En el mundo publicitario la respuesta del destinatario del anuncio es fundamental para evaluar los impactos. Tanto el anunciante como el publicitario quieren tener constancia, uno de la rentabilidad del dinero invertido y el otro de la eficacia del mensaje. En cualquier caso, cuando se lleva a cabo una campaña publicitaria, es porque se tiene la expectativa de que influirá muy positivamente en las ventas del producto de que se trate.
En política ocurre lo mismo, pero en una doble vertiente. Se busca el impacto para persuadir a indecisos o no convencidos y se espera también la respuesta entusiasta de los convencidos que, por otra parte, están absolutamente de acuerdo y esperan que se emita ese mensaje concreto.
Por ejemplo, con la campaña de las pegatinas en los contenedores de la vacuna, habrá habido “compradores” del Gobierno encantados con la visualización del “gran y decisivo papel jugado por Sánchez en la consecución científica y en la distribución de la vacuna”, y también habrá nuevos clientes que añadir a la causa, porque se habrán “tragado” el mensaje de la pegatina en el transporte de la vacuna.
Se critica constantemente el afán publicitario de Sánchez. Pasa como con los anuncios que colocan en los limpiaparabrisas de los coches, que nadie los lee y todos los tiran. Pero, como con los anuncios de Sánchez, cuando se ponen, tendrán su por qué.