«La vida de don Giussani ha dejado una huella indeleble en la historia. Miles de hombres y mujeres en todo el mundo han quedado marcados, de un modo u otro, por el encuentro con su persona; marcados hasta el punto de que su vida se ha visto cambiada de manera irreversible por ese encuentro. A unos les ha traspasado su mirada, tan penetrante y a la vez llena de inagotable asombro y atención a todo y a todos; a otros les ha conquistado su voz ronca y, sin embargo, cálida y decidida –esa voz que sabía hablar de Cristo y del hombre de tal modo que siempre iluminaba la razón y avivaba el corazón de quien lo escuchaba–; otros lo han conocido, de modo más indirecto pero no menos incisivo, leyendo sus libros o a través de personas cambiadas por el encuentro con él. Pero, ¿quién fue don Giussani?».
Con estas palabras da comienzo la exposición digital que puede visitarse online con motivo del centenario de Luigi Giussani, el fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación, que nació el 15 de octubre de 1922 en Desio, un pueblecito de la Brianza, al norte de Milán, «en una casa pobre en pan, pero rica en música», como destacó Joseph Ratzinger en la homilía de su funeral.
De padre socialista y de madre católica, ambos le imprimieron carácter.
El padre con su ímpetu por buscar siempre las razones por las que dar cada paso en la vida, y por su pasión por la música clásica. Giussani siempre recordaba con asombro que su padre estaba dispuesto a hacer un sacrificio económico considerable para poder contar con un cuarteto de cuerda que actuara en su casa los domingos por la tarde.
De su madre siempre destacó su fe profunda y sencilla, que daba forma a sus quehaceres domésticos y que los ponía en relación con el mundo entero. «Todas las noches, cuando venía a arroparme a la cama, ni una sola noche dejó de decirme: “acordémonos de los pobres”, “acordémonos de lo que ha pasado en Japón”, “piensa en la guerra que hay en China”… Me recordaba todo esto cuando nadie hablaba de China, ni mucho menos de los pobres».
A los once años entró en el seminario y uno de los primeros compañeros de su temprana vocación fue curiosamente uno de los grandes poetas italianos, Giacomo Leopardi, conocido entre otras cosas por su agnosticismo. Él mismo reconoce que llegó a obsesionarle la lectura de sus poemas. «Durante un mes me tuvo más “enganchado” que nuestro Señor», afirma en tono de broma, recordando aquel mes en que solo leía a Leopardi. Más tarde, a los 16 años, descubrió una clave de lectura de su poesía que acabó convirtiendo a este poeta en «el compañero más sugerente de mi itinerario religioso».
«En aquel instante pensé que la poesía de Leopardi era, 1.800 años después, mendigar aquel acontecimiento que ya había acaecido y que anunciaba san Juan».
Su búsqueda incansable, que otros podrían interpretar como platónica o incluso desesperada, halló un punto de encuentro en lo que Giussani siempre llamó «el bello día», al descubrir que todos los anhelos infinitos del corazón humano se habían encarnado en un hombre con el que es posible encontrarse. Fue curiosamente leyendo el Evangelio de san Juan –«el Verbo de Dios se ha hecho carne»– cuando empezó a pensar en aquellos poemas como una petición. «En aquel instante pensé que la poesía de Leopardi era, 1.800 años después, mendigar aquel acontecimiento que ya había acaecido y que anunciaba san Juan».
Después de su ordenación, sus superiores habían pensado en él para hacer carrera en el seminario, pero durante sus años de estudio de teología tuvo una serie de encuentros “casuales” con jóvenes que le hicieron darse cuenta de que, aunque las iglesias italianas seguían llenas en los años 50, la gente joven cada vez vivía más separada de la fe y el hecho cristiano ya no tenía nada que ver con su vida concreta ni con sus intereses. Tomar conciencia de esto le llevó a tomar una decisión crucial. Pidió permiso para aparcar su carrera teológica y marcharse a dar clase de religión a un instituto público. En 1954 subía por primera vez los escalones del Liceo Berchet de Milán, donde dio clase hasta 1967. Allí nacería el germen de lo que a partir de 1968 pasó a llamarse Comunión y Liberación.
Siempre contaba que lo primero que dijo a sus alumnos nada más entrar en el aula fue: «No estoy aquí para que consideréis como vuestras las ideas que yo os doy, sino para enseñaros un método verdadero para juzgar las cosas que os voy a decir».
Lo que le definía por entero era una pasión por Cristo y por comunicar el hecho cristiano, precisamente como eso, como un hecho, sin tolerar nunca que fuera reducido a una doctrina o a una idea.
Por ello en su vocabulario siguen siendo esenciales palabras como encuentro, acontecimiento, realidad, deseo o asombro. Porque proponía a Cristo tal como el mismo Cristo entró en la historia, como un hombre con el que cualquiera podía encontrarse, un hombre que vivía las mismas cosas que los demás pero las miraba de un modo absolutamente sorprendente y atractivo, convirtiendo la vida en una aventura apasionante.
«Este es el largo viaje que tenemos que realizar juntos, esta es la aventura real: el descubrimiento de esa presencia en nuestra carne y nuestros huesos, el sumergirse de nuestro ser en esa presencia, es decir, la santidad». Una aventura que consistía en «levantarse por la mañana, tomarse el café, ir en tranvía, llegar al trabajo o meterse en la cocina a limpiar todo, hacer las camas, barrer, quitar las telarañas, comer, subir de nuevo al tranvía, volver a casa, hablar con la gente. Esto es el tiempo que pasa. Cómo vivir el tiempo que pasa, el corazón del tiempo que pasa y, por tanto, su valor, su significado, es la oración».
Para Giussani todas las cosas, grandes o pequeñas, cobran un valor inmenso y se vuelven completamente nuevas cuando se miran como una ocasión de profundizar en nuestra relación con Aquel que nos las da. Como dice Davide Prosperi, actual presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, Giussani «no un superhombre ni un hércules de la fe (aunque quizá también lo fuera), sino un hombre que durante toda su vida no hizo más que atraer a muchos hombres y mujeres a su mismo asombro, ese asombro que era como el de un niño que abriera por primera vez los ojos ante al mundo, como le gustaba decir, un asombro que llenaba sus ojos y su corazón cada vez que hablaba del corazón del hombre, ese ser misterioso, tan mísero y a la vez tan grande; ese asombro que se adueñaba de él cada vez que hablaba de Cristo».
Son muchos los que dicen que cuando Giussani hablaba contigo te hacía sentir la persona más importante del mundo en ese instante para él
Son muchos los que dicen que cuando Giussani hablaba contigo te hacía sentir la persona más importante del mundo en ese instante para él. No concebía nunca el tiempo como algo perdido, todo era siempre ocasión porque todo era dado. De ahí que para él, el hombre verdaderamente religioso sea aquel que «vive intensamente la realidad».
Tenía una manera absolutamente original de mirar a cualquiera, todo corazón humano era a sus ojos como un mar infinito, a pesar de todo lo que pudiera agitarlo él siempre reconocía su grandeza. «En calma o agitado, silencioso o embravecido, el mar tiene todos los días en cada instante un mínimo común denominador, un significado base único e inexorable, que es su grandeza: el sentido arrollador de una enorme aspiración al infinito, al misterio infinito. (…) Así es tu vida, en las vicisitudes angustiosas o serenas que se suceden aparentemente sin motivo: hay una voz, una pasión, una agonía que está en la base de todo, y es la voz, la pasión, el ansia por Él, felicidad, belleza, bondad suprema», decía a su querido amigo Angelo Majo. «Amigo personal del infinito, eres polvo pero eres mar».
Hoy se celebra su centenario en más de noventa países por los que se ha extendido el movimiento que nunca pretendió fundar, como escribió en una carta a Juan Pablo II:
«No solo no pretendí nunca “fundar” nada, sino que el genio del movimiento que he visto nacer consiste en haber sentido la urgencia de proclamar la necesidad de volver a los aspectos elementales del cristianismo, es decir, la pasión por el hecho cristiano como tal, en sus elementos originales y nada más».
El sábado 15 de octubre, cuando se cumplen cien años del nacimiento de Luigi Giussani, el movimiento de Comunión y Liberación peregrina a Roma, donde será recibido en audiencia por el papa Francisco.
La comunidad de CL en Barcelona ofrecerá la posibilidad de participar en la audiencia por streaming para todos aquellos que por diversos motivos no puedan desplazarse a Roma y para quienes quieran sumarse a la celebración. Para recibir información sobre cómo acceder, es posible contactar por correo electrónico en la siguiente dirección: barcelona@clonline.es
En 1954 subía por primera vez los escalones del Liceo Berchet de Milán, donde dio clase hasta 1967. Allí nacería el germen de lo que a partir de 1968 pasó a llamarse Comunión y Liberación Share on X