El problema de las víctimas de trata, de prostitución forzosa y de violencia, es un problema global que afecta a todas las sociedades y que en buena parte de los casos no solo es ignorado y silenciado por ignorancia, sino porque los consumidores de servicios que implican a sus víctimas no están dispuestos a asumir su responsabilidad.
La Santa Sede y las Iglesias locales trabajan con determinación en la lucha contra la trata. El Grupo de Santa Marta, creado por el Papa Francisco, o la Red eclesial contra la Trata, son dos magníficas plataformas desde las que denunciar y trabajar contra esta lacra mundial que explota y mercantiliza a millones de seres humanos.
Me ha sorprendido que en ninguno de los múltiples actos y manifestaciones llevadas a cabo con motivo del Día Internacional de la Mujer y en las múltiples críticas a la Iglesia con relación a los abusos sexuales, se haya producido ni siquiera un pequeño comentario sobre el grave problema de la trata ni el de la prostitución forzosa.