La Ilustración de corte francés, la europea sobre todo, incorporó en su repertorio de grandes errores, que todavía pagamos, la idea de que la religión, especialmente la católica, era algo malo, negativo, contrario al progreso, a la patria, y que bastaba liberarse de ella para que todo fuera bien. Marx y especialmente Engels, propagaron una idea complementaria presentándola como un factor de alienación de los oprimidos. La progresía actual, la gran alianza hegemónica del liberalismo cosmopolita y la izquierda gender, asumen ambas visiones críticas, hasta el extremo -lo contábamos aquí– de negar la realidad de las raíces, los fundamentos cristianos de Europa. Es la “Gran Apostasía” de nuestro tiempo, y el resultado es un desastre que va a más: la policrisis.
Innumerables estudios destacan los efectos beneficiosos de la religión para la persona y la sociedad desde muchos puntos de vista. Funcionamiento de la familia, logro de la felicidad, esperanza de vida, salud… la lista es larga. Se trata de beneficios, considerados desde el punto de vista secular; lo que mediríamos al evaluar cualquier política pública. Un diagnóstico que además revela que el “sin religión” es también una fuente de daños individuales y colectivos.
Un reciente estudio del acreditado Pew Research Center nos lo reitera en una dimensión concreta, una más:
Se trata de una encuesta del Pew Research Center de 2023 realizada en 24 países indagando la dimensión de la población que se siente cercana a sus compatriotas, lo que constituiría una componente necesaria de su capital social.
El resultado señala, para el conjunto de países, una mediana del 83% que se sienten muy o algo cercanos a otras personas en su país. En el caso de los Estados Unidos la proporción es menor, el 66%.
La misma cuestión aplicada al ámbito local aporta una proporción mayoritaria, pero más baja. El 78% de los adultos en los 24 países, por el 54% de Estados Unidos siente una conexión con otras personas cercanas.
Los microdatos señalan que los más jóvenes, los adultos menores de 30 años, son menos propensos que otros a sentir una conexión con las personas de su país: solo el 46% en comparación con el 83% de los mayores de 65 años.
Estos mismos valores sensiblemente inferiores a la media se repiten al considerar distintas clasificaciones: los demócratas e independientes de tendencia demócrata, y dentro de ellos todavía menos los demócratas liberales, el equivalente a los progresistas en Europa. En el otro extremo, los que más se sienten cercanos a sus compatriotas son los republicanos conservadores.
En todo esto, la variable básica es la religión. Los estadounidenses sin afiliación religiosa son mucho menos propensos que sus contrapartes afiliadas a sentirse cerca de otros en los EEUU. El 51% frente a 73%. Este patrón se refleja en otras cuestiones. Por ejemplo, los estadounidenses que dicen que la religión no es demasiado importante o nada importante para ellos, o que nunca asisten a servicios religiosos, tienen menos probabilidades de sentirse cerca de otros estadounidenses.
A su vez los más jóvenes, los demócratas y los liberales demócratas son menos o mucho menos religiosos que los republicanos y los conservadores.
Estas diferencias no son exclusivas de Estados Unidos porque se reproducen según la encuesta en otros países, ya que las personas de la izquierda política son menos propensas que las de la derecha a sentirse cercanas a las personas de su país.
Esta misma pauta, si bien con otras cifras, se reproduce en la comunidad local. Solo el 42% de los adultos estadounidenses menores de 30 años se sienten cercanos a las personas de su comunidad, en comparación con una mayor proporción de estadounidenses mayores.
El 51% de los estadounidenses sin un título universitario se sienten cercanos a otras personas en su comunidad local, en comparación con el 61% de los que tienen un título universitario. Una brecha educativa similar es evidente en varios otros países.
Los estadounidenses de bajos ingresos son menos propensos que los de mayores ingresos a sentir esta conexión (50% frente a 63%).
Si bien los residentes urbanos pueden vivir físicamente más cerca de los demás, es menos probable que digan que se sienten conectados con las personas de su comunidad que los residentes suburbanos o rurales.
Pero, la gran diferencia, la mayor de todas, hasta 17 puntos porcentuales de distancia, 43% frente a 60%, y que recorre transversalmente todas las categorías es la religión: los estadounidenses sin afiliación religiosa son mucho menos propensos que los que están afiliados a una religión a sentirse conectados con otros en su comunidad local
A su vez, este patrón se alinea con investigaciones previas sobre la conexión interpersonal y la filantropía entre las personas religiosas. Las personas religiosas tienden a ser más propensas que las personas no religiosas a ofrecerse como voluntarias y donar a organizaciones benéficas, aunque prefieren que estas actividades beneficien a otros dentro de sus propios grupos religiosos.
Hace casi 30 años, el después famoso sociólogo de la Universidad de Harvard Robert Putnam analizó la pérdida de capital social en los Estados Unidos en un famoso artículo Bowling alone: disminuía el número de personas afiliadas a los clubs, a las asociaciones cívicas y religiosas, la participación política se reducía, los vínculos comunitarios eran cada vez más frágiles y las sociedades más individualistas y fragmentadas. Eran los efectos de la cultura de la desvinculación.
Sus consecuencias han sido cada vez más desastrosas, porque sabemos desde Tocqueville y su La democracia en América, que la fuerza base de aquel país radicaba en la capacidad de sus ciudadanos en cooperar benéficamente, en bien de la comunidad. Era lo que después hemos llamado capital social, que expresa la capacidad de colaborar de los miembros de una comunidad en beneficio del conjunto, se genera primariamente en la familia y desarrollan, mejor o peor, el resto de las instituciones sociales. El capital social es así mismo clave en la formación del capital humano, algo que sabemos en gran medida por los estudios de James Coleman desde los años noventa del siglo pasado.
Aquí tres artículos sobre el capital social, el capital humano y el capital moral aquí, aquí y aquí.
La religión es una componente clave en la formación del capital social y en buena medida del capital humano, y la apostasía que vive Occidente tiene en esta constatación una de las claves de su policrisis, y en el caso de Europa, de su declive. Esto desde un punto de vista empírico. Desde la perspectiva de la fe no debería extrañar a nadie. Si somos a imagen y semblanza de Dios, la ruptura radical con Él ha de ser desastrosa para el ser humano.
La religión es una componente clave en la formación del capital social y en buena medida del capital humano, y la apostasía que vive Occidente tiene en esta constatación una de las claves de su policrisis Share on X