He estado recordando el tiempo de Cuaresma cuando yo era joven e inevitablemente surge la comparación con lo que ocurre ahora. Ya sé que tenemos la tendencia a idealizar el pasado, nuestros tiempos, aunque mientras sigamos vivos estos tiempos tan diferentes también son nuestros.
Desde que empezaba la Cuaresma había gran oferta de charlas cuaresmales y tandas de ejercicios espirituales a las que asistí cada año y he de reconocer que me ayudaron, y me siguen ayudando, en la orientación de mi vida, de mi conducta de cada día que trato de ajustar al evangelio. Soy, sin duda, un pecador pero sin los estímulos y orientaciones que recibí en mi juventud es seguro de que sería mucho peor.
Ahora me parece que los ejercicios espirituales de San Ignacio están bastante ausentes de la cuaresma y de la vida de la personas. En la mayor parte de los templos a las misas dominicales asisten casi exclusivamente personas mayores y casi ningún joven. Las prédicas de estas misas prácticamente nunca plantean la maldad del pecado ni la necesidad de la conversión que yo entiendo como una tarea permanente.
Quizás el celebrante piense que la gente que asiste ya está convertida y no es necesario hablar del asunto, así que a hablar de Cáritas, del reparto de alimentos y del amor al prójimo sin señalar apenas que nuestros prójimos son los más próximos, esos a los que apenas saludamos, los familiares de los que estamos distanciados, los que están abandonados, sin apenas visitas, en una residencia de mayores, etc.
Tengo la impresión, tal vez equivocada, de que tanto los que van a misa como los que no van, están convencidos de que no tienen que complicar mucho su conciencia ya que de todas formas Dios es tan misericordioso que no nos pedirá cuentas de nada. Dios es para muchos más un abuelo bonachón que un padre exigente que quiere que imitemos a Jesús, el Cristo sufriente que dijo aquello de “el que quiera venir en pos de mí, cargue con su cruz y me siga”.
En las Cuaresmas de mi juventud había una exigencia ineludible: la confesión general, después de un severo examen de conciencia y un sincero sentimiento de culpa, de dolor del corazón. Hoy en las parroquias se organiza un día de confesiones rápidas, casi unas confesiones de rebajas.
Las iglesias están abiertas solo para los cultos y confesores a disposición de las personas bastante pocos. Claro que parece que de los diez mandamientos han sido descatalogados pecados como la fornicación, el adulterio, la mentira, el aborto o la falta de rendimiento en el trabajo.
Pero si la ley de Dios puede burlarse, el Estado lo ha suplantado y son pecados, o sea delitos, todos los que las leyes penales han decidido que lo sean y así es delito grave el maltrato animal pues tenemos que amar a los animales y evitarles cualquier dolor, ni cazarlos ni torearlos, quizás a los pollos o a los cerdos habrá que darle anestesia para sacrificarlos, los niños concebidos y no nacidos pueden matarse sin más trámite. Si un hombre agrede de palabra o de obra a una mujer será perseguido sin misericordia pero si la mujer agrede al hombre o lo denuncia falsamente para conseguir un divorcio favorable no pasa de “pecado venial” y, por supuesto, tratar de pagar menos impuestos es más grave que no honrar a los padres.
Seguro que muchos dirán: estamos en otros tiempos ¿pero mejores? Lo dejo a su personal consideración.