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Por una ética de la virtud: Un enfoque desde MacIntyre frente al derrumbe moral

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La situación moral en la que vive nuestra sociedad es la madre de todos los problemas. Por consiguiente, no encontraremos una buena salida a los mismos si no somos capaces de rehacer nuestra moralidad colectiva.

La causa principal de esta debilidad responde a la deficiente manera como se ha impartido en Occidente la enseñanza de la ética, con poca incidencia en la vida práctica de las personas; y también, por la concepción reduccionista de la condición humana que un cierto tipo de filosofía ha expandido (desde Hume, Kant y Nietzsche). Pero todo ello no hubiera bastado sin el apabullante papel de la comunicación y el entretenimiento de masas, cine, televisión, y de manera más reciente, Internet. Basta constatar una evidencia de todo esto, observando que sistemáticamente la mayoría de los programas de televisión de mayor audiencia son precisamente aquellos que aportan una visión más desastrosa y unidimensional de la condición humana.

El resultado es que la conciencia moral está deteriorada, es menor de edad, y su desequilibrio con el poder científico y económico presenta todos los peligros posibles. Es un tiempo pos virtuoso.

La cuestión es cómo reconstruir la moralidad en las circunstancias actuales. Ello solo es posible recuperando el sentido de unidad narrativa del ser humano. Cada cual es una historia que uno construye con sus actos y en relación a la comunidad a la que pertenece. Esto por un parte. Sin conciencia humana de este hecho, es decir, de la relación entre autonomía personal, responsabilidad y necesidad de los demás y, por tanto, de sentido de pertenencia que limita necesariamente nuestras vidas para que puedan realizarse en el bien, superar la crisis moral deviene imposible.   La vida como narración implica buscar en qué consiste la vida buena y los medios para alcanzarla. La unidad narrativa exige una noción unitaria. Para ello, es necesario recuperar el conocimiento, formación y práctica en la virtud.

La idea de virtud, siguiendo a MacIntyre, puede responder a conceptos diferentes, aunque no antagonistas: Uno es el de la virtud como cualidad que permite desempeñar un papel social, que sería propio de lo que nos trasmite la tradición homérica. En este caso, la virtud está en función de dicho rol social. Otra es la que deviene de Aristóteles, el Nuevo Testamento y Tomás de Aquino, en la que la virtud es una cualidad que permite a un individuo progresar hacia el logro del fin humano, natural o sobrenatural, el telos, donde la virtud es secundaria respecto a la vida buena del hombre, concebida como fin de la acción humana. Finalmente, y mucho más reciente, es la idea de virtud como cualidad útil para conseguir el éxito terrenal y celestial Franklin, en la que es secundaria respecto a la utilidad que reporta. Son distintas, ciertamente, y es evidente cual de ellas responde a la visión MacIntyriana.

Bajo su predominio es posible forjar un único concepto: La cualidad adquirida que permite lograr el fin humano, su florecimiento entendido como la realización de la vida buena, consistente en la vida eterna, que procura un servicio a la comunidad y facilita el éxito en nuestros propósitos.

Las virtudes constituyen aquellas actitudes que mantienen las prácticas y nos permiten alcanzar los bienes internos a las mismas, y la búsqueda de lo bueno, ayudándonos a vencer los peligros, tentaciones y distracciones a los que continuamente tenemos que enfrentamos, capacitándonos para un acontecimiento cada vez más verdadero y proporcionándonos un continuo y creciente conocimiento del bien. La deliberación moral que entraña todo esto no consiste tanto en el ejercicio de mi voluntad como lo concibe el mundo liberal, sino como la interpretación de la historia de mi vida, que supone reflexionar dentro de esas historias más vastas de las que mi vida forma parte. Historias que a la vez son objeto de esa misma reflexión, puesto que, como afirma MacIntyre, nunca se podrá buscar el bien o ejercer las virtudes solamente a nivel individual. La reflexión moral está siempre ligada a la adscripción y, al ser parte de algo, nos acercamos a nuestras propias circunstancias siendo portadores de una identidad social o particular. Lo bueno para mí tendrá que serlo asimismo para mis roles y sus bienes específicos, los que deben lograrse con su desempeño, padre, trabajador, creyente, ciudadano, y cumplir con el legado de mi familia, de mi comunidad, en una variedad de deudas, herencias, expectativas justificadas y obligaciones. Constituyen lo que le ha sido dado a mi vida, constituye mi punto de partida moral. Esto es lo que, en parte, le da a mi propia vida su particularidad moral. Es evidente la diferencia radical con la concepción liberal basada en un individuo desligado de toda “atadura” que no sea su voluntad, que  hoy, en tiempos postmodernos ha quedado reducida a simple expresión de su deseo.

Mi vida moral es una historia que forma parte de una historia y de un comunidad humana más grande y es en esta relación que encuentro mi sentido moral.

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