En el reciente torneo de Roland Garros, la descalificación de la tenista japonesa Miyu Kato ha generado un intenso debate sobre la supuesta igualdad de género y la aplicación justa de las reglas. Durante un partido de dobles femenino, Kato golpeó accidentalmente en el rostro a una recogepelotas al intentar devolver una pelota cuando el punto ya no estaba en juego. Aunque según el reglamento esto conlleva la pérdida automática del partido, la comunidad tenística cuestionó la proporcionalidad del castigo para la jugadora nipona, argumentando que el golpe carecía de fuerza.
El árbitro del encuentro decidió aplicar estrictamente el reglamento y descalificó a Miyu Kato, lo que generó descontento en gran parte del mundo del tenis. Muchos consideraron excesiva la sanción impuesta a la tenista japonesa, ya que el golpe no fue intencional ni llevaba consigo una potencia considerable.
Sin embargo, la historia no terminó del todo mal para Kato, quien finalmente se proclamó campeona en la modalidad de dobles mixto junto al alemán Tim Puetz. Al respecto, Kato explicó: «Solo devolví la bola al otro lado de la cancha para que mis rivales sacaran». Sorprendentemente, la tenista reveló que tanto el árbitro como el supervisor le manifestaron: «Si el recogepelotas hubiera sido niño, no habría habido problema».
Kato también compartió que le explicaron que, si la recogepelotas hubiera sido impactada en las piernas o en los brazos, o si hubiera dejado de llorar después de cinco minutos, la descalificación no habría ocurrido. Sin embargo, debido a que el impacto ocurrió en el cuello, se tomó una decisión diferente. Estas revelaciones plantean interrogantes sobre la justicia y la equidad en el trato de incidentes similares en el tenis.
Además, Miyu Kato mencionó la actitud de sus rivales durante el incidente, especialmente la española Sara Sorribes, quien ha sido duramente criticada por su falta de solidaridad y su negativa a abordar el tema con la tenista japonesa. «De Sorribes no recibí nada de nada. Ella se defendió en una conferencia de prensa, pero conmigo no habló», expresó Kato.
En su defensa, Sorribes afirmó que ella no tuvo ninguna influencia en la sanción impuesta a su rival y que su preocupación se centró únicamente en el estado de la recogepelotas. «Nosotras no hemos hecho nada. Fue la decisión del supervisor. La regla es la regla. Solo nos preocupamos por lo que le pasó a la niña», comentó Sorribes.
Este incidente en Roland Garros pone de manifiesto la necesidad de una reflexión sobre la supuesta igualdad de género y la aplicación imparcial de las normas en el tenis y otros deportes. Si bien es esencial garantizar un entorno seguro para todos los participantes, también es fundamental evitar desigualdades basadas en percepciones subjetivas o decisiones discriminatorias. La comunidad tenística y los organismos rectores deben trabajar juntos para revisar y mejorar los protocolos existentes, buscando siempre la equidad y el respeto en el deporte.
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Habría que establecer una casuística muy detallada para casos como éste, teniendo en cuenta que “la tenista reveló que tanto el árbitro como el supervisor le manifestaron: «Si el recogepelotas hubiera sido niño, no habría habido problema”.
El hecho en sí de ser niño o niña carece de implicaciones en cuanto a la gravedad de la agresión. Depende de la constitución física y emocional de la persona afectada. Un niño puede ser más endeble y sensible que una niña, y también puede llorar, por ejemplo si la pelota le da de llano en las pelotas, valga la redundancia.
Por tanto, habría que valorar no solo el sexo, sino la altura, el peso, la masa muscular, la zona del impacto…
Por otro lado, hay que considerar el caso de que la recogepelotas sea un niño trans, o el recogepelotas una niña trans. ¿Qué tendrán en cuenta, el sexo real o lo que han dado en llamar el género sentido?
Y no olvidemos que si el pelotazo a la niña se lo hubiese dado un hombre en vez de una mujer, hubiese tenido que afrontar, además de la descalificación, la acusación de violencia de género.
Moraleja: por un lado igualan ambos géneros, por el otro los discriminan, y por ambos lados los mezclan. Es lo que ocurre con las metafísicas idealistas, como esta de la ideología de género, que cuando se confrontan con la realidad no solo no encajan, sino que se revelan como un delirio de la sinrazón pura, por no decir de la estupidez absoluta.
«La regla es la regla». Esclavos de la letra.
Si alguien cae en un pozo con un cartel que dice «Se prohíbe nadar» y se está ahogando, nadie puede ir a auxiliarlo porque la regla es la regla.
«Solo nos preocupamos por lo que le pasó a la niña». Apueste (y gane) a que esos preocupados no saben el nombre de la niña, y a que, una vez fuera de la cancha, lo que le pase a la niña les importa menos que un comino.
Ni los fariseos eran tan hipócritas.