Los defensores de la eutanasia sostienen que cada persona debe tener el derecho de decidir cuándo y cómo morir, especialmente en circunstancias de dolor insoportable o enfermedad terminal. Sin embargo, este debate oculta un aspecto mucho más complejo y peligroso, uno que Anita Cameron, una activista por los derechos de las personas con discapacidad, ha experimentado de primera mano: la trampa de la eutanasia.
La historia de Anita
En su relato personal, Cameron describe una experiencia dolorosa que casi le cuesta la vida. Una molestia que comenzó como un dolor leve se extendió a lo largo de su columna vertebral, pecho y abdomen, alcanzando un nivel insoportable. El dolor no solo afectaba su bienestar, sino que amenazaba directamente su vida.
«Mientras estaba en el hospital, experimenté un evento aterrador. Mi nivel de dolor era tan alto que hizo que mi presión arterial se disparara a 240/120. El dolor era tan fuerte que literalmente estaba estresando mi corazón y mi corazón estaba a punto de rendirse. Había al menos 10 médicos y enfermeras en la habitación, trabajando para bajar mi nivel de dolor y, por lo tanto, mi presión arterial. En su desesperación, los médicos decidieron darme Dilaudid, un medicamento al que soy alérgica, y Benadryl, para mitigar el riesgo a sufrir un ataque al corazón»
Frente a esta crisis, su deseo no era morir, sino vivir sin dolor.
No estaba pensando en ‘déjenme morir’, estaba pensando en ‘paren este dolor para que no muera'», afirmó.
Su historia arroja luz sobre una verdad central que muchos parecen ignorar en el debate sobre la eutanasia: lo que la gente realmente quiere no es morir, sino vivir sin sufrimiento.
Probaron otros analgésicos, que no hicieron nada, luego tomaron la decisión de darme un analgésico al que soy alérgica porque podían lidiar con la reacción alérgica; No podían soportar que me diera un ataque al corazón”
La realidad del dolor y el deseo de vivir
El argumento central de los defensores de la eutanasia suele girar en torno al miedo al dolor insoportable. Sin embargo, como bien señala Cameron, este miedo no debe utilizarse como un argumento para legalizar la eutanasia, sino como una razón para mejorar el acceso a tratamientos de manejo del dolor y cuidados paliativos.
La falta de atención adecuada a estos aspectos lleva a muchas personas a ver la muerte asistida como su única opción, no porque deseen morir, sino porque la sociedad les falla al no ofrecerles alternativas viables para vivir sin dolor.
El peligro de la «dignidad» como excusa
Cameron subraya un punto crítico que a menudo se pasa por alto: no es el miedo al dolor lo que impulsa el movimiento por la eutanasia, sino la percepción de la vida con discapacidad como indigna.
Para muchas personas, la discapacidad es vista como un estado que priva a los individuos de su dignidad, y en lugar de luchar por mejorar las condiciones de vida de las personas con discapacidad, algunos prefieren promover la muerte asistida como una solución rápida.
Este enfoque, argumenta Cameron, es profundamente peligroso, ya que no aborda las verdaderas necesidades de las personas discapacitadas ni reconoce su derecho inherente a una vida plena.
El impulso hacia la eutanasia a menudo es presentado como una opción personal y voluntaria, pero Cameron advierte que:
el «derecho a morir» puede transformarse rápidamente en un «deber de morir»
Las presiones sociales, económicas y médicas pueden influir en las decisiones de las personas, haciéndoles sentir que son una carga para la sociedad y que la eutanasia es la opción más conveniente. Esta es una preocupación especialmente válida en contextos donde las disparidades en el acceso a la salud ya son una realidad, lo que abre serias dudas sobre la verdadera libertad de elección en estos casos.
La necesidad de una verdadera opción
La historia de Cameron y su lucha personal no es solo un testimonio del dolor físico, sino también una llamada de atención para replantear el enfoque hacia la eutanasia.
En Canadá y los Países Bajos, donde la eutanasia está legalizada y ha sido ampliamente promovida, las tasas de aceptación siguen siendo bajas. Incluso en las peores situaciones, como el cáncer terminal, menos del 10% de las personas optan por la eutanasia.
Este dato muestra que, en el fondo, la mayoría de las personas aún desean vivir, incluso en circunstancias difíciles. Como dice Cameron, «la declaración por defecto de los seres humanos es que queremos vivir».
El problema no es la falta de deseo de vivir, sino la falta de apoyo para hacerlo de manera digna y sin dolor.
La historia de Anita Cameron ofrece una gran reflexión, su experiencia deja claro que la verdadera lucha no es por el derecho a morir, sino por el derecho a vivir sin dolor, con dignidad y sin ser víctima de un sistema de salud.
La trampa de la eutanasia radica en su presentación como una solución simple a problemas médicos complejos que, en lugar de abordar las causas subyacentes del sufrimiento, lo perpetúan mediante la muerte.
La trampa de la eutanasia radica en su presentación como una solución simple a problemas médicos complejos que, en lugar de abordar las causas subyacentes del sufrimiento, lo perpetúan mediante la muerte Share on X
2 Comentarios. Dejar nuevo
Nadie dirá que la vida del físico Stephen Hawking fue indigna, y nadie lamenta que no haya elegido la eutanasia, a pesar de padecer ELA durante 50 años (2/3 de su vida).
Pero si hubiera sido Fulanito Corriente, los activistas pro eutanasia lo hubiera presionado a morir.
¡Hipócritas! ¡Trapaceros! ¡Criaturas fecales! Sin miramientos humanos. No les importa la persona y su dignidad. Sólo viven al acecho de si se les puede sacar ventaja. De lo contrario, son estorbo que hay que eliminar.
Es una historia de fantasía que el derecho a morir puede convertirse en una obligación de morir, pero es una realidad devastadora que está ocurriendo en nuestro mundo ahora que el derecho a vivir se ha convertido en la obligación de vivir y está obligando a innumerables pacientes a llevar una vida dolorosa como el infierno. Ya no molestes a la gente en contra de la legalización de la eutanasia.