Nos encontramos en el cruce de caminos en que hay que decidir qué camino tomar. La niebla es densa y la temperatura asfixiante. Lo sabemos bien, pues nuestra conciencia nos advierte de los peligros del ego y del ambiente. Nos susurra sutil y lindamente que para acertar el camino es necesario abrazar la Cruz de la Verdad. Solo a través de ellas podremos alcanzar la Vida espiritual, que sabemos que es eterna. Y eso ya en esta vida mortal. Para ello debemos sacudirnos la modorra y los protocolos. Y luchar con denuedo, usando las armas de la modernidad –que también las hay buenas- para advertir primero y evitar luego los hechizos de la manipulación ideológica, a fin de sanarla desde dentro. Siendo proactivos, tratando de estimular nuestra creatividad y la de todos aquellos que se decidan a defender la Vida y la Verdad. ¡La hora es ahora!
Hoy, en la alta montaña el aire y el sol cauterizan. Nos saludamos con caminantes curtidos, y otros que son de fin de semana. Ya sabemos. En la cima de la propia vida, se encuentran perdidos y angustiados –diríase que depauperados-, jadeando, ansiosos de llenarse los pulmones de plenitud. No obstante, en lugar de esforzarse por aplicarse a una transformación sana de los defectos que todos tenemos, lo que hacen es encerrarse en el vacío de sí mismos para adorar las insalubres tendencias rastreras de su ego con el incienso de la falsa panoplia, y así tratar de evitar la inevitable soledad del ser que uno siente cuando está solo con la voz de sí mismo torpedeándole insistentemente para hacerle creer que una multitud le alaba sus mamarrachadas. Se sienten solos: ¡Bienvenidos al ánima mundi, hermano mío, mi hermana! …Y ahí, tarde o temprano la soledad les abrasa. “¿Cómo es posible tanta inconsciencia?”, te preguntarás.
Observemos. ¿Qué me dices de la escuadrilla de transformadores “humanistas” que les venden tuits, peroratas y cartapacios que llaman “las nuevas biblias”? Son conferenciantes de lujo, que se presentan como gurús del bienestar, los nuevos “sacerdotes de nuevas religiones sin Dios ni esperanza” (Josep Maria Torras – La Pinacoteca de la Oración – La verdadera sabiduría 10 – Encantadores de serpientes). Ahí, revueltos entre los perdidos rebeldes sin causa, se prodigan en gestos y gestas a mansalva para no perder su ascendencia y seguir viviendo del cuento, convenciendo con costosas prácticas pseudoespirituales a sus prosélitos de que hay vida más allá de uno mismo. Son rasgos cristianos que imitan, porque les ven parte de verdad.
Pero fíjate. Lo que no advierten unos y otros es que sin Dios, la alteridad es un camelo que siempre vuelve al origen, porque esa llamada alteridad, una vez vaciada la palabra “amor” de su entidad, nace ya viciada por el ego, y acaba pasando factura al ánima que a ella se entrega, que se sume perdida en un mar de sudor y lágrimas. ¿Qué ha pasado? La han llenado de melopeas machaconas que enturbian el ánimo. Es el precio de abandonar el sombrero colgado en el perchero del vestíbulo y adentrarse en estancias de espesuras fantásticas de brujas que venden capuchas a precio de oro. Un precio que acaba teniendo que pagarse.
Nueva Era, Nueva Eva. Porque al caer, muchos de ellos despiertan y advierten el gran engaño de las serpientes de cascabel que les tintineaban con hipnotizadoras prácticas egotistas para hacerles creer que eran felices. Y no. El alma necesita el aire puro que solo en Dios se respira, porque Dios es el Ser-Creador que nos ha parido con dolor de cruz por Amor, ese amor que se contagia sin conferencias, solo con desprendimiento y centrado en Dios, no en uno mismo. Un amor –el único Amor- que es fiel al otro porque lo es a sí mismo, y vice-versa. Amor que rezuma Vida y Verdad, y con ellas impulsa a quien las vive sinceramente al “verdadero conocimiento del bien y del mal”, porque son “el Camino, la Verdad y la Vida” (Cfr. Gen 2,17; Jn 14,6). Si perseguimos esa Luz, a través de ellas alcanzaremos el Nuevo Amanecer. Y finalmente advertiremos como que nuestra inconsciencia inicial era justificada: nos habían engañado. Pero no, amigo, amiga: nos habíamos desentendido. No nos desentendamos ahora.
Es el precio de abandonar el sombrero colgado en el perchero del vestíbulo y adentrarse en estancias de espesuras fantásticas de brujas que venden capuchas a precio de oro Share on X