Semana Santa otra vez. Cada año deberíamos descubrir algún nuevo matiz del Misterio que nos ayude a profundizar en él…
Una de las frases más misteriosas y chocantes que escuchamos a lo largo de la Semana Santa, es la referencia que hacen algunos evangelistas al velo del templo de Jerusalem. Mateo, Marcos y Lucas dicen que el velo “se rasgó por medio” (Lc 23, 45), “en dos partes de arriba abajo” (Mt 27, 51; Mc 15, 38) cuando Cristo murió en la Cruz. ¿Qué sentido darle a esto?
En el comienzo del Evangelio de San Juan, que leíamos el día de Navidad, se dice que “a Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, nos le ha dado a conocer” (Jn 1,18). Cristo es la manifestación del Padre.
En el Antiguo Testamento, Dios era el misterioso Yavhé: lejano, grandioso, temido…y por ello a los judíos que pidieron la condena de Jesús les escandalizaba que se atreviese a llamarse Hijo de Dios. Fruto del misterio en que permanecía Dios antes de Jesús, en el templo había un gran velo separando la zona común de la zona reservada, en la que sólo entraba el Sumo Sacerdote una vez al año. No era un velo cualquiera: se trataba de una gruesa cortina de 20 metros de altura y diez centímetros de espesor. Para poderla enrollar, se decía que eran necesarios alrededor de setenta hombres.
A diferencia de los otros evangelistas, San Juan, al relatar la muerte de Cristo, en lugar de referirse a que el velo se rasgó, resalta que “uno de los soldados atravesó con una lanza el costado de Jesús, y enseguida salió sangre y agua” (Jn 19, 34).
El velo se rasga precisamente cuando el costado queda abierto…cuando la humanidad pudo ver el Corazón de Cristo. Cuando el Padre, manifestado en el Hijo, quedó completamente al descubierto: ¡no era un Dios temible, era un Dios que entregaba al Hijo y que tenía verdadera sed del amor de su criatura! O como dice el Pregón Pascual, que se canta la noche del Sábado Santo, “¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!”
La Eucaristía, la muerte de Cristo, su Resurrección, …. son la manifestación patente de que Dios tiene Corazón, tiene sed de tu amor, y quiere ser tu amigo. Es un Dios que busca al hombre, que desea amarle, y que padece la indiferencia de su hijo amado cuando no le hacemos caso. Importa destacar el detalle de que, cuando Cristo aparece ya resucitado a sus discípulos, “les mostró las manos y el costado” (Jn 20,20). Ese mismo costado que, cuando quedó al descubierto, se rasgó el velo del templo. Un costado que sigue manifiesto como expresión del Corazón de Dios.
Esta Semana Santa puede ser irrepetible. Puede ser la Semana Santa en la que caigamos en la cuenta de que el costado abierto revela la intimidad de Dios. Puede ser una oportunidad única de entrar en esa intimidad. Si lo hacemos, tendremos la fuerza necesaria para poder mostrar a otros esa intimidad, y que así se pueda ir cumpliendo el deseo de Dios de tener cada día más amigos entre sus hijos, y más hijos entre sus criaturas.
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