Había una vez, hace mucho tiempo, un país en el que siempre se instalaban en sus tierras, otros pueblos que venían de naciones lejanas. Los primeros en llegar fueron unas gentes provenientes del norte de África. Estos pobladores, eran artesanos, comerciantes y bastante cultos, pues tenían alfabeto propio. Al contemplar que sus habitantes se dejaban enseñar y eran hospitalarios, se acomodaron y se mezclaron con ellos. Más tarde llegaron pueblos de Grecia, Italia, tribus del norte de Europa y de Asia y por último de Arabia; aportando todos ellos, conocimientos y progreso. Construyeron puentes, acueductos, calzadas, palacios, teatros, castillos, etc. Introdujeron sus cultivos, sus técnicas, su arte, sus leyes, sus costumbres, sus lenguas, etc. De esta manera apareció una amalgama de tradiciones y avances, unificándose todo en un solo ente territorial y en cuatro lenguas en general.
Pero un día, después de muchos años de unión y convivencia de estas buenas gentes bajo reinados, algunos de esplendor universal, llegó el decaimiento. Surgió una guerra civil. Las consecuencias fueron desastrosas. En ese país que siempre resplandecía el sol, quedó oscuro durante muchos años. Sus mismos ciudadanos, padres, hijos, hermanos…, se dividieron y no se respetaron en sus ideas ni en sus opiniones.
Pasaron varias décadas y al cabo del tiempo, apareció un tenue rayo de luz que irradiaba una energía compartida, era un rey que supo unir a su pueblo y que durante muchos años hizo que este país viviera en prosperidad, convivencia y alegría.
Pero como no podía ser de otra manera, un día varios príncipes de su mismo reino, se presentaron ante él para exigirle la división del mismo en tres trozos y conseguir así un reino para cada uno. El rey les dijo: – ¿Es que el reino no va bien? –Decidme ¿Viven mal mis súbditos? –Ellos contestaron, que no, que nunca se había vivido mejor en la historia de este país. -Entonces, ¿por qué me reclamáis algo que pertenece a todos mis súbditos?
Los príncipes siguieron su lucha y empecinamiento conjunto por adquirir ese poder. Mientras en sus territorios, la corrupción, el abuso y el engaño, abundaban por doquier. Todo esto, propició que llegara el día en que el sentido común, y la sabiduría del pueblo, hicieran que el país siguiera unido y que los príncipes desistieran para siempre de ese gran disparate.
Así de esta manera el rey siguió reinando muchos años y tanto él como todos sus súbditos fueron felices, comieron perdices y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Cuando finalizó su relato me dijo mi abuelo: ¿Sabes cuál es la moraleja?
Cuando más a gusto está la mayoría, viene una minoría a interrumpir la buena armonía.