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Secularización de la buena y de la mala

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Entre los creyentes, es un diagnóstico extendido que la secularización es uno de los males de occidente y que este mal está insertado dentro de la Iglesia católica, como una especie de cáncer destructivo. Otros piensan que la separación de lo religioso y lo mundano es una conquista en una civilización avanzada, dejando la adhesión religiosa a la libertad individual de los ciudadanos.

Una primera reflexión surge de la revisión del inicio del cristianismo

El mismo Cristo se manifiesta claramente como el portador de una propuesta religiosa: el reino de Dios. Cristo predica la llegada del reino de Dios que se conquista con una adhesión plena a su seguimiento: «¡Sígueme!». Cristo rechaza su intervención en los problemas más candentes de su época: la invasión romana, su presión impositiva, la pobreza, el hambre, la desigualdad… «¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» (Lc 12, 13), responde al ser consultado sobre el reparto de una herencia. Ante Pilato, el político más importante de Judea en ese momento, Cristo asegura que «mi reino no es de este mundo» (Jn 18, 36) y aclara que su realeza consiste en «dar testimonio de la verdad». A continuación, Cristo da el gran testimonio de la cruz, y dos días después, el de la resurrección. Estos textos dan a entender que el evangelio se mueve en un plano religioso y personal, y no en el plano político y social.

Sin embargo, en otro pasaje, Cristo condiciona el acceso al reino a la práctica de la misericordia: «Heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis… cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 34 y ss). Con estos textos se entiende otra dimensión fundamental de la vida cristiana, la misericordia como una necesaria concreción social de su fe.

El cristianismo se configura como una propuesta religiosa, no política, pero al mismo tiempo provoca en el cristiano una obligación irrenunciable ante los problemas de la sociedad en la que vive: ayudar al necesitado. A lo largo de los siglos, este impulso caritativo fue ampliándose desde el ámbito personal, uno a uno, al ámbito social, creando instituciones y estructuras al servicio de la misericordia, también influyendo en el orden político y económico para hacer la sociedad más justa para todos.

Desde el origen de la Iglesia se establece una independencia entre su dimensión religiosa, fundada sobre la roca de la jerarquía apostólica y restringida a los creyentes, y el poder político y económico, que incluye a toda la sociedad (creyentes o no) pero sujeta a obligación de la justicia. Esta tensión se desarrolló de muy diversas maneras, en un continuo tira y afloja, a lo largo de la historia, desarrollando modelos como las dos ciudades de San Agustín en el ocaso de la Antigüedad, como las dos espadas, la temporal y la sobrenatural, durante la Edad Media, o como la separación Iglesia-estado, en las democracias modernas.

Secularización de la buena

Existe, por tanto, una secularización de la buena, que se practica desde el inicio del cristianismo y que ha ido desarrollándose a lo largo de los siglos con aciertos y fallos, pero respondiendo siempre a una dinámica interna de respeto y necesidad mutua necesaria. Continuamente será oportuno revisar los modelos existentes y mejorarlos, apoyar a los cristianos que sirven al evangelio en los ámbitos políticos y económicos y empeñarse en buscar a Cristo en los hermanos necesitados. Pero esta secularización es fundamentalmente buena.

Secularización de la mala

Sin embargo, los que se alarman por la creciente secularización no se refieren a esto. Ellos identifican la secularización con el rechazo o el olvido intencionado de la dimensión transcendente. No se refieren a la aconfesionalidad del estado, sino a la implantación del ateísmo confesional: la obligación de vivir cómo si Dios no existiera.

La secularización de la mala consiste en cerrar la puerta a todo pensamiento, verbalización o acción que haga referencia a la existencia de Dios y a su acción, por considerarlas ofensivas e inaceptables. Dar gracias a Dios, ofrecer una oración, desear la vida eterna, implorar la caridad, encomendarse a los santos, bendecir los alimentos… son actos y expresiones indeseables en nuestra sociedad. En el ámbito público, plenamente rechazadas, en el privado, cada vez menos consentidas.

Esta secularización es todavía más alarmante en el ámbito eclesial.

Sacerdotes que admiran a Cristo, pero no creen en su presencia ni en su poder. Voluntarios que ayudan a los necesitados sin sentir cómo Dios los ama. Religiosos que viven su consagración como un cargo funcionarial mientras esperan su jubilación. Bautizados que no se sienten salvados ni portadores de un gran tesoro en vasijas de barro.

Esta secularización sí es mala y rechazable. Esto sí es un cáncer destructivo que debemos evitar, resistir y combatir.

No se refieren a la aconfesionalidad del estado, sino a la implantación del ateísmo confesional: la obligación de vivir cómo si Dios no existiera Share on X

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