Recientemente un nuevo miembro de la RAE, la Real Academia de la Lengua Española, comparó el placer de la lectura con el placer del sexo. En honor a la verdad, Javier Cerca dijo, muchas más cosas, aludiendo a la libertad y a la sana rebeldía de la literatura frente al poder, pero muchos medios de comunicación han hablado de lo más anecdótico y llamativo: “la lectura es una forma de conocimiento de uno mismo y de los demás, exactamente igual que el sexo”.
Y podemos preguntarnos ¿la lectura es como el sexo o como la sexualidad? ¿Qué diferencia hay entre una palabra y otra?
Las palabras, queramos o no, son el aire en el que vivimos, la atmósfera en la que nos movemos y la órbita en la que proyectamos nuestro modo de ser. No pensamos nada que no esté traducido a palabras, y no se puede desligar la cultura de las palabras usadas por sus miembros, de sus lenguas. No pretendo divinizar ni absolutizar las palabras, pero en ellas se encuentra el aquí y ahora de nuestra concepción de la vida.
Sexo y sexualidad. El diccionario de la RAE habla de ambas palabras como sinónimos. Son una serie de condiciones anatómicas y fisiológicas propias de cada sexo. Podríamos concluir que en ambas definiciones lo central, y casi lo único, es el cuerpo, la parte física de nuestro ser. Y rápidamente nos asalta un problema.
¿El hombre es solo su parte física? ¿Hay algo más? ¿Qué relación hay entre ambas partes? Y en nuestro afán jerárquico o práctico: ¿qué parte es la principal, y qué parte es la sometida y esclava?
En este contexto muchos pensadores han optado por hablar de sexo y sexualidad matizando ambos conceptos. Emplean el término sexo para hablar de la dimensión física, biológica, común a plantas y animales; y reservan sexualidad para expresar una realidad más compleja, una dimensión psico física del ser humano. Y como las palabras no son indiferentes, usar una u otra refleja, incluso inconscientemente, un acercamiento distinto a toda la existencia humana.
Se habla mucho de sexo; en los medios de comunicación y en las redes sociales es frecuente encontrar esta realidad física y biológica, centrada en lo sensible. ¿Olvidamos la trascendencia? No creo; cada vez conocemos más la interacción entre cuerpo y espíritu. El crecimiento de los gimnasios, el amplio interés por una alimentación equilibrada son algunos de estos ejemplos. En sus campañas publicitarias se promueve el bienestar corporal como un elemento importante para un bienestar completo e íntegro del hombre. Y razón no les falta, aunque en ocasiones algunos se obsesionen en la dimensión exclusivamente física de este cuidado.
Lo que llama la atención es que, según los temas, tengamos tan clara la interrelación cuerpo – espíritu o la radicalización de una de las partes hasta esclavizar y despreciar la otra. Pesa mucho el cuerpo, pero a veces pesa mucho más el espíritu, mi yo, mi libertad.
Ahí tenemos las leyes de “identidad de género” en las que da lo mismo mi cuerpo ante mi percepción subjetiva de mi identidad. Tanto que si hablas de una incongruencia entre ambos te califican de absolutista y contrario a la libertad.
Ahí tenemos el aborto, que pretende la evidencia científica de que en el embarazo existen dos personas, con su particular dotación genética. Negando la parte física, se niega también la parte trascendente, la libertad de la mujer a recibir una información completa, completa sobre “lo que tiene dentro”, completa sobre lo que se va a hacer y completa sobre los efectos secundarios, físicos y psicológicos, de lo que va a hacer.
De la negación del cuerpo, atestiguada por tantas trabajadoras de abortorios, pasamos a la negación del espíritu.
Ahí tenemos los vientres de alquiler (maternidad subrogada) en los que la pareja contratante compra el cuerpo de la mujer, en aras de conseguir su deseo persona (“trascendente”) de ser padre o madre. Se llega incluso a negar la maternidad biológica en favor de la maternidad expresada en un contrato “libre” Es, en el fondo, pagar por el fruto del sexo, igual que en la prostitución se paga por el placer del disfrute del sexo, con la agravante de que se quedarán por el camino varios “frutos de ese sexo”, además de violentar la dignidad de dos seres humanos, la madre y el hijo.
Ahí está la pornografía, que desemboca con frecuencia en la trivialización de la sexualidad, de las relaciones sexuales y de las relaciones entre ambos sexos. El placer sexual personal termina dominando al otro, a su cuerpo y a su espíritu.
Cuando dividimos al hombre, cuando rompemos su unidad cuerpo – espíritu, explotan numerosos problemas.
Las palabras, queramos o no, son el aire en el que vivimos, la atmósfera en la que nos movemos y la órbita en la que proyectamos nuestro modo de ser Share on X