17 mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el 18 de octubre de 1936: un marista navarro asesinado en Málaga, dos sacerdotes almerienses asesinados en Antas, dos laicos cartageneros (Francisco Roselló e Isidro Juan, a quienes prometieron salvar si gritaban muera Cristo, pero gritaron ¡Viva Cristo Rey!) y doce claretianos asesinados en Cervera (Lérida), entre ellos un médico que había curado durante un mes a su asesino.
En Bélgica se conmemora al eremita mártir escocés san Monón de Nassogne (645); En Francia, Estados Unidos y Canadá, a san Isaac Jogues (1646). En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado como confesor al archimandrita Gabriel Igoshkin (1959).
El marista Abilio Villarreal Abaza (hermano Roque) fue el último en morir entre los seis maristas mártires de Málaga (beatificados, mataron a otro y del total de nueve profesores del colegio sobrevivieron dos) y lo capturó un exalumno burlando la protección del cónsul de México. Otro marista, el hermano Mariano, hizo esta biografía suya que fue publicada por la diócesis de Lérida y que relata así los sucesos revolucionarios:
El 19 de julio de 1936, como los demás Hermanos de su comunidad, se refugió en el monte, desde donde vio asaltar el colegio. Avanzado el día, descendieron a la ciudad para buscar alojamiento en pensiones y en alguna casa amiga. El 21 de julio era recibido en el Hotel Imperio por D. Francisco Cabello, amigo de los Hermanos donde dejó un grato recuerdo por su prudente obrar y singular recogimiento. El día 24 de agosto de 1936 es detenido por una patrulla de milicianos y llevado a la cárcel, quedando libre gracias a la mediación del cónsul de México, quien le busca alojamiento en el domicilio de su hermana, sito en la calle Alameda, nº 31, a donde llegó hecho una lástima. Aquí llevó una vida de auténtico religioso y, a diario, dirigía el rezo del rosario.
Detención y martirio
El 18 de octubre de 1936 un antiguo alumno, que formaba parte de una de las patrullas, lo reconoció como marista y procedieron a su detención en ausencia de la hermana del cónsul. El Siervo de Dios fue conducido a la Alameda, donde fue asesinado ese mismo día. Sus restos mortales fueron inhumados en la fosa común del cementerio de san Rafael. Acabada la guerra civil, se verifica la exhumación de sus restos y el H. Casimiro los reconoció. El 1º de diciembre de 1941 son inhumados en la cripta de la catedral de Málaga. El Siervo de Dios no murió por motivos políticos sino, lisa y llanamente, por ser Hermano Marista.
Los dos sacerdotes almerienses asesinados juntamente -y beatificados el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (Almería)- eran el párroco de Vera Alfredo Almunia López-Teruel, de 77 años, y su coadjutor José Gómez de Haro, de 37, al que el primero había llevado al seminario. Le amputaron una pierna ya antes de ordenarse sacerdote, lo que no conmovería la piedad de sus asesinos, como tampoco la elevada edad del párroco, según la biografía diocesana:
Fue detenido al iniciarse la Persecución Religiosa y lo liberaron al entregar su familia dos mil pesetas a los milicianos. Más tarde, el Comité condenó a muerte al Párroco y al siervo de Dios. Tras martirizar a su Párroco, en plena noche, nueve milicianos se presentaron con grandes golpes en su hogar. Como su madre, doña Vicenta, se negaba a abrirles; hicieron la puerta añicos y se llevaron al tullido presbítero.
Francisco Roselló Hernández había nacido en Cartagena (Murcia) el 28 de febrero de 1907, por lo que tenía 29 años cuando lo mataron. Huérfano e hijo único, estaba a punto de casarse cuando estalló la guerra y la revolución, momento en que él mismo arriesgó su vida al acompañar a unas monjas que eran detenidas, según la biografía de la beatificación:
El lunes 20 de julio de 1936 arrojaron repentinamente a las Hijas de la Caridad de la Casa de Misericordia. Enterado Roselló, consiguió adelantar a los coches que las llevaban custodiadas fuera de la población, despedirse de sor Francisca y recibir las últimas consignas para los congregantes. A partir de este hecho fue sujeto de persecución, como lo había sido unas horas antes D. Pedro Gambín. Lo prendieron en su domicilio el día 22 y lo tuvieron incomunicado, probablemente en el colegio Marista, hasta el 7 de octubre en que ingresó en la cárcel de San Antón.
Como en el registro a su domicilio le habían encontrado una medalla de la Virgen de la Caridad, un escapulario y dieciséis “cromos religiosos” y él mismo había confirmado su pertenencia activa a la Asociación de Hijos de María y a la cofradía California, en la cárcel le calificaron de “sectarista de organismos religiosos” e inmediatamente sometieron el caso al juez especial de Murcia, el mismo que unos días antes había condenado a muerte a sus tres compañeros de Asociación. Aquí empezó el juego sucio, porque el juez especial, que normalmente tiene unas horas para decidir sobre el reo, tardó 6 meses a dictar su providencia, que consistió en declararse incompetente toda vez, dice, “que contra el mismo no aparecen cargos que le inculpen como responsable de cualquiera de los delitos de la competencia de este juzgado”. En este tiempo tuvo lugar la saca de presos del 18 de octubre en la cual incluyeron a Francisco Roselló y lo mataron sin esperar la actuación judicial junto al congregante Isidro Juan Martínez.
Los doce claretianos beatificados el 21 de octubre de 2017 en Barcelona y que fueron asesinados en Cervera eran, de menor a mayor de edad:
José Loncán Campodarve, oscense de Azlor y de 21 años, clérigo profeso. Antes de profesar, y justo un mes después de la quema de iglesias y conventos, mostraba así el 11 de junio de 1931 su disposición al martirio en carta a su familia:
No les parezca que por esto tenga ganas de ir a Azlor pues prefiero estar corriendo por estos montes perseguido por los malos y si es la voluntad de Dios que me maten, prefiero todo esto que no ir a Azlor pues estando allí no tengo tanta seguridad de volver a ser fraile otra vez. Tengo muchas ganas de ser fraile y misionero y convertir muchas almas para Jesús.
Pronto si Dios quiere profesaré, a no ser que hagan salir, o matar antes a todos los frailes. A todo estoy dispuesto hasta a morir mártir pero, se lo digo, sería un gran disgusto para mí el no poder profesar a causa de las leyes perversas del gobierno y no me gustaría nada tener que ir a Azlor pues tendría que repetir otra vez el año de Noviciado.
Manuel Solé Vallespì, clérigo profeso de 23 años y natural de Fayón (Zaragoza); de él se cuenta que gritó ¡Viva Cristo Rey! al ser fusilado.
Evaristo Bueria Biosca, clérigo profeso de 23 años y leridano de Montoliu, como los demás murió gritando Viva Cristo Rey, el día antes de su asesinato fue a visitarlo al hospital su hermana, a quien se había dado permiso para llevárselo al pueblo dos días después, ya que acababa de morir su padre; pero lo fusilaron con los demás.
José Ausellé Rigau, clérigo profeso de 23 años y gerundense de La Cellera; también se le había autorizado a salir del hospital, para lo cual escribió una carta a su padre el 8 de septiembre, diciendo: «Le agradeceré venga cuanto antes, mejor».
José Serrano Pastor, sacerdote de 37 años y navarro de Corella, al despedirse de la religiosa que
estaba de guardia en el hospital dijo: «Adiós, que lo pase bien y gracias por todo».
Francisco Canals Pascual, religioso profeso de 44 años y barcelonés de Sant Andreu de la Barca, fue llevado con los enfermos al hospital de Cervera el 21 de julio de 1936, al expulsar a la comunidad claretiana, por ser el enfermero.
No quiso abandonarlos para salvarse, según explicó a la hermana Lourdes Masferrer antes de que, a las 23,30 del 17 de octubre, llegara el grupo de asesinos capitaneado por Juan Solé y Enrique Ruana para montarlos en un camión y fusilarlos en el cementerio: Yo podría salvarme, porque soy el único sano, pero no quiero dejar a estos pobres enfermos.
Juan Buxó Font, sacerdote de 56 años y barcelonés de Montcada, había sido médico y promotor del esperanto. Estaba en el hospital, donde se había refugiado el 23 de julio, en calidad de médico de guardia, por eso fue fusilado aparte de los otros 11, y mantuvo un diálogo con uno de sus asesinos, al que había tratado:
Él estaba con los otros religiosos claretianos, que al efecto las Religiosas les habían colocado en dos salas contiguas de la parte superior del edificio. Una de ellas servía de dormitorio y la otra para estar y celebrar misa y rezos. Además disponían de un cuartito donde guardaban en ur armario el Santísimo Sacramento. El P. Buxó disponía de habitación propia como médico de guardia.
Los Misioneros llevaban vida de comunidad claustral absoluta.
Durante su estancia en el hospital varias veces predijo que les fusilarían a todos.
De allí fueron sacados los Padres Estudiantes y Hermanos a las 11,30 de la noche del 17 de octubre de 1936 por Juan Solé, Enrique Ruana, el Magi Tita y un tal Gómez, alias el Chico. Enrique Ruana fue curado durante más de un mes por el Dr. Buxó y tenía odio a la Religión. Se le atribuían los asesinatos de muchos sacerdotes y de otras personas de orden.
Los disparos del fusilamiento de los misioneros claretianos se oyeron perfectamente desde el Hospital. Sor María Orobitg, espantada, fue inmediatamente para comunicarle la noticia:
¡Padre, han matado a los Padres!
Contestó que había oído los disparos y añadió:
¿Qué le haremos? Son mártires. ¡Alabado sea Dios!
No había pasado una hora del fusilamiento y fueron a buscarle a el.
A Ruana que había curado el P. Buxó, este le dijo:
¿Tú también?
Al subir al camión Ruana le dijo: ¿Dónde quieres que te dé la inyección?
Donde quieras, respondió el Padre, refiriéndose al tiro que debía darle.
Además el Padre exhortó a sus verdugos a la conversión e hizo una reflexión a Solé, que tuviera en cuenta que después de esta vida existe otra y que había Dios. A lo que respondió que no creía en Dios y que no quería convertirse. Fue conducido al cementerio por los mismos asesinos en el segundo grupo con tres seglares en la madrugada del día 18 de octubre de 1936 en que fueron fusilados mientras gritaban ¡Viva Cristo Rey!
José Ros Nadal, religioso profeso de 60 años y leridano de Artesa, entre 1904 y 1907 fue misionero en Fernando Poo (Guinea Ecuatorial) con el mártir Manuel Font Font (asesinado en el Mas Claret el 19 de octubre de 1936); se le ofreció la posibilidad de marchar a su pueblo natal, pero cuando llegó la respuesta ya lo habían matado.
Luis Jové Pach, sacerdote de 64 años y de Lérida capital. En su biografía se relata así el fusilamiento:
Se presentaron los milicianos Enrique Ruana, José Solé, Magi Tita y un tal Gómez, alias el Chico con un documento del Comité de Barcelona en el que se requería a los misioneros, que estaban durmiendo, para trasladarlos a un asilo de Barcelona.
Sólo la santa candidez de uno de los Hermanos más viejos dió crédito a la patraña:
¿Llegaremos muy tarde a Barcelona?
No, respondió Solé.
Insistió el otro:
¿Estaremos a las doce?
hasta antes y todo… respondió Solé.
Los más jóvenes llevaban a los más viejos.
Le subieron a un camión con los otros diez misioneros y los asesinos condujeron el camión al cementerio pero no en dirección de Barcelona. En el camión iban once religiosos claretianos, todos serenos y pensativos, según declaración de un miliciano.
Los misioneros murieron fusilados hacia las 12,15 de la madrugada del día 18 de octubre de 1936 mientras gritaban ¡Viva Cristo Rey!
Luego, los asesinos fueron a celebrarlo, como un ritual, con comida y bebida abundante y comentaban el final:
¡Son tozudos! Todos mueren con la misma exclamación. Ni uno siquiera ha querido decir lo que nosotros queríamos que dijese. ¡algún disparate! No lo consiguieron.
¡Qué tontos son! Sabían que iban a morir y todavía gritaban ¡Via Cristo Rey! Y que pedían tiempo para orar.
Heraclio Matute Tobías, sacerdote de 69 años y riojano de Alesanco, estaba de paso en Cervera porque había salido de Bilbao el 18 de julio en dirección a Barcelona para operarse de la vista, pues estaba casi ciego, según su biografía:
Se preparaba para el martirio y exhortaba a los demás a que dieran con generosidad su sangre por Cristo, pero a los más jóvenes les animaba a que probasen a escapar por el bien de la Congregación. La Superiora de las religiosas que atendían el hospital viajó a Barcelona para ver si era posible trasladar al P. Matute a una clínica que allí servían sus religiosas. Cuando tenía todo dispuesto volvió a Cervera, pero al llegar se encontró con la noticia de que ya le habían fusilado. El P. Matute, al salir [hacia la muerte], se despidió de la Hermana Sala diciéndole: Adiós, hermanita, dándole gracias por todo lo que habían hecho y entregándole un crucifijo, una cartera de su uso y unas cuantas pesetas.
Miguel Rovira Font, religioso profeso de 73 años y barcelonés de Vic, llevaba en Cervera desde 1932, sin oficio, por ser un «anciano achacoso», según su biografía.
Buenaventura Reixach Vilarò, religioso profeso de 76 años y barcelonés de Olost. Fue otro a quien se le ofreció un traslado:
Se le ofreció la posibilidad de salir del hospital con destino a su pueblo. La promovió José Solé, Vocal de la Junta Revolucionaria del hospital y uno de los que más tarde les condujo a la muerte. Firmó una carta, pero la contestación con la ejecución del traslado llegó después del asesinato.
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