Dos mártires del siglo XX en España nacieron un 8 de julio: un misionero de los Sagrados Corazones mallorquín y un franciscano de Soria. Sus vidas ya fueron reseñadas en otros artículos, así que dedico el de hoy a las tres enfermeras mártires de Astorga y al libro de Antonio R. Rubio Plo 50 Santos para llevar en el bolsillo.
Pilar Gullón Yturriaga, Octavia Iglesias Blanco y Olga Pérez-Monteserín Núñez fueron asesinadas el 28 de octubre de 1936 en Pola de Somiedo, tras pasar solo diez días atendiendo a enfermos en un pequeño hospital del bando nacional en la Guerra Civil Española.
Su causa de beatificación y canonización, que lleva el número 2.681 en la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, se inició en 2006 a petición de los familiares de la primera de las enfermeras citadas (natural de Madrid, diócesis que se hace cargo de la causa).
La postulación ha corrido a cargo de Silvia Correale, que trabaja en el Vaticano desde 1992 (es conocida como decana de los argentinos en Roma) y que ya ha llevado otras causas de beatificación de mártires españoles, como la de José Aparicio y 232 mártires (de la diócesis de Valencia) beatificados el 11 de marzo de 2001.
El 11 de junio de 2019 el papa Francisco proclamó que las muertes de estas tres enfermeras fueron sendos martirios (es decir que fueron asesinadas por su fe) y por tanto son venerables y pueden ser ya beatificadas, momento en que el total de santos y beatos mártires del siglo XX en España alcanzará la cifra de 1918 (ver los datos esenciales de todos ellos en este documento).
El hospital, con 14 enfermos, cayó el 27 de octubre de 1936 en poder del bando republicano, y de la documentación publicada en italiano con ocasión del reconocimiento del martirio cabe resumir estos datos sobre las tres enfermeras, presentadas como «miembros de Acción Católica, Hijas de María y miembros de las Conferencias de San Vicente» de Paúl:
El jefe militar republicano les ofreció a las tres mujeres la oportunidad de salvarse si renunciaban a la fe, pero, ante su negativa, las encerró en una casa en Pola de Somiedo, entregándolas a sus hombres.
Al día siguiente, desnudadas y humilladas, las llevaron ante el pelotón de fusilamiento, compuesto únicamente por mujeres. Murieron gritando «Viva Cristo Rey» y «Viva Dios», al igual que hicieron al ser torturadas, cuando se les ordenó exclamar «Viva Rusia» y «Viva el comunismo».
Pilar tenía 25 años; nació en Madrid el 29 de mayo de 1911. No murió de inmediato y antes de que la remataran perdonó a sus verdugos.
Octavia, nacida en Astorga, tenía 41 años. Siguió atendiendo a los heridos, incluso durante su encarcelamiento.
Olga, nacida en París (su padre era pintor), era la menor (23 años) y también continuó prestando servicios a pesar de haber resultado herida en el asalto al hospital.
Su causa comenzó el 24 de marzo de 2006 en la diócesis de Madrid, después de obtener la autorización de la Santa Sede el 30 de noviembre de 2005 y previamente el traspaso de jurisdicción del tribunal eclesiástico de la diócesis de Oviedo. La investigación diocesana concluyó el 17 de marzo de 2007; los documentos relevantes se validaron el 4 de junio de 2009. La biografía (Positio super martyrio) se entregó al Vaticano en 2016. Los restos de las tres descansan en la capilla de San Juan de la Catedral de Astorga.
Del olvido y la manipulación, a la beatificación
El asesinato de las tres enfermeras tuvo cierto eco en la prensa del bando nacional, de la que aquí mencionaré algunos ejemplos. Es posible que el caso influyera para que algunos, a modo de represalia, llevaran a cabo la matanza de al menos 13 personas exactamente un año después en el monasterio de Valdediós.
Aunque la prensa nacional (Faro de Vigo, según la cita publicada en Día de Palencia el 13 de marzo de 1937) había indicado que dos de las enfermeras mártires habían pertenecido a la JAP (Juventud de Acción Popular), no fue óbice para que Pilar Primo de Rivera las manipulara a fines de abril de 1939 para incluirlas en la lista de caídos de Falange.
La pequeña nota con que las recordaba ABC en 1940 parece ser el último recuerdo que se tuvo tras haberles dado sepultura en la catedral astorgana.
La apertura del proceso de beatificación dio pie a que tratara el tema un reportaje de La2 titulado Prados de Sangre.
En 2018, Lala Isla, leonesa afincada en Inglaterra, presentó el testimonio de un miliciano llamado Abelardo Fernández Arias, que habría presenciado los asesinatos, quien negaba que tuvieran carácter martirial y hasta vejatorio, pues habrían muerto en mismo día de la caída del hospital, fruto de la furia de una mujer a cuyo marido habían matado los nacionales, y cuyo nombre no se aporta.
Frente a ese testimonio parecen estar los de aquellos que precisan el trato dado a estas tres mujeres, especificando los nombres de quienes se ofrecieron a fusilarlas (Felisa Fresnadillo, Josefa Santos, María Sánchez, María Soto y Consuelo Vázquez) y de quienes finalmente las ejecutaron (Evangelina Arienza, Dolores Sierra, y Emilia Gómez).
El punto en común entre ambas historias puede ser el que menciona un artículo de la prensa nacional al hablar de la furia de una tal Veneranda, sobre cuyo apellido solo puedo hacer hipótesis en base a que se conserva ficha de una miliciana con ese nombre en Asturias.
Los mártires nacidos un 8 de julio:
Miquel Pons Ramis, de 29 años y natural de Llubí (Mallorca), era misionero de los Sagrados Corazones, fue uno de los ocho mártires del Coll, asesinado en Barcelona el 23 de julio de 1936 y beatificado en 2007 (ver artículo del 23 de enero).
Antonio Rodrigo Antón, de 23 años y natural de Velamazán (Soria), fue uno de los 20 franciscanos asesinados el 16 de agosto de 1936 en Fuente el Fresno (Ciudad Real) y beatificados en 2007 (ver artículo del 26 de enero).
Corazón católico y santidad «de bolsillo»
Antonio R. Rubio Plo, licenciado en Historia y doctor en Derecho, ha publicado en Rialp un libro titulado 50 santos para llevar en el bolsillo, cuyo índice y algunos capítulos pueden leerse en Google Libros. A mi entender, tiene el mérito de la sencillez-amenidad (está bien escrito), pero sobre todo el de la devoción, que es una sabiduría al alcance de pocos (ni de lejos de todos los que saben escribir de forma amena).
El mérito de la amenidad lo puede apreciar cualquiera leyéndolo; sobre el de la devoción me permito llamar la atención porque Rubio no pretende saber mucho ni algo muy nuevo sobre muchos santos, sino cultivar su amistad, y en eso demuestra sabiduría. Por supuesto que el libro tiene el interés de recopilar muchos santos antiguos y modernos, y es raro que no haya alguno del que el lector no tenga ni idea (y al revés: es seguro que descubrirá a bastantes desconocidos).
Pero el mérito consiste en haber descubierto que los santos son teselas de un mosaico que nos descubre el rostro de Cristo, que conocerlos nos acerca a Dios al revelarnos facetas de esa encarnación de la gracia que, sí, está en plenitud en Cristo, pero está también parcialmente en cada santo y es lamentable soberbia el no apreciarla… Buscarla no es tarea meramente intelectual, sino del corazón, y un corazón que no se abre a la amistad de estas personas que supieron encontrarse con Cristo, de maneras tan diversas, no es verdaderamente católico.
Además, quienes no tienen devoción a los santos “se lo pierden», porque los santos proporcionan amistad y compañía, y así acercan a Dios, claro que esto es experiencia que cada cual debe hacer y, si puede, transmitir. Y eso hace Rubio, con este libro sobre los santos de su devoción -que son un montón, muchos más de los que refleja en el libro-: nos lleva ante ellos al modo de un amigo que nos los presentara, mientras nos cuenta “algo” de su vida y obra, sin pretender ser exhaustivo.
La misma metáfora del mosaico la he hecho al hablar de los mártires, y en particular de los de la guerra civil española. Tras haber estudiado esas 1.523 biografías, mi experiencia es que ninguna es superflua porque -y eso que hablamos de santos que tuvieron todos un final “semejante», la muerte violenta, o sea el martirio- no hay dos iguales y conociéndolos a todos se descubren esos mil aspectos de la gracia que nunca es igual. Algunos parecen timoratos y otros temerarios (sin ser ni una ni otra cosa).
Como dice Santo Tomás Moro en su libro sobre la Tristeza de Cristo, es admirable el valor de los que van cantando al martirio sin miedo a la muerte, pero él -que sí tenía miedo- admiraba más a los que, con la gracia de Dios también, superaban ese miedo y de todos modos aceptaban la muerte, aunque no fueran cantando. Por cierto que en nuestra guerra tenemos también muchos de ambas modalidades. Una riqueza para cuyo desprecio siempre hay excusa, y cuyo aprecio es sabiduría que no parece al alcance de todos.
Como entre la primera conversación que tuve con Antonio y esta edición de su libro, se le ha caído uno de los beatos -sin duda no por falta de devoción, el primer cardenal mártir del comunismo, el croata Stepinac, aprovecho para indicar que en Amazon puede leerse este librito electrónico que escribí sobre él (como en todos hay un fragmento gratuito que puede bajarse clicando en “pruébalo gratis”).
Puede leer la historia de los mártires en Holocausto católico (Amazon y Casa del Libro).
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1 Comentario. Dejar nuevo
Hola soy una señora gracias por canonizar a estas tres veatas hay que empezar a pedirles gracias