Por fin, a mis 67 años, he podido ir a Tierra Santa en una peregrinación: siete días para ver Nazaret, el lago de Tiberíades, Cafarnaúm, Caná de Galilea, Cesárea marítima, Jerusalén, Belén, Jericó, el Mar Muerto, Qumrán,…
Muchas piedras, muchos lugares, muchas iglesias construidas, destruidas y reconstruidas tantas veces: ha sido la fe de la gente lo que ha permitido identificar los lugares de los acontecimientos, con los primeros lugares de culto y las primitivas inscripciones. Incluso de algún lugar se tiene certeza histórica porque el poder romano – para borrar el hebraísmo y el cristianismo (que no distinguían) – construyó encima templos a Júpiter o a Venus para hacer perder la memoria de los lugares. Así paradójicamente preservaron tanto los lugares como la memoria, como ocurre con la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén y con la Iglesia de la Natividad en Belén: misterios de la historia. El padre franciscano que nos guiaba pertenecía a la Custodia franciscana, que lleva allí casi 7 siglos cuidándose de preservar los lugares y las comunidades cristianas: nos decía que en el fondo no había tanta diferencia entre proteger las piedras muertas y las piedras vivas, las comunidades cristianas y lo que queda de ellas. Labor encomiable que a lo largo de los siglos les ha costado unos 2.000 mártires, más muchas humillaciones y una paciente labor de servicio casi siempre escondido. Han ayudado incluso a recuperar algunos lugares desde el punto de vista arqueológico, como en la casa de Pedro en Cafarnaúm, el primer lugar que visitamos, lugar de culto desde los primeros siglos, donde presumiblemente Jesús estableció su ‘cuartel general’, a dos pasos de la antigua sinagoga (las piedras oscuras de la del siglo I son a base de la nueva del siglo IV hecha con piedras blancas, que no existían en la zona). Una habitación revocada (un lujo entonces, que se podían permitir pocos) identifica la que se puede suponer que fuera la habitación del invitado de honor: aquí entonces durmió Jesús, aquí realizó algunos de sus milagros… Me pregunto: Jesús ¿tenía un proyecto preparado para su obra de salvación, un esquema a aplicar para la redención? Creo que no. ¿Cuándo tomó conciencia como hombre de su ser Dios? De niño me parece imposible… Habrá sido quizás poco a poco, en la oración cada vez más profunda, que ha percibido su total dependencia del Padre, su identidad con Él. Y si hubiese sido de improviso… ¡qué golpe! No puedo menos de ensimismarme en lo que podía sentir y pensar Jesús, cuando tenía que empezar, tenía que hacer TODO partiendo de la nada en un rincón del mundo… ¡qué vértigo!
Y ¿cuándo empezó? Sabía de su misión, era consciente, se preparaba (las tentaciones en el desierto). Pero quizás la señal para empezar se la dio Dios mismo, con el Bautismo (“He aquí a mi hijo predilecto, ¡Escuchadle!”), y entonces alguien empieza a seguirle (“Maestro, ¿dónde vives?”). “3 días después” dice el Evangelio que hizo su primer milagro, ya “con sus discípulos”. Se lo pidió María, atenta a las necesidades de los novios. Casi se lo impuso (“Haced todo lo que Él os dirá”). Esto también, un signo. Corredentora. Va a Cafarnaúm con él. Luego a lo mejor vuelva a casa, ¿o no?
Un acontecimiento: algo que sucede. Pertenezco a un movimiento que pone este hecho como base de su razón de ser, de su forma de ser iglesia. Y, fíjate, aún no lo he entendido… Seguimos pretendiendo enjaular a Dios en nuestros esquemas, en nuestras reglas (luego decimos que son sus reglas), en nuestra medida. Para mí ahora, como para Él entonces, era lo que acontecía lo que le marcaba el camino, le sugería cómo seguir, con toda la atención de su corazón y de su inteligencia totalmente volcados en la voluntad del Padre, abrazando la humanidad de las personas que encontraba.
¿Hablaban, Jesús y María, de su misión? Quizás no, por lo menos no explícitamente. Y Él, como Giussani intuye con gran inteligencia espiritual, iba haciendo las cosas, atento a los signos, a la realidad, creativo en todo, atento a la voz del Padre. ”Tú eres Pedro”. Se “inventa” la Eucaristía, para dar de comer a todos, para darse a sí mismo ‘per secula seculorum’, siempre respetuoso de la libertad del hombre y sin descorazonarse por la necedad y la mezquindad de sus apóstoles y discípulos.
Y ¿por qué aceptó morir ENTONCES? Podría haber pensado que aún tenía muchas cosas que enseñarnos, que había tiempo… Pero Él tenía prisa, prisa de salvar al mundo y el hombre y a mí y a todos los hombres. “Lo que tengas que hacer, hazlo pronto” dice a Judas.
La encarnación es una cosa inconcebible… Nosotros no llegamos ni siquiera remotamente a “imaginar” a Dios, menos aún un Dios que se hace compañero de camino, se hace carne. Nadie podía preverla. El eterno y lo temporal; el infinito y lo finito; la omnipotencia y el límite. Es el ‘genio’ del cristianismo dice Péguy, el mecanismo secreto, el alma. Y el lugar del encuentro es el corazón de una muchacha que Él ha querido crear perfecta, sin mancha. Nos supera, casi ni tiene sentido meditarlo (aunque esté sentado aquí delante de donde ocurrió), que aquí hace 2025 años (2018 más 6 más 9 meses) el aire ha vibrado por las palabras de respuesta de María, quizás también por las del ángel. La nueva Creación empezaba, más increíble y maravillosa de la primera. Me separa de ellos una distancia mucho mayor, casi infinita. Dios, ten piedad de mi distracción, de mi superficialidad, de mi orgullo, de todos mis pecados, de mirarme tanto a mí mismo. Y vence, también para mí, esta distancia infinita.