En unos años, será excepcional y original dar con alguien muy humano. Ahí, donde siempre han debido de hacerlo, se reconocerán como exóticas las verdaderas competencias humanas. El batacazo llegará y mientras tanto, asusta la carga de irrealidad del mundo que falsamente estamos creando.
La adicción a las pantallas ha desatado de forma alarmante la incurrencia, desde muy temprana edad, en el mundo digital y en un mundo totalmente irreal. Tal es así, que el neurocientífico Michel Desmurget afirma “hoy, un joven de 18 años se ha tirado delante de las pantallas el equivalente a 30 cursos escolares”.
Deseo de irrealidad
Lo veíamos como algo lejano, pero ya ha llegado, y con fuerza, el impacto negativo del fenómeno tecnológico. Muchas son sus consecuencias en niños y adultos, la adicción, mala calidad del sueño, problemas neurológicos y visuales, problemas cognitivos, pérdida de tiempo… Pero una sola es la fundamental, la que destruye propiamente al ser humano: “deseo de irrealidad”. Detrás de cada clic y pantalla, se esconde una capa de irrealidad que distorsiona nuestra percepción del mundo
Las pantallas en edades tempranas tienen un efecto aniquilador, pues interfieren en todo lo que nos hace humanos: la capacidad de razonamiento crítico, el lenguaje, la competencia de memorizar, la empatía, el autocontrol… En definitiva, las pantallas moldean a individuos menos libres, menos humanos, más vulnerables y manejables.
Que nadie se sorprenda, si en unos años, el móvil le advierte, cual cajetilla de tabaco, «su uso perjudica seriamente tu humanidad».
La línea que separa lo real de lo irreal
En la era digital, hemos permitido e incluso inicialmente celebrado, el excesivo uso de pantallas. La inmersión constante en dispositivos electrónicos nos ha llevado a un mundo donde la línea que separa lo real de lo irreal se vuelve borrosa, y los peligros asociados a esta desconexión son cada vez más evidentes. La era digital nos ha intentado borrar la certeza de que la existencia no se dispone, sino que se recibe. Este tiempo desafiante puede ser una oportunidad para despertar de lo socialmente impuesto, de la monotonía y dejar de ser simples consumidores de lo cotidiano.
Es fácil caer en la trampa de un mundo irreal, donde las interacciones cara a cara se ven reemplazadas por avatares y emojis, que no nos dan ninguna guerra. Pero no debemos de olvidar que la desconexión de la realidad tangible puede tener consecuencias significativas en nuestras relaciones, en la forma en que percibimos el mundo que nos rodea, en nuestra propia identidad y en nuestra felicidad. La falta de conexión con la realidad puede llevarnos a aceptar como buenas conductas reduccionistas y autoritarias sin cuestionar sus secuelas.
Más allá de lo superficial
El futuro dependerá de aquellos que resisten a la influencia de lo irreal en un mundo inundado de tecnología, carente de humanidad y aun así busquen con esmero el mundo real. La realidad constantemente nos provoca, impulsándonos a buscar un significado más profundo en nuestras vidas. El futuro será prometedor para los que den la batalla cultural en el aquí y ahora, reconociendo la presencia Divina en la materialidad y fatiga de la vida cotidiana.
Como en más de una ocasión ha dicho Marian Rojas Estapé “cada vez conectamos mejor con una pantalla que con un ser humano, y eso me preocupa. Porque las cosas verdaderamente buenas pasan en la vida real, no en la virtual”.
Busca algo más allá de lo superficial y muévete hacia una comprensión más profunda. La realidad es un regalo, y en cada momento, el Señor es nuestro compañero de viaje. Bienvenido a lo real, donde se encuentra lo auténtico y humano.