En este comienzo de curso se confirma una tendencia creciente en nuestro sistema educativo: los shorts, cada vez más cortos, y los tops, cada vez más ajustados, se están convirtiendo en el uniforme de una parte importante de estudiantes adolescentes. La moda no se limita a la escuela pública, sino que también se ve en centros concertados de inspiración cristiana (esto último, al menos sobre el papel) y también en escuelas privadas que no comparten tal inspiración.
Quién tiene hijas jóvenes ya sabe que este tipo de minivestidos es el nuevo canon que impone la moda y que lo realmente difícil hoy es encontrar ropa “normal” para adolescentes en la mayoría de las tiendas. A los padres y madres no les resulta fácil ir a contracorriente de esta moda. También es cierto que hay progenitores que deberían ponerse un babero hasta la cintura cuando admiran cuan hermosa, físicamente hablando, que ha salido su hija, y que ya les parece bien que la chica vaya por ahí luciendo estos atributos.
El problema es reproducir estas modas en las aulas. ¿Por qué es un problema?
Primero, no me parece que ayude a dar rigor a la escuela y a lo que en esta se hace que los alumnos vayan vestidos como irían a la playa o a la discoteca. ¿Los chicos irían así vestidos a una entrevista de trabajo o si fueran a visitar a alguien para ellos verdaderamente respetable? ¿No merecen el mismo respeto los profesores y el resto de los compañeros de aula que quieren un buen ambiente de estudio? La vestimenta es un elemento clave de la llamada comunicación no verbal.
Segundo, tampoco parece que este tipo de vestimenta minimalista vaya en sintonía con la reivindicación feminista del valor de las mujeres, excepto que se entienda que el principal valor sea el atractivo de su cuerpo y no su inteligencia, creatividad, capacidad de trabajo o esfuerzo, que es lo que se supone se tendría que valorar en general, y más en la escuela. Si el igualitarismo entre sexos, la mal llamada “coeducación”, se ha utilizado para justificar la retirada de los conciertos a aquellos centros educativos solo de chicos o chicas, ¿cómo es que se tolera que el vestido habitual de las chicas en las aulas sea tan diferente de los de los chicos y que aquellas remarquen cada vez más abiertamente sus atributos sexuales?
Tercero, ¿qué efecto tiene esta moda en las chicas menos agraciadas físicamente? ¿No tienen motivos para sentirse, como mínimo, incómodas con esta exhibición diaria de muslos, cinturas, torsos y pechos? ¿Las chicas van a clase a lucir tipo y a competir con las compañeras de aula o a escuchar los profesores y aprender? Si los padres se fijan en el tiempo que la chica se pasa ante el espejo por la mañana antes de salir de casa, quizás obtendrán la respuesta. Este panorama en las aulas, ¿contribuye a reafirmar la valía intelectual, espiritual, el mérito del estudio y el esfuerzo de las mujeres, o simplemente consolida el predominio de las apariencias y del pansexualismo que ya se da en otros muchos espacios de socialización de los jóvenes?
Por último, ¿qué efecto causan estas alumnas-vedettes en los estudiantes chicos? Muchos adolescentes, ¿no están ya suficientemente despistados o no les cuesta bastante mantener la concentración en lo que el profesor explica cómo para encima tentarlos con estas Venus tan próximas? ¿No hay bastante ya con la subida de testosterona propia de la adolescencia?
¿O es que se trata precisamente de esto, de llevar al extremo la liberación sexual de las mujeres tal como lo entiende el peor feminismo, desinhibiéndolas completamente desde muy jóvenes y promover su actitud provocadora hacia los chicos? Esto parece del todo disparatado, pero cuando miras el video de la campaña del Ministerio de Igualdad del “#SíEsSíFest”, o la campaña de la Generalitat de Catalunya a favor del topless, o la alcaldesa Colau insinuando la conveniencia de un toque de queda nocturno para los hombres, quizás sí que la cosa va por aquí: dar motivos para consolidar la idea nefasta que los hombres somos unos seres peligrosos dominados por el sexo a los cuales se nos tiene que reeducar.
En todo caso, la solución al problema en las aulas es muy sencilla y se llama “uniforme escolar”. Sería la medida más potente a favor de la igualdad que podría aprobar el Departament d’Educació de la Generalitat de Catalunya. Se habrían acabado los modelitos, las zapatillas deportivas de más de cien euros, y la exhibición de sobacos y ombligos. Sería lo más eficaz para acabar con el clasismo y el vedetismo que se deriva de la actual ausencia de normas en la vestimenta de los alumnos. Pero me temo que el Departament d’Educació no lo hará. Supongo que prefiere que prevalezca el feminismo malentendido y sus altas dosis de pansexualismo. También en las aulas.
No me parece que ayude a dar rigor a la escuela y a lo que en esta se hace que los alumnos vayan vestidos como irían a la playa o a la discoteca Share on X