Cómo si los dioses de la desgracia se hubieran confabulado contra la alcaldesa de Barcelona, le estallan todas las minas al mismo tiempo. Este resultado no es tanto fruto de la desdicha, como de una gestión y visión política entre la ineficiencia y el doctrinarismo. Tiene pocos meses para reaccionar antes de las próximas elecciones municipales, en las que pueda sacar ventaja de un consejo municipal muy fragmentado y enfrentado entre si, que hace posible que con sólo 11 regidores sobre 41 gobierne en solitario.
Y en esta ventaja táctica, trae también el gran error de perspectiva de Colau: la de creerse que realmente había ganado las elecciones, cuando los resultados decían que sólo una minoría de electores lo habían recalzado con su voto, y todos estos años de gobierno no parece que hayan servido para atraer un nuevo contingente de seguidores. Y cuando esto pasa en un ayuntamiento en el primer mandato de un alcalde, significa que algo grave no funciona en el gobierno municipal.
Cuando no funciona se hace evidente en la acumulación de problemas, empezando en los insólitos recortes que por una pésima gestión tiene que introducir poco menos que un año antes de las elecciones en un Ayuntamiento que disponía de unos sólidos resultados económicos, es un hecho insólito. ¿Cómo es posible? Se necesita una economía muy mal gestionada en los ingresos y en el gasto para lograrlo. Sólo esto ya aleja al elector que constata que realmente es cierto el que otros hechos evidenciaban: que Colau y su equipo no están a la altura de la máquina que gobiernan.
La huelga del taxi, que tiene razones sobradas para hacerla pero ciertamente de otro modo que no bloquear la ciudad ha contado con la protección cómplice de la alcaldesa, sin su beneplácito la ocupación de la Gran Vía y Paseo de Gràcia no hubiera sido posible. Y es que ella, en su ideología, no sabe diferenciar entre simpatías y responsabilidad de gobernar. Un gran problema, porque es fuente de arbitrariedad y desorden, que deja al ciudadano indefenso. No es suficiente con sentir simpatía por una reivindicación, hace falta además hacer cumplir la ley.
Esta es la misma causa que ha transformado a los manteros en un grupo de presión, que ya ha pasado al estadio de utilizar la fuerza para mantener su usufructo de la plusvalía publica de la calle. Pero es que además para que el fenómeno exista hace falta que detrás haya una trama delictiva organizada que los provee de los productos por la venta. La impotencia del gobierno municipal, una más, para dar una respuesta social al problema no legitima el abuso sobre la ley, los comerciantes, y las molestias, y ahora ya agresiones a los ciudadanos. Sensibilidad social sí, desorden y agresión de ninguna forma. Y es que esta sensación de desorden es tan grande que obliga a asociaciones de comerciantes a poner en marcha «policías privados» para actuar en la calle, como han hecho catorce bares del Born contratando a vigilantes privados para expulsar a manteros y carteristas.
Si este es el juego, porque no es la primera agrupación comercial que opta por esta vía, entonces que Colau y compañía abandonen su patético discurso del común y la bondad de la gestión publica, porque lo que menos tendría que tener necesita privatizarse es precisamente la vigilancia del orden público
La coincidencia de la manifestación con la muerte de un indigente por un golpe de calor pone en evidencia la situación actual. Esta defunción es la prueba más evidente del fracaso de los servicios municipales dirigidos a los más necesitados: Más gente contratada, más dinero gastado, pero el problema sigue igual.
Los Idus de Colau son aquí, no son los de Marte como los de Julio Cesar, pero están muy presentes.