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¿Quién será ese extraño? cuidar hoy al yo de mañana

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La neurociencia moderna, en su afán por comprendernos, ha descubierto algo profundamente revelador: cuando pensamos en nuestro yo futuro, el cerebro lo trata como si fuese otra persona.

Como si al imaginarnos dentro de unos años, más maduros, más sabios, estuviésemos pensando en un desconocido. Y si nuestro cerebro se desconecta así del mañana, ¿cómo vamos a tomar decisiones hoy que beneficien a ese «extraño» que seremos?

Esta desconexión es la raíz de muchos de nuestros males. Es por eso que postergamos decisiones importantes, que evitamos compromisos, que gastamos sin medida o que tratamos nuestro cuerpo y alma con negligencia.

¿No será que en el fondo creemos que las consecuencias las sufrirá otro, y no nosotros mismos?

¿Estás esperando a tu yo futuro?

Reflexiona: ¿cuántas veces has dejado para mañana lo que sabías que debías hacer hoy? ¿Cuántas veces has dicho: “mañana estaré más motivado”, “la próxima semana empiezo”, “ya tendré tiempo”?

Es como si esperáramos que un yo más virtuoso, más disciplinado y más fuerte venga a rescatarnos de nuestras propias decisiones.

Pero ese yo no existirá… si no lo forjamos desde ya.

La falta de continuidad con nuestro yo futuro no solo nos roba fuerza de voluntad; puede también erosionar nuestra vida espiritual y moral.

Estudios muestran que quienes se sienten desconectados de su futuro actúan con menos ética, mienten con mayor facilidad y viven de espaldas a las consecuencias.

Pero quienes mantienen esa continuidad, se comportan con mayor responsabilidad,  responden a sus compromisos y muestran un deseo firme de mejorar.

La esperanza cristiana 

La fe cristiana no es solo memoria del pasado ni urgencia del presente: es también esperanza del futuro.

Y esa esperanza no es pasiva. Es una decisión activa de vivir hoy como ciudadanos del Cielo, aunque aún peregrinemos en la tierra.

Es entender que el yo futuro no es un extraño, sino la versión santificada de ti mismo que Dios quiere formar.

Imagina tu yo futuro. Míralo a los ojos. ¿Está en paz? ¿Está lleno de frutos del Espíritu? ¿Es alguien que ha luchado, caído, pedido perdón y perseverado en la gracia?

Esa visión es una promesa de lo que Dios puede hacer en ti, si tú cooperas desde hoy.

Algunas prácticas concretas para vivir conectado con tu yo futuro:

  1. Examina tus decisiones presentes. Pregúntate: ¿esta acción me construye o me destruye? ¿Qué impacto tendrá en mi alma mañana?
  2. Invierte en hábitos santos. Como quien siembra en buena tierra, dedica tiempo a la oración, la lectura espiritual, el descanso ordenado, el servicio. Todo eso moldea a tu yo futuro.
  3. Escribe una carta a tu yo de dentro de 10 años. Sé honesto. Pídele cuentas. Y comprométete ante él.
  4. Confía en la gracia. La santidad no es una proeza humana, sino un milagro que Dios hace en los que perseveran.

En el juicio final, el Señor no nos preguntará cuántas metas escribimos en un papel, sino cuánto amor pusimos en nuestras decisiones diarias. La fidelidad es la mejor inversión. Tu yo futuro —y Dios— te lo agradecerán.

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