Formidable la primera cita prevista en el Meeting por la amistad entre los pueblos, el 20 de agosto: el encuentro con tres excepcionales «artesanos» de la paz, que son líderes de comunidades cristianas asentadas en los puntos críticos de las más insidiosas «fallas» que perturban el mundo actual. Tres arzobispos: Paolo Pezzi de Moscú, Pierbattista Pizzaballa de Jerusalén y Dieudonné Nzapalainga de Bangui, República Centroafricana. Moscú, donde comenzó la guerra en Ucrania y el desafío de Putin a Occidente; Jerusalén, el corazón mundial de las religiones y el epicentro de conflictos recurrentes e incesantes; Bangui, increíble concentrado africano de miseria, riquezas minerales y guerra civil para bandas, también por encargo de grandes intereses planetarios.
Honor al mérito del Meeting para volver a ponernos frente a la realidad en la que estamos inmersos y respecto de la cual todo contribuye a hacernos hundir la cabeza en la arena como los avestruces: Ucrania se coló muy por delante y con menos espacio en los periódicos (ya no hay noticias, todo lo demás es aburrido); Jerusalén, bueno, la lucha sin fin entre israelíes y palestinos, déjà-vu; África central… nunca recibido. Los tres arzobispos son verdaderamente artesanos (copyright de Francesco) de la paz, estando entre otras cosas en efectivo servicio permanente y lejos de la jubilación: 62 años Pezzi, Pizzaballa 57 y Nzapalainga 55, siendo este último desde hace 6 años el cardenal más joven de Santa Romana Iglesia. Entonces, nomen omen [NdT: presagio del nombre], Pezzi lleva el nombre del primer apóstol de los pueblos, Pablo, quien, respondiendo al macedonio que se le apareció en un sueño, unió el oriente de Asia con Europa. Pizzaballa tiene un doble nombre, el del profeta que abrió el camino al Mesías y el del pescador que debía dirigir la primera Iglesia. Nzapalainga significa, en lengua sango, «solo Dios sabe»; en buena medida el nombre de bautismo es Dieudonné, es decir, dado por Dios.
Definirlos como artesanos es genial: la palabra expresa plásticamente el trabajo diario bien hecho, no en serie, ni por categorías abstractas e ideológicas, sino con atención a cada persona y circunstancia.
Pizzaballa, ex custodio de Tierra Santa, afirma la minoritaria pero inextirpable presencia cristiana de esas tierras con una capacidad de diálogo y una finura diplomática que yo le haría Papa.
Nzapalainga, en medio de una cruenta guerra civil de bandas disfrazadas de cristianos o islámicos, anda sin escolta y sin chaleco antibalas por los barrios donde nadie se atreve, y aquí habla de paz y unidad y la gente lo aclama exclamando “Allah akbar», Dios es grande, acoge en su casa a su amigo el imán musulmán, crea con él y con el pastor protestante de su país la plataforma interreligiosa por la paz en África Central. Yo le daría el premio Nobel.
Pezzi cose desde abajo experiencias de comunión en Cristo espiritualmente libres del poder y abiertas al abrazo con el otro, a partir de los hermanos en la fe. Me gustaría decir que lo convertiría en un patriarca ortodoxo, pero no quiero exagerar…
En serio: los tres son artesanos de la paz porque son profetas. Profetas de nuestro tiempo. Me explicaron que un profeta no es un adivino, sino uno que habla al pueblo y anuncia la verdad sin rodeos y sin miedo a las consecuencias. En la historia del pueblo judío, cada vez que el pueblo se pierde siguiendo a algún gurú o algún opresor (como ahora), aparece un profeta para no perder del todo el camino correcto y la luz de la razón (y de la fe). En el Nuevo Testamento, creo que es el papel de los santos y de los testigos.
Pero ahora tengo que decir algo personal, que quizás pueda parecer trivial pero para mí no lo es en absoluto. Siento cercanos a estos tres profetas, están cerca de mí. Las circunstancias de esta percepción de cercanía pueden parecer triviales, si se quiere: casuales. O, tal vez, ¿providenciales?
Entonces, conocí al cardenal africano porque Tracce [Huellas], la publicación mensual de Comunión y Liberación, me pidió que lo entrevistara por teléfono en 2016, apenas fue nombrado cardenal después de recibir al Papa Francisco en su catedral para la apertura del Año de la Misericordia. Al año siguiente fui a saludarlo a la sede del PIME en Milán. Pero sobre todo el vínculo se mantiene vivo por uno de sus sacerdotes que después de ser párroco en Bangui (sufriendo la devastación de la parroquia recién instalada, sólo para complacer), vino a Italia, a Milán, a estudiar Ciencias de la Comunicación para prepararse para tomar la responsabilidad de la comunicación, especialmente por radio, de la Iglesia en África Central. Se llama Don Dany, tiene la edad de mis hijos, unos 40 años, vive en la parroquia del pueblo donde vivo yo y nos hemos hecho amigos. Fíjate qué coincidencia, o qué Providencia.
Con Pizzaballa pude compartir las raíces lombardas comunes hablando de su tío, ahora de 82 años, el legendario portero del Atalanta, y luego de otros equipos de la Serie A, de los años de Mazzola y Rivera. No sé por qué, mi papá era forofo del Inter y de Atalanta.
Pezzi se convirtió en sacerdote en el seminario de la Fraternidad Sacerdotal de San Carlo, fundada y dirigida durante muchos años por Mons. Massimo Camisasca, arzobispo emérito de Reggio-Emilia. Con Camisasca tuve la oportunidad de inaugurar una hermosa amistad y durante cierta parte de mi vida, tener una estrecha y fructífera colaboración en asuntos eclesiales.
Estas circunstancias afortunadas, que casi me disculpo por haberlas mencionado, me ayudan a tomar conciencia de un hecho sustancial, y que en el fondo no depende de estas circunstancias: es que la profecía, el testimonio, la esperanza cierta de estos profetas – tan mayores que yo – me pertenecen profundamente, y yo les pertenezco profundamente, porque son un momento del mismo encuentro y de la misma historia cristiana que nos ha aferrado.
Es una conciencia que quiero desear a todos, hayan tenido o no circunstancias facilitadoras como yo.
Nos vemos en el Meeting. Y él que no venga, sin justificación, peca.
Publicación Il Sussidiario: 08.08.2022