No hay proyecto sin historia, sin relato. El cristianismo vive en un permanente desafío, porque la orden secular por excelente que sea siempre contradirá la ciudad perfecta de Dios. Es el desafío cristiano. ¿Cuál es el relato cristiano para este tiempo? ¿Aquel que no cuestiona el orden secular cuando es anticristiano? ¿El que se sujeta a lo que es políticamente correcto y acepta que el mensaje cristiano quede reducido a uno de tantos humanitarismos? ¿O bien aquel otro que acepta el orden liberal en todo excepto en el aborto, el matrimonio homosexual y la perspectiva de género? ¿Acaso es un relato de rayos y truenos, que contradice de manera obvia, no ya la historia, sino el lenguaje de Jesús?
Es evidente que en nuestra época el desafío es muy grande. Vivimos en unos tiempos dramáticos para la Iglesia, y también para el conjunto de la sociedad, especialmente en occidente que parecía muy instalado en la historia. El Mal baila sobre nuestras miserias humanas y debilidades, nos divide, siembra confusión, impulsa idolatrías del poder, del dinero, de las ideologías y del deseo. Rompe los vínculos entre personas, comunidades, con la tradición, la ley, la propia Iglesia.
Estalla el híperindividualismo que sostiene que la realización personal se encuentra solo en la satisfacción de las pulsiones de los deseos de posesión.
Esta moral y esta cultura han conducido a la confusión del bien con la preferencia subjetiva, y la justicia con la propia conveniencia. Se destruye la identidad de la persona y de la familia, se mercantilizan las relaciones humanas, se banaliza la conciencia, la vida se hace insignificante porque han marginado la dimensión de lo sobrenatural, que nos declara nada menos que hijos de Dios, miembros de su Alianza. Miembros de la Asamblea del Pueblo de Dios.
Sectores de la propia Iglesia contribuyen a la insignificancia al renunciar a presentar el misterio de lo sagrado y la dimensión completa de lo sobrenatural, confunden la Iglesia de Jesucristo, creada para liberar y salvar a la humanidad, con una simple ONG y un centro de animación social. Han sustituido el vuelo del águila con el revoloteo gallináceo. Ningunean que para mantener los pies en la tierra hay que mirar al cielo.
Hay una convergencia de esfuerzos para atacar y destruir la Iglesia desde el anticristianismo histórico y el nuevo liberalismo cosmopolita de la globalización. En este impulso el papado es la columna para batir. Algunos ingenuamente colaboran sin pensar en las secuelas. Olvidan una máxima vital del hecho católico: Il Papa non è toccato. Las deficiencias de los pastores no se resuelven desde la crítica impiedosa sino con la suplencia de sus carencias. La bondad en la forma como reaccionamos es una exigencia cristiana.
Pero, el problema central no son aquellas embestidas, ni tan siquiera la pederastia. El problema radical es la debilidad de la identidad católica. En Occidente la evangelización es escasa, a pesar de que los católicos alejados son mayoría, son católicos pero no mucho, católicos a los que se refirió el Papa. Incluso una parte importante de los que permanecen en la práctica, tienen una identidad católica débil. ¿Qué es hoy ser católico?
La evangelización tiene que empezar en el seno de la propia Iglesia para lograr una respuesta coherente y masiva a aquella pregunta. Es un mal terrible porque la respuesta es muy sencilla; la proclama la liturgia de cada domingo.
En el trasfondo de aquella debilidad católica se encuentra un cierto debilitamiento sacerdotal, la mundanización en algunos casos de su misión sacramental que se manifiesta en la dificultad de acércanos a lo sobrenatural, en ocasiones a ni intentarlo, y este impedimento genera a su vez, la relativización de la importancia del sacerdote. En épocas más lejanas esta carencia podía quedar oculta por su primacía intelectual, hoy en una sociedad de altos niveles formativos, aquella singularidad estructural no existe, y es su misión insustituible como trasmisor de lo sagrado la que debe brillar con más fuerza.
1 Comentario. Dejar nuevo
El problema es quien «colabora ingenuamente» en abatir la columna del papado es el propio papa. Y la «crítica impiedosa» es la de Francisco hacia los pastores que cumplir con su obligación y deber moral de evangelizar y dar razones de la fe, y no al revés. No se puede evangelizar cuando el principal responsable de confirmar en la fe dice que el «proselitismo» es un tontería o, peor, es veneno.