Entre las víctimas de la violencia revolucionaria del martes 11 de agosto de 1936 han sido beatificados 13 mártires del siglo XX en España: tres maristas asesinados en Saganta (Huesca) y dos -los hermanos Benigno José y Adrián– en Paracuellos de Jarama (Madrid); dos hospitalarios en Valencia y dos laicos –Carlos Díaz García y Rafael Alonso Gutiérrez– en una localidad (Agullent) de esa misma provincia; un lasaliano -el hermano Justino Gabriel, sádicamente torturado- en Peñíscola (Castellón); un salesiano –Miguel Domingo Cendra– en Tarragona; un claretiano en Lérida (Antonio Casany); y el padre Teófilo de los Sagrados Corazones -Benjamín Fernández de Legaria Goñi– en El Escorial (Madrid).
Fuera de España se conmemora en las islas británicas el aniversario del martirio del sacerdote John Sandys (1588); en el Tíbet y Suiza, del sacerdote Maurice Tornay (1949); en Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a dos monjes martirizados en 1921 (Serafín Bogoslovsky y Feognosto Pivovarov), otro martirizado en torno a 1930 (Anatoly Smirnov) y dos -el sacerdote Alejo Krasnovsky y el monje Pacomio Rusin– martirizados en las purgas de 1938.
Como eran moderados y no se atrevían a matarlos, llamaron al comité vecino
Marcos Leyún Goñi (hermano Emiliano José), de 38 años, de Sansoain (Navarra); Francisco Donazar Goñi (hermano Andrés José), de 42 y también navarro de Iroz; y Julián Lisbona Royo (hermano Timoteo José), de 44 y de Torre las Arcas (Teruel), serán los primeros en morir entre los maristas beatificados de la comunidad de Les Avellanes (Lleida), donde residían 120 en 1936. Los tres eran de origen humilde y se dedicaban a tareas manuales: el hermano Emiliano era electricista, pero lo acababan de mandar a Les Avellanes para ocuparse de la lavandería; el hermano Andrés era albañil y el hermano Timoteo se encargaba de la huerta. En la localidad de Les Avellanes, según el informe (estado 3) que firman en 1938 para la Causa General (legajo 1461, expediente 12, folio 10) el alcalde y el secretario, la revolución llegó el 27 de julio «en la madrugada» de mano de «unos obreros procedentes del Convento de Avellanes, perteneciente al municipio de Os de Balaguer», que «entraron al pueblo armados con algunas escopetas de caza y recorriendo las casas en que se hospedaban obreros que residían accidentalmente en el pueblo, invitaron a unos y obligaron con violencia a los que se resistieron para quemar la iglesia». Al dispersarse la comunidad marista, los tres hermanos citados se encontraron con los novicios en el pueblo llamado Vilanova de la Sal.
Según la positio de su causa de beatificación, «cuando los milicianos empezaron a asesinar a algunos hermanos y quisieron arrestar a otros, nuestros tres hermanos decidieron trasladarse a Navarra pasando por Aragón. Llegados al pueblo de Estopiñán, les informan que el comité revolucionario del pueblo es moderado. Los tres hermanos, cansados de la caminata, acuden a él para solicitar un salvoconducto que les garantice un viaje más sosegado. En realidad, son arrestados, encarcelados y su ejecución decretada». El comité de Estopiñán no se atreve a encargarse de la ejecución y llama al comité de un pueblo cercano: «El día siguiente, los milicianos de Estopiñán informan a los de Alguaire para que vengan a matarlos, pues ellos no se atreven. En efecto, llegan y con el pretexto de liberarlos, los sacan de la cárcel… invitan a los hermanos a que se alejen por las tierras, y así los asesinan por la espalda».
Según este relato, los llevaron a cinco kilómetros de Estopiñán del Castillo, supuestamente en dirección a Saganta, que dista ocho kilómetros y medio por caminos de tierra. La señora Joaquina Vidal Cama, que asistió a la escena, contó los pormenores: «Estaba yo en la ventana de mi casita de campo. Vi llegar al camión. Estaba preparando la merienda. Era por la tarde. La curiosidad y el horror que experimentábamos en aquellos terribles días, me llevaron a interesarme en aquel camión que se detenía a lo lejos. Enseguida vi que bajaban a un hombre. Se oyó un disparo. Luego bajaron dos hombres. Se oyeron otros disparos, yo diría más bien pocos, quizás uno por cada uno… Los que los asesinaron vinieron a nuestra casa y le dijeron literalmente a mi marido: “Vaya a enterrar a esos tres animales”. Fue más tarde cuando supimos que se trataba de tres religiosos». Los verdugos les habían puesto la boina en la cabeza para disimular el tiro de gracia. Cuando preguntaron a la señora Vidal por qué habían matado a estos tres hermanos, la respuesta de esta campesina fue: «Les mataron porque eran frailes. ¡Mataron a tantos!». Sobre la tumba, ella había plantado una simple cruz, y regularmente depositaba unas flores.
«Si no podemos hacer la señal de la cruz, tanto da que nos maten»
Antonio Casany Villarrasa, religioso profeso claretiano nacido el 4 de noviembre de 1895 en Ruideperas (Barcelona), contaba 40 años cuando lo mataron en Sant Pere dels Arquells (Lérida). Fue beatificado el 21 de octubre de 2017 en Barcelona. La biografía de la beatificación especifica que lo mataron tras identificarlo como religioso, y lo mataron junto a un sacerdote, Juan Nadal, que no ha sido beatificado (todavía: la declaración de su madre en la Causa general, legajo 1463, expediente 33, folio 41). La documentación de la Causa general dice que fueron fusilados y enterrados cerca del Mas Claret de San Pedro de Arquells (folio 65), si bien esta biografía señala otro lugar:
Al estallar la Revolución, el H. Casany estaba en Cervera. De allí salió con los demás hacia Solsona el día 21 de julio de 1936, pero, como se ha dicho antes, fue a parar a San Ramón y a los dos días llegó al Mas Claret, día 24.
Aquí pasó dos días dedicados a tareas propias de los Hermanos Coadjutores y a rezar el Santo Rosario, pues estaba convencido de que le matarían. Por ello decía que había que rogar por los perseguidores para que Dios les iluminara.
Al salir del Mas Claret por superpoblación se dirigió al Mas Rosich, llevando dos vacas de la finca Mas Claret, porque los milicianos se llevaban todo, de las que se ocupaba el H. Casany además de ayudar en las faenas de la casa, de la trilla. En esta casa pasó tres semanas. Durante este tiempo el Hermano continuaba con sus rezos en particular, siguiendo los horarios conventuales, y con la familia rezaba el Santo Rosario. Su vida de piedad la conservó siempre. Por otra parte hablaba poco y su estado de ánimo era cupo, pues ansiaba volver al Mas Claret, pero la familia le disuadía de ir por el peligro que corría. Solía decir que si no podía volver a la Congregación, no sabría cómo vivir.
Cuando iniciaba el trabajo se hacía la señal de la cruz y los otros trabajadores le decían:
No hagas esto, que te matarán.
Él respondía:
Si no podemos hacer esto, tanto da que nos maten.
El 10 de agosto por la tarde se presentaron en el Mas Rosich unos de Cervera, capitaneados por el tristemente famoso Casterás, el Félix y el Estruch. Dieron unas vueltas en auto, por lo cual el dueño pudo escapar, e hicieron un registro y preguntaron si había algún fraile escondido. El Casterás encontró al H. Casany ordeñando las vacas y le obligó a ir a la era. El Casterás le dijo al criado: ya podías decir que no tenías fraile. El criado dijo que aquel era un criado que habían alquilado hacía pocos días. El H. Casany no dijo nada. El Casterás le hizo subir al auto para llevarlo a Cervera, pero antes los milicianos se dieron un hartazgo de vino. Cuando iban de viaje fueron arrollados por el tren en un paso a nivel de Montpalau, arrastrándoles más de trescientos metros, pero salieron ilesos. Mientras los arrastraba el H. Casany sacó el rosario. El Casterás al verlo le dijo:
¿Ves como eres un fraile?
No les pasó nada. Sacaron el coche de delante del tren, subieron al tren y llegaron a Cervera.
Hechas unas diligencias volvieron con dos coches al Mas Rosich llevando al Hermano y al sacerdote Juan Nadal, que habían cogido en la masía del Frare de Vergós Garrejat. Con ellos iban ocho o diez milicianos comandados por los tres mencionados. En el Mas Rosich, ya a eso de las nueve de la noche, brindaron por Baco de igual manera que antes del accidente y, de resultas, largaron lo que les había ocurrido durante el día. Obligaron al criado, Sr. José Duch, a que les acompañara a la carretera y durante el trayecto no hicieron otra cosa que procurarles malos tratos y vejaciones a los dos detenidos. Quisieron desnudarlos y hacerlos cantar canciones inmorales, pero no lo consiguieron.
Cuando llegaron al Mas de l’Alán hicieron bajar a todos de los autos. Al criado le dijeron que se podía marchar. El H. Casany preguntó al otro si era sacerdote y sin esperar respuesta se le arrodilló a los pies.
Inmediatamente el Félix disparó a los dos. El criado que estaba a unos metros, oyó los disparos, creyendo que iban para él y escapó. Y no oyó más.
Sus cadáveres fueron quemados completamente por orden del comité de Cervera.
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