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Sobre la existencia de Dios, argumentos para una cultura de la posverdad (y III)

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Dios está en lo más íntimo de mí, la fe es experiencial: «¡Dios existe! ¡Yo me lo encontré!» Así titula el filósofo francés André Frossard, uno de sus más famosos libros, en el que narra su singular e «instantánea» conversión al catolicismo, desde una posición pacíficamente atea, después de entrar por error -buscando a un amigo- en una Iglesia donde estaba expuesta la Eucaristía para la adoración de una comunidad de monjas: «yo entré absolutamente ateo e indiferente y salí, pocos minutos después, totalmente cristiano».

Frossard encontró a Dios por una luz especial que iluminó un corazón ignorante pero abierto y con ansias de infinito.

Los cerrojos saltan, el resentimiento da paso a la confianza, entendemos el «si no os hacéis como este niño, no entraréis en el reino de los cielos» y nos hacemos niños en la fe y abandono confiado… El alma se hace como una rosa abierta que desafía la tempestad de la desconfianza. En la comunión con Dios y los demás, sobre todo al contemplar a Jesús que se juega el todo por el todo, el alma ansía entregarse, ponerse en las manos de Dios.

Aunque esa confianza y entrega plena a veces da miedo, pues es perder la vida: «el que quiera ganar su vida la perderá y el que la pierda la salvará», dijo Jesús. Se ve que hay que sustituir la búsqueda del éxito por el servicio. Y así como la comida se destruye, es pura gracia: amor, así también nos hacemos hostia viva como Jesús, pan blanco para comida de la gente, para el servicio de los demás (como nos recuerda la Eucaristía).

Volviendo al laboratorio de la fe, de Juan Pablo II comentando las palabras de Jesús: “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Tomás pasa de decir “si no veo no creo” a “Señor mío y Dios mío”. Es la zarza ardiente que desde Moisés nos muestra algo que escapa a la razón.

Teresa de Calcuta en 1947 experimentó “una profunda y violenta unión con Dios”, una unión muy intensa que la preparó para 50 años de soledad

Teresa de Calcuta en 1947 experimentó “una profunda y violenta unión con Dios”, una unión muy intensa que la preparó para 50 años de soledad, de no sentir el amor de Dios: su “noche oscura” fue sentir que Dios la rechazaba o que no la amaba lo suficiente. Eso, para una persona que está enamorada, que quiere dar todo su ser a Dios, es muy doloroso. “Solía repetir que la pobreza más grande en el mundo de hoy es la de sentir la soledad de no ser amado. Y –explica su biógrafo Brian Kolodiejchuk- esto es exactamente lo que le ocurrió a ella. De esta manera, se identificó con los pobres a los que ella servía. Además, comprendió mejor el valor redentor del sufrimiento. Estaba tan unida con Jesús, que Él pudo compartir con ella el dolor y la oscuridad que Él mismo había experimentado en Getsemaní y en la Cruz”.

Así tuvo experiencia de aquello por lo que tenía que ayudar a los demás, y así suele preparar Dios a las personas a quienes ha de pedir mucho. La Transfiguración del Tabor es prefacio del sufrimiento de la Cruz, la puerta “estrecha” que requiere abnegación, mortificación que es despojarse del propio yo para vestirse de la mansedumbre y la misericordia, el «pasaporte» que nos hace amigos de Jesús.

Moisés, perseguido por asesinato, huye de su tierra y va al desierto, donde descubre la compañía de Dios. En esa soledad ve “la zarza ardiente”; que es también el título de la novela de S. Undset que muestra la persona vulnerable, sola ante Dios como pinta al protagonista converso:

“Paul permaneció postrado ante la barandilla del altar. Notó la voluntad que se cerraba en torno a la suya, desde el Reino de los insondables misterios y desde la real presencia ubicada a unos pocos pasos de distancia (estaba ante el sagrario); que se precipitaba hacia él como una inundación, y se sintió captado por lo que en este mundo está simbolizado por el fuego. Su alma quedó cegada por algo que aquí en la tierra tiene a la luz como representante. Fue como si una zarza ardiente le atrajera hacia sí, le acercara, y le consumiera, sin que por ello dejara de existir… al poco rato, cesó el arrebato, aunque dejó tras él una paralizadora sensación de felicidad.

Permaneció inmóvil, sintiendo que se había sosegado hasta el mismísimo fundamento de su ser. Algo se había derrumbado en su interior dejando profundas oquedades en lo más íntimo de su ser, donde reinaría para siempre aquella quietud, aun cuando todo lo que su conciencia llegara a sentir fuera de tumulto mental”.

Cuando se da esa experiencia íntima de Dios ya no habrá más momentos de soledad.

Entonces todo es gracia, crecimiento, se aprende tanto de los golpes como de los dulces, todo hace profundizar en una realidad más auténtica, despojados del «cartón repintando» que adorna el teatro del mundo, ese teatro de feria, se adquiere una libertad de espíritu de no depender de honras ni honores,  la persona no tiene respetos humanos y se siente responsable sólo ante Dios, a quien ve en su conciencia, y no se deja afectar más por nada ni nadie… pero sin cerrarse, que sería la respuesta neurótica de huida del mundo y de los demás: es necesario confiar en los amigos, escuchar a quienes merezcan la pena.

Quizá recordamos cuando no sabíamos nadar y no hacíamos pie, en aguas profundas: los pulmones se disparan, perdemos el aliento ante la sorpresa… así nos sentimos a veces, desconcertados por situaciones que no nos esperábamos, que nos parecen injustas, y ese desconcierto nos impide pensar, nos hace sumir en un pozo en el que se hace de pronto la luz. En aquella dificultad hay concertado un encuentro con Dios, que al mismo tiempo prepara para otras pruebas posteriores: un desgarramiento interior –sacrificio- suele ser un preludio del éxtasis, en la sinfonía de la vida, y al mismo tiempo es eso un camino para reforzarse para lo que vendrá… Desnudez del alma que se une a Dios, fortaleza que ya nada tiene de humano, santuario donde se da el encuentro…

Sigrid Undset, premio nobel de literatura, nos muestra la dificultad de creer en los países nórdicos, y muestra el corazón en su sentido profundo. Nos preguntamos: “¿Es verdad?”, y es necesario abrir los ojos y el corazón a la luz interior, al Maestro interior, ese Dios escondido que nos guía. Como el “tolle, lege” de la institutriz de la casa vecina, que abrió los ojos a san Agustín. Seguimos esas pistas: “ah, estás aquí”, eras tú. Es un descubrir una mano que nos acompaña. Una mano que nos guía.

Hablaba Bob Dylan de “los caminos que ha de recorrer el hombre”, y añadía Juan Pablo II en un encuentro conjunto con el cantante: “¿cuántos caminos ha de recorrer el hombre para encontrarse a sí mismo?” “Sólo hay un camino para el hombre y este es Cristo, sólo él es el camino de la vida” (citando la Gaudium et Spes 22.24). Pero Jesús está en todo.

Cuesta ser coherente y huimos a formas de espiritualidad que no comprometen.

Cuesta ser coherente y huimos a formas de espiritualidad que no comprometen. Quizá la dificultad ante el relativismo actual es la falta de compromiso. Un ejemplo nos puede ilustrar esto. Pensemos en un desayuno de huevos con jamón: la gallina ha colaborado, ha aportado los huevos. Pero el cerdo ha hecho algo más, se ha dejado la piel, está comprometido. El compromiso sólo se adquiere cuando hay una fuerte esperanza en saber por qué morimos. Y es que cuando no sabemos eso, no sabemos vivir, y las mismas religiones se viven muy aguadas.

Y se vive dentro de un ambiente de providencia, donde estamos creciendo en una visión de sentirnos en las manos de Dios. Los historiadores ven que Jesús es el maestro que enseña lo mejor de todas las espiritualidades, pero bien indicó Romano Guardini que es El Señor, Dios. La historia no puede reconocer esa fe, pero sí aportar que, desde los romanos a los judíos, los contemporáneos de Jesús hablan de él, de su historia, no es por tanto una invención.

Me gusta ver que hay unos pocos años entre Jesús, los primeros pueblos evangelizados, y las primeras cartas del Nuevo Testamento, por ejemplo, la carta a los Corintios donde Pablo describe la Eucaristía. Esto lo escribe a los que han vivido con Jesús, todo está de acuerdo con la primera predicación, si no dirían: “eso de la misa no era lo que vimos”, pero está documentado como también cuando dice Lucas que la resurrección ha sido vista por muchos, 500 de los cuales todavía están vivos. Y no son manuscritos manipulados, es la documentación más extensa y cotejable donde se puede ver que no hay diferencias sustanciales entre todos los papiros del mediterráneo, miles dispersos a miles de kilómetros, de los primeros siglos, y todos coinciden.

Sobre todo, la sublimidad del mensaje, tanto el que cree como el que no en su divinidad, podemos decir: “nadie habló igual”. No puede ser un farsante y por tanto podemos tomar muy en serio cuando nos dice que es hijo de Dios, no dice como Mahoma que es un enviado, sino que aporta su autoridad divina: “yo os digo”. Es el “yo” de la zarza ardiente, el “Emmanuel”, Dios con nosotros, que vendrá. Sobre todo, el amor, que no es un amor universal sin objeto, sino un dar la vida, “como yo os he amado”.

Podemos decir que el amor inmanentista de los sufís árabes donde el objeto amado no importa, sino la presencia divina en el alma no es el amor cristiano. El amor cristiano tiene como objeto el darse a los demás, y si no la visión de Dios es incorrecta, el amor divino que enseña Jesús es dar la vida por los demás, no un amor trovador o romántico.

un acto humano ha de ser libre, amoroso y verdadero, y si no tiene eso no es verdaderamente humano

A partir de ahí se ha formado lo que hoy tenemos como concepto filosófico de persona: somos imagen de Dios, y a imagen de la Trinidad. Así tenemos en la memoria (autoconsciencia) la imagen del Padre, la inteligencia a imagen del Verbo, el amor a imagen del Espíritu Santo. Y esto nos lo muestran nuestras facultades espirituales de memoria, entendimiento (búsqueda de la verdad) y amor, que son irreductibles, de modo que, si no hay unidad en la acción humana de lo que llamaríamos los tres trascendentales de la persona, ese acto no es humano. Si se me concede que la memoria es lo que nos permite actuar a partir de lo que conocemos, y por tanto la base de la libertad, podemos decir que un acto humano ha de ser libre, amoroso y verdadero, y si no tiene eso no es verdaderamente humano.

No vamos a tratar aquí el tema de los milagros, por razones de espacio. Pero sí quería acabar con algo que ha sido controvertido, ahondar un poco más en un aspecto de la famosa controversia ciencia-fe.

Controvertida relación entre ciencia y creación

Los físicos han hablado de la racionalidad de la fe. Newton dice que el universo en su maravillosa organización y armonía solo se entiende con Dios, como también Copérnico, Descartes, Pascal, Leibniz, matemático como Luis Chancy… todos ellos creían en la divinidad de Cristo, como también Marconi y otros muchos científicos. Francis Collins, coordinador del proyecto genoma humano en Estados Unidos, dice: “No sé de ningún conflicto irreconciliable entre el conocimiento científico sobre la evolución y la idea de un dios creador. Yo soy genetista, pero creo en Dios”. Éste, pero podría estar superado como está el mecanicismo.

La ciencia no demuestra una cierta visión de Dios, como la que enseña Jesús, esto pertenece a la fe privada del científico, pero sin duda habló san Agustín de una cierta imagen de la Trinidad en toda la creación, y siguiendo la patrística muestra los vestigios del Verbo, semina Verbi, como semillas de la Palabra divina creadora, en todo lo creado. Se nos muestra una mente en el universo. La sincronía del universo es de una perfección tal que al contemplarla se abren perspectivas espirituales. Y esto hace de Dios una hipótesis más que razonable.

En física, algunos promueven el diseño inteligente, ven a Dios en la naturaleza, pero muchos ven a Dios a nivel personal porque en física no lo ven, está la materia en otra dimensión.

La ciencia experimental dice en la actualidad que el universo observable no es eterno, sino que tiene edad. Según la teoría del Big Bang será de unos 14.000 millones de años, mucho tiempo, pero no infinito. Por otra parte, la materia tampoco puede serlo, se puede decir que es finita y sin límites. Los filósofos dirán que sólo hay espacio donde hay cosas, pero desde luego la suma de cosas limitadas no puede ser infinita. Afirmar la eternidad o la infinitud de la materia va más allá de la ciencia y es una fe increíble.

Decía Juan Pablo II a este respecto: «deja abierto el problema relativo al inicio del universo. La ciencia no puede por sí sola resolver ese problema; le hace falta el conocimiento del hombre que se eleva por encima de la física y de la astrofísica y que se conoce con el nombre de Metafísica, hace falta sobre todo el saber que viene de la Revelación de Dios».

Lo mismo cabe decir para la necesidad de la materia o su inteligencia.

Basta retroceder en el tiempo y vemos que el elemento químico más antiguo, el primero que aparece después de la gran explosión es el hidrógeno. Pensar que es la causa inteligente de todo y que existe por necesidad es tan audaz que roza el desprecio a la inteligencia. Pero el hidrógeno no es divino.

Laplace y Hegel hablarán de una “necesidad” como causa, aunque reconocen que es algo casi imposible, es sumamente difícil que causalmente se creen las partículas que sólo se pueden crear en unas condiciones únicas, la vida sólo puede crearse en condiciones únicas sumamente difíciles (tan difíciles que no se ha logrado crear vida en laboratorio), la persona humana es otra combinación o mutación prácticamente imposible de que se hubiera dado como casualidad. En cada una de estas tres fases, es más fácil que a uno le tocara la lotería en cada uno de los países, en un viaje por todos los países del mundo, de aquí a China. Con respecto a la vida, dirá Monod que cada especie es conservadora, que la evolución es un salto provocado por algo que puede considerarse un fallo. Naturalmente, es más fácil que no sea un fallo sino que ese milagro sea dentro de un plan divino.

Como se ha hablado mucho de algunas declaraciones de galardonados con el premio Nobel, conviene aportar como argumento de autoridad algunas de ellas que tomo de algunas fuentes de internet, aunque no he comprobado las traducciones, pero pueden encontrarse otras muchas citas similares:

Arthur Compton (1892-1962): Premio Nobel de física 1927: “«Para mí, la fe comienza con la comprensión de que una inteligencia suprema dio el ser al universo y creó al hombre. No me cuesta tener esa fe, porque el orden e inteligencia del cosmos dan testimonio de la más sublime declaración jamás hecha: “En el principio creó Dios” …»:

Arno Penzias (1933- ): «Si no tuviera otros datos que los primeros capítulos del Génesis, algunos de los Salmos y otros pasajes de las Escrituras, habría llegado esencialmente a la misma conclusión en cuanto al origen del Universo que la que nos aportan los datos científicos». Premio Nobel de física 1978 por su descubrimiento de la radiación de fondo cósmica, patrones que otros físicos interpretaron como prueba de que el Universo fue creado a partir de la nada o Big Bang.

Ernst Boris Chain (1906-1979): Premio Nobel de medicina 1945 por su trabajo con la penicilina: «La idea fundamental del designio o propósito [divino]… mira fijamente al biólogo no importa en dónde ponga este los ojos… La probabilidad de que un acontecimiento como el origen de las moléculas de ADN haya tenido lugar por pura casualidad es sencillamente demasiado minúscula para considerarla con seriedad…»

Arthur L. Schawlow (1921- ): «Al encontrarse uno frente a frente con las maravillas de la vida y del Universo, inevitablemente se pregunta por qué las únicas respuestas posibles son de orden religioso… Tanto en el Universo como en mi propia vida tengo necesidad de Dios».  Compartió el premio Nóbel de física 1981 por el desarrollo de la espectroscopia del láser.

Max Born (1882-1970): «Solo la gente boba dice que el estudio de la ciencia lleva al ateísmo». Premio Nobel de física 1954 por sus investigaciones en torno a la mecánica cuántica.

Derek Barton (1918 – 1998): «No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión… La ciencia demuestra la existencia de Dios». Compartió el premio Nóbel de química en 1969 por sus aportaciones en el campo de la química orgánica en el desarrollo del análisis conformacional.

William D. Phillips (1948–): «Hay tantos colegas míos que son cristianos que no podría cruzar el salón parroquial de mi iglesia sin toparme con una docena de físicos». Premio Nobel de física 1997 por su empleo de rayos láser para producir temperaturas de apenas una fracción por encima del cero absoluto.

Sin duda, Hawking se ha hecho famoso por sus declaraciones de su última época, diciendo que no es necesario Dios para las reglas de la física; que si el universo tiene un principio, podemos suponer que tiene un creador pero si fuese completamente autocontenido, no tendría principio ni fin: simplemente sería. ¿Para que un creador? Luego dirá que no hay un dios arbitrario a la pregunta “¿por qué se molestó en existir el universo? si usted quiere puede definir a Dios como la respuesta a esta pregunta”.

Por último, veamos declaraciones de los creadores de las dos líneas mas relevantes de la física, la relatividad y la mecánica cuántica, Einstein y Planck:

Albert Einstein (1879–1955): «Apenas si calco las líneas que fluyen de Dios». Aunque en1930 se irrita ante la teoría del Big Bang porque habla de un inicio. Cuando le preguntaron si era religioso en 1927: “Sí, lo soy. Al intentar llegar con nuestros medios limitados a los secretos de la naturaleza, encontramos que tras las relaciones causales discernibles queda algo sutil, intangible e inexplicable. Mi religión es venerar esa fuerza, que está más allá de lo que podemos comprender. En ese sentido soy de hecho religioso”.

Y en 1936 habla de que “las leyes de la naturaleza manifiestan la existencia de un espíritu enormemente superior a los hombres, ante el cual debemos sentirnos humildes. El cultivo de la ciencia lleva por tanto a un sentimiento religioso de una clase especial, que difiere esencialmente de la religiosidad de la gente más ingenua”.

Y en 1940 afirmaba: “Pero la ciencia solo puede ser creada por quienes están profundamente imbuidos del anhelo de verdad y comprensión. La fuente de estos sentimientos proviene, sin embargo, de la esfera religiosa. A ella pertenece también la fe en la posibilidad de que las normas que rigen al mundo de lo existente sean racionales, esto es, asequibles por medio de la razón. No puedo concebir a un auténtico científico que carezca de esa profunda fe. Todo esto puede expresarse con una imagen: la ciencia sin la religión está coja, y la religión, sin la ciencia, ciega”[1].

Y en 1930: “Somos como un niño que entra en una biblioteca inmensa, cuyas paredes están cubiertas de libros escritos en muchas lenguas distintas. Entiende que alguien ha de haberlos escrito, pero no sabe ni quién ni cómo. Tampoco comprende los idiomas. Pero observa un orden claro en su clasificación, un plan misterioso que se le escapa, pero que sospecha vagamente. Esa es en mi opinión la actitud de la mente humana frente a Dios, incluso la de las personas más inteligentes”[2].

Planck, a su vez, dirá: “Nuestro punto de partida es siempre relativo. Así son nuestras medidas […]. A partir de los datos obtenibles, se trata de descubrir lo Absoluto, lo General, lo Invariante que se oculta tras ellos”. Y también: “El progreso de la ciencia consiste en descubrir un nuevo misterio cada vez que se cree haber resuelto una cuestión fundamental […]. La ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza”.

Mientras que Einstein busca a Dios en la física, Planck ante la imposibilidad de ver a Dios en la física lo hace en su vida personal:

“Lo que me ayuda es que considero un favor del cielo que, desde mi infancia, hay una fe plantada en lo más profundo de mí, una fe en el Todopoderoso y Todo bondad que nada podrá quebrantar. Por supuesto, sus caminos no son los nuestros, pero la confianza en él nos ayuda en las pruebas más duras”. Para él, hay “una batalla común de la ciencia y la religión, una cruzada que nunca termina cuyo grito de llamada es y será siempre: ¡Hacia Dios!».

[1] Cita que como otras pueden consultarse en el grupo de investigación de Ciencia y fe de la Universidad de Navara: https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/la-mucha-ciencia-devuelve-a-dios

 [2] Ver en Agustín Sánchez Cotta, Manuel Bermúdez Vázquez y otros, Filosofía, tecnopolítica y otras ciencias sociales nuevas formas de revisión

Sobre la existencia de Dios, argumentos para una cultura de la posverdad (II)
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