a resistir la tentación de sucumbir a la modernez de la falta de tiempo y, en su lugar, a abrazar la plenitud de cada momento. Siempre buscando la voluntad de Dios en nuestras acciones. Solo entonces, podremos encontrar la verdadera paz y realización, surfeando el tsunami de un mundo rabión, sin rumbo y excesivamente apresurado.
El tiempo no es simplemente un recurso para ser explotado, sino un navío para ser navegado con sabiduría y discernimiento Share on X