fbpx

¡Que viene Mussolini! Están… acongojados

Leyendo algunos medios de comunicación de este país, como El País o La Vanguardia, e incluso en informaciones y comentaristas de periódicos como ABC, por no hablar de determinadas radios y televisiones, uno se queda con la impresión de que el fascismo ha aparecido por doquier. Ha resucitado.

COMPARTIR EN REDES

Leyendo algunos medios de comunicación de este país, como El País o La Vanguardia, e incluso en informaciones y comentaristas de periódicos como ABC, por no hablar de determinadas radios y televisiones, uno se queda con la impresión de que el fascismo ha aparecido por doquier. Ha resucitado.

En realidad, es una manifestación del terror cerval que hoy circula por las mentes de las minorías dominantes, a las que se denomina élite por decir algo. Un miedo que surge porque se les ha roto el artilugio que les ha permitido la hegemonía total, mediática, cultural, económica y política, en lo que va de siglo.

ha reducido a un segundo plano lo que antes era su objetivo principal: la reducción de las desigualdades económicas.

El artilugio no es otro que la alianza objetiva entre el liberalismo cosmopolita de la globalización y lo que antes eran las izquierdas, reconvertidas ahora en progresía de género. La agrupación, más o menos beligerante entre ellas, de los restos de la socialdemocracia y las múltiples mutaciones de los partidos a su izquierda, todos ellos abducidos por el feminismo y las identidades de género, ha reducido a un segundo plano lo que antes era su objetivo principal: la reducción de las desigualdades económicas. Lo único que conservan de su pasado es su pasión estatista, reñida por definición con la búsqueda de una mayor eficacia y eficiencia administrativa, y su pasión por el gasto público.

Los LGTBIQ, más una infinita definición de identidades, que se enumeran sin el menor atisbo de vergüenza torera.

Hoy, la izquierda ha ido abandonando sucesivamente, salvo honradas excepciones, cualquier interpretación del marxismo como eje fundamental. En su lugar, han abrazado desesperadamente la teoría de género y, posteriormente, la extraña doctrina queer, construyendo así, a partir de unas identidades ultraminoritarias, todas ellas relacionadas con peculiares comportamientos sexuales, identidades colectivas de signo político con bandera y música. Los LGTBIQ, más una infinita definición de identidades, que se enumeran sin el menor atisbo de vergüenza torera.

Esto, que podemos denominar en propiedad homosexualismo político, más el poderoso instrumento del feminismo de género, creador de un nuevo y gran enfrentamiento, divide a la humanidad entre mujeres perseguidas sistemáticamente por el hecho de serlo por los hombres organizados en el patriarcado.

Es este planteamiento, que se ha situado en el primer plano de la política hasta convertirse en ideología de Estado, liquidando así un principio fundamental del Estado liberal, el de carecer de ideología para poder acoger a todas ellas en igualdad de condiciones, el que ha forjado la alianza objetiva entre los que teóricamente eran adversarios: el liberalismo de la globalización y la postizquierda, generando ventajas mutuas para ambos.

Para los primeros, ha desplazado de la agenda pública la madre de todas las desigualdades, la económica, en beneficio de las desigualdades entre hombres y mujeres, y entre las identidades sexuales y los llamados cisexuales, es decir, nosotros, la inmensa mayoría. Para la postizquierda, les ha permitido sustentar desde el poder del Estado o de sus proximidades lo que es su nueva ideología, algo que por sí mismos nunca habrían alcanzado.

Y esto les dio la hegemonía en Estados Unidos, y de allí se extendió y financió, ganando la mayor parte de Europa, al menos de la Europa occidental y nórdica. La sorpresa ha surgido cuando, en el propio centro del imperio, se forjó la reacción ahora ganadora, una alianza heterogénea como aquella y de signo opuesto, que ha encontrado en Trump el ariete electoral de una amplia y, en buena medida, también contradictoria coalición, que va desde las clases trabajadoras desposeídas hasta un número creciente de inmigrantes, que todavía sería mayor si no fuera por la radicalidad de las propuestas trumpistas en este ámbito.

La parte mayoritaria de los católicos también ha abandonado su partido histórico de referencia, el demócrata, para pasarse al voto republicano, Esto más el capitalismo tecnológico; parte de él, pero no el gran capitalismo financiero, el de Wall Street, sólido baluarte de liberalismo de la globalización del Partido Demócrata

Este hecho, que vino precedido del triunfo relativo de la nueva derecha en las últimas elecciones europeas, ha generado el pánico, que solo conocen aquellos que se han acostumbrado a detentar el poder total como algo inherente a la bondad de su condición política.

Hoy, es el espanto que atraviesa, por ejemplo, el corazón de los directivos de Planned Parenthood, el gran negocio del aborto masivo gracias a la disponibilidad de las cuantiosas subvenciones federales, que permiten salarios dignos de la banca de inversión a sus directivos. Ahora estos reducen gastos a base de cerrar centros abortistas y vender edificios; en ningún caso de reajustarse los ingresos. Y esto no es demagogia, sino hechos, y, por tanto, en todo caso, se trataría de la demagogia de los hechos.

Es en definitiva el miedo a perder todas la prebendas adquiridas después de más de un cuarto de siglo de dominio.

La reacción ante tal espanto es el intento de comunicar este mismo sentimiento a toda la población. ¡Que viene Mussolini! ¡Que vuelve el fascismo! Y nos aportan series de TV fantasmagóricas que maltratan un extenso libro de singular interés, M, el hijo del Siglo, de Antonio Scurati.

Ahora, todo lo que se oponga al establishment de la Alianza Objetiva es fascista. Lo es Vox, y cada vez más el PP, lo son Meloni, Orbán, toda la nueva derecha, y debe evitarse a cualquier precio que se alíen con la derecha tradicional, porque entonces sus mayorías en Europa serían generalizadas.

Se usa la palabra fascista como un recurso propagandístico, que sirve para deslegitimar al adversario al asociarlo con uno de los peores sistemas del siglo XX,

Se usa la palabra fascista como un recurso propagandístico, que sirve para deslegitimar al adversario al asociarlo con uno de los peores sistemas del siglo XX, pero no ayuda a comprender la naturaleza real de aquel régimen, se le trivializa, se lo reduce a la nada. Y entonces sí, llegaría el riesgo si las actuales democracias europeas y la Comisión siguen con sus desaciertos, porque ya se sabe qué sucede cuando se reitera hasta la saciedad «que viene el lobo» sin que sea el caso. Que cuando realmente aparece, nadie le hace excesivo caso.

En estos momentos, el principal aliado del fascismo real, que apenas si está presente en nuestra política, son los liberales de la globalización y la postizquierda de género, con sus continuas descalificaciones, su negativa a aceptar la alternancia democrática, como sucede de forma aparatosa en España, a base de fronteras, muros y cordones sanitarios, hasta convertir sus gobiernos en reductos cercados por la realidad.

Y es que el fascismo es algo muy concreto:

Concepción esencialista del estado. Totalitarismo.

Rechazo del pluralismo político, los derechos individuales, el parlamentarismo y el Estado de derecho, y la división de poderes.

Partido único.

Liderazgo carismático y autoritario. La figura del líder concentra el poder

Violencia política y paramilitarismo.

Estética del poder y movilización de masas.

Corporativismo autoritario.

Estos son sus rasgos más destacados, que abundan en regímenes queridos de la postizquierda como Venezuela, Cuba y Nicaragua, muestra la patita en «aliados» con los que cuenta para el futuro la Comisión Europea de Von der Leyen, como Erdoğan en Turquía  o presenta rasgos que asume el régimen hindú, otro aliado potencial, para no hablar del predilecto de Sánchez, con sus viajes, China.

Quien establece liderazgos mesiánicos, «el jefe siempre tiene razón», es el PSOE de Sánchez, que se carga sin remilgos el control parlamentario y la división de poderes. No, no es fascismo, pero genera mentalidades fascistas. O sea que, si le ven las orejas al lobo, ya saben por dónde mirar.

El libro «La pederastia en la Iglesia y la sociedad» de Josep Miró i Ardèvol ya está a la venta, puedes adquirir tu ejemplar aquí: https://almuzaralibros.com/fichalibro.php?libro=9176&edi=7
Quien establece liderazgos mesiánicos, el jefe siempre tiene razón, es el PSOE de Sánchez, que se carga sin remilgos el control parlamentario y la división de poderes. No, no es fascismo, pero genera mentalidades fascistas. O sea… Compartir en X

 

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.