Con el socialdemócrata Olaf Scholz, Alemania ya tiene nuevo gobierno. Scholz tomó posesión del cargo de canciller el pasado 8 de diciembre encabezando por primera vez en la historia del país un ejecutivo paritario de 16 miembros (ocho mujeres y ocho hombres), en forma de coalición tripartita entre socialdemócratas, verdes y liberales. Se le llama coalición Semáforo por los colores de los tres partidos implicados: rojo del socialdemócrata, amarillo del liberal y verde de los ecologistas. Las elecciones generales tuvieron lugar el 26 de septiembre de 2021. Los tres partidos han empleado menos tiempo para formar una coalición que lo que necesitó anteriormente Angela Merkel para formar la gran coalición entre democristianos y socialdemócratas. Es de alabar la cultura de coalición alemana y la rapidez en la formación del tripartito que gobernará en los próximos años.
La democristiana Angela Merkel, de sesenta y siete años, cancillera durante los últimos dieciséis años, la primera mujer en dirigir Alemania, habrá estado en el poder 5.860 días. Por solo nueve días no ha logrado batir el récord histórico de permanencia en la cancillería, que seguirá ostentando a su correligionario y mentor, Helmut Kohl.
Alemania cierra una página y abre otra: termina la era Merkel, con sus luces y sus sombras, y arranca la etapa de un tripartito inédito a escala federal con Olaf Scholz, de sesenta y tres años, al frente, que había sido vicecanciller federal y ministro de Finanzas del anterior Gobierno de gran coalición presidido por Merkel. Es el cuarto canciller socialdemócrata, después de Willy Brandt, Helmut Schmidt y Gerhard Schröder. Se le considera una persona pragmática, rigurosa, discreta, europeísta, cercano a la cancillera saliente y un admirador suyo. Tiene fama de gestor perseverante y corredor de fondo. En campaña electoral se presentaba como el sucesor natural de Merkel, portador de un modo centrista, moderado y fiable de hacer política parecida a la exconsejera, que descolocó al candidato conservador poco atractivo, Armin Laschet. Scholz ha declarado ser «una persona sobria, pragmática y determinada».
El nuevo ejecutivo tripartito llega con planes innovadores en política exterior y con programas ambiciosos para modernizar el país en su interior mediante un largo abanico de reformas y de inversiones que figuran en el acuerdo de coalición presentado el 24 de noviembre, un largo documento de casi doscientas páginas.
De forma inmediata, el nuevo Gobierno debe afrontar la emergencia de la pandemia. El nuevo ministro responsable goza de una excelente reputación científica y sanitaria. Una cuarta ola del coronavirus castiga con dureza a Alemania, donde hay una porción importante de ciudadanos que rechaza vacunarse. La tasa de vacunación con la pauta completa es del 69%, por debajo de socios europeos como España y Portugal. Con más de seis millones de casos, más de cien mil fallecidos y con una tasa de infección superior a los 900 casos por cada 100.000 habitantes, Alemania atraviesa uno de los peores momentos de la pandemia. A medio y largo plazo, las políticas del nuevo canciller encontrarán en la lucha contra el cambio climático uno de sus principales caballos de batalla. Se pretende acelerar la eliminación del carbón como combustible, adelantándola de 2036 a 2030, conseguir que hacia 2030 el 80% de la energía consumida provenga de las renovables y que ese mismo año circulen por las carreteras alemanas al menos quince millones de vehículos eléctricos.
A la cancillera saliente se le pueden dedicar merecidos elogios como persona y como estadista, pero su gestión tiene sombras. Con una perspectiva global, se puede decir que sus largos años al frente de la cancillería han sido excesivamente conservadores. Siempre ha buscado el mantenimiento del statu quo ante los grandes cambios que han erosionado el orden mundial durante las dos primeras décadas del siglo XXI, con dos fuerzas centrífugas, protagonistas: los populismos de derecha y de izquierda en el interior de las democracias y el auge de las potencias autoritarias en el exterior. La propia filosofía de mantenimiento del statu quo ha presidido la política interior merkeliana, basada en dos pilares: el fortalecimiento del consenso sobre el modelo socioeconómico alemán y la preservación de la orientación europeísta de la sociedad alemana. La obra de Merkel ha sido la propia de una conservadora prudente enfrentada a una marea transformadora, tan externa como interna, que amenaza con destruir el mundo de ayer, ante la que se ha mostrado incapaz de sentar las bases del mundo de mañana.
En el plano interno, Merkel no ha conseguido la preservación de la orientación europeísta de la sociedad alemana. El proyecto de integración europeo, vector fundamental de la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial como mecanismo de integración política y económica de los intereses alemanes en Europa, junto con el atlantismo en el plano exterior como sistema de seguridad y defensa contra la amenaza soviética (Estados Unidos, OTAN), está hoy en entredicho. De acuerdo con una reciente encuesta del prestigioso think tank European Council on Foreign Relations, el 55% de los alemanes piensan que la actual configuración institucional de la UE no funciona y el 49% manifiestan haber perdido la confianza en las autoridades comunitarias. su actuación en la pandemia. Asimismo, hecho inédito, un 33% de los alemanes estiman que la crisis del coronavirus muestra que la integración europea ha ido demasiado lejos. También piensan que lo ha hecho en otros terrenos, como en el caso de las actuaciones innovadoras del Banco Central Europeo (BCE) en materia de compra masiva de deuda pública y de otros activos financieros emitidos por los estados miembros de la UE (planes de estímulo monetario). Esto también lo piensa el prestigioso Tribunal Constitucional alemán (sentencia de 5 de mayo de 2020), chocando frontalmente con el Tribunal de Justicia de la UE.
Después de Merkel, la UE aparece a los ojos de muchos analistas cada vez más dividida.
En el ámbito de la economía, la brecha entre los estados periféricos y el centro-norte tiene serias probabilidades de ampliarse en el escenario poscovid. Las disparidades sobre cuál debe ser la arquitectura económico-financiera del continente en el horizonte del corto, del medio y del largo plazo tenderán a incrementarse. Dos reformas divisivas se encuentran sobre la mesa: la del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que fija límites a la deuda y al déficit, y la cuestión antes mencionada de las políticas monetarias “no convencionales” (estímulos monetarios) del Banco Central Europeo (BCE ), a las que tanto el Bundesbank como el Tribunal Constitucional alemán se han opuesto sin éxito. Alemania y los países del centro-norte llamados “frugales“ han acabado cediendo sus posiciones tradicionales de austeridad y han apoyado el programa Next Generation EU, que contempla por primera vez la emisión de deuda europea conjunta, una iniciativa muy cercana a los bonos europeos, para hacer frente a la covid.
Junto a la brecha económica se encuentra la brecha política.
Por ejemplo, las disparidades existentes entre los países de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia) y el resto. Son diferencias que plantean un problema muy profundo y de compleja solución, porque afectan a la esencia misma de los valores centrales del proyecto de integración europeo, como la supremacía del derecho comunitario sobre los derechos estatales. En el caso de los países de Visegrado, en materia de valores democráticos, como la independencia del poder judicial o los derechos del colectivo LGTBIQ. En el caso de Alemania, en materia de estímulos monetarios del BCE.
La mirada al mundo de la Alemania post Merkel que ha diseñado el nuevo Gobierno de coalición entre socialdemócratas, verdes y liberales acentúa el europeismo alemán clásico con nuevas metas y propugna una política exterior más firme en derechos humanos y con menor énfasis en los intereses comerciales. El nuevo canciller socialdemócrata y su ministra de Asuntos Exteriores, la ecologista Annalena Baerbock, imprimirán un giro que busca más «soberanía estratégica» para la UE y que augura menos indulgencia con China y Rusia. Por «soberanía estratégica» los tres partidos de la coalición entienden un marco democrático europeo cada vez más estable y capaz de afrontar «grandes desafíos de nuestro tiempo, como el cambio climático, la digitalización y la preservación de la democracia».
En la campaña electoral los verdes han propugnado una Alemania con una política exterior orientada a los valores. Baerbock ha prometido poner los derechos humanos en el centro de la acción exterior, lo que en principio pronostica menos indulgencia con China tras el pragmatismo de la era Merkel, centrado en los intereses del comercio internacional de las grandes empresas alemanas, y también con Rusia, país que la cancillera Merkel ha abordado siempre haciendo ejercicios de equilibrismo. Baerbock es una europeísta convencida y propugna una mayor responsabilidad europea en seguridad y defensa. Respecto a la seguridad, el acuerdo de coalición contempla tres pilares: un claro enfoque hacia la OTAN, donde la fiabilidad está demostrada; un escepticismo más marcado en cuanto a los despliegues militares en el extranjero; y énfasis en instrumentos civiles.
En su largo documento programático, la nueva coalición admite la necesidad de cooperar con Rusia, pero reprocha al Kremlin la represión de los derechos civiles en el país, las maniobras de desestabilización de Ucrania y las “amenazas percibidas” por los países del Este. «La interferencia rusa a favor de Lukashenko es inaceptable», dice el texto a propósito de Bielorrusia. Baerbock y el partido ecologista rechazan el gasoducto Nord Stream 2 de gas ruso a través del Báltico, controvertida infraestructura que Merkel siempre defendió. Sobre China, apunta a una asertividad más acusada, si bien esto debe tomarse con cautela, ya que los intereses comerciales alemanes en el gigante asiático son muy grandes.
Por otra parte, el tripartito quiere impulsar reformas institucionales en el seno de la UE encaminadas a lograr “el desarrollo de un Estado europeo federal“. También aspira a reforzar el Parlamento Europeo otorgándole iniciativa legislativa, una capacidad actualmente reservada a la Comisión Europea.
En el plano interno, el nuevo Gobierno se propone modernizar Alemania con reformas e inversiones que no se tomaron durante los dieciséis años de mandato conservador de Merkel. Por eso Alemania sufre graves carencias estructurales. A la transformación energética que pide la apuesta por la descarbonización de la economía, se suman la digitalización siempre postergada, la renovación de muchas infraestructuras obsoletas (puentes, carreteras, edificios escolares…), y la modernización de una administración pública demasiado burocrática. «Hemos decidido que todo ello supondrá un decenio de Inversiones», ha declarado Scholz.
El documento programático acordado por los tres partidos prioriza dos apartados: «Estado moderno, despertar digital e innovaciones» y «Protección del clima en una economía de mercado socioecológica». Los lemas del acuerdo tripartito son «más progreso» y «una alianza por la libertad, la justicia y la sostenibilidad», invirtiendo sobre todo en «digitalización, transformación energética y protección del clima». Pero, atención, a la vez se afirma que la coalición tripartita volverá a aplicar el freno a la deuda en el 2023, ahora suspendido por la emergencia del coronavirus, y no subirá impuestos. El equilibrio entre ingresos y gastos y la contención de la deuda son principios sagrados de la cultura económica alemana.
Bajo la batuta prudente de Scholz, dos hombres fuertes se encargarán de encajar la cuadratura del círculo entre la necesidad de inversiones masivas y el rigor presupuestario: el ecologista Robert Habeck, 52 años, titular del superministerio de Economía y Clima, y el liberal Christian Lindner, 42 años, ministro de Finanzas, cartera de gran peso que ha ocupado lo mismo Scholz bajo la cancillera Merkel.
Toda Europa estará pendiente de los resultados del nuevo experimento político alemán, que acaba de empezar el 8 de diciembre, en medio de una atmósfera política plácida en el Bundestag, pero con grandes retos exteriores e interiores de futuro pendientes de solución.
En el plano interno, el nuevo Gobierno se propone modernizar Alemania con reformas e inversiones que no se tomaron durante los dieciséis años de mandato conservador de Merkel Share on X