¿Qué es lo que más te ha sorprendido del catolicismo? Una pregunta que podemos hacer a cualquier adulto converso y que a buen seguro nos ayudaría a penetrar más en aspectos fundamentales de nuestra fe.
Es lo que plantea el padre Ian Ker, biógrafo del cardenal Newman.
La cuestión es especialmente interesante porque Newman, mientras fue anglicano, siempre evitó el trato con católicos y, en especial, la visita a iglesias católicas. A los del Movimiento de Oxford los acusaban de ser agentes encubiertos del papismo, así que para evitar dar pábulo a esas acusaciones Newman marcó distancias con todo lo católico.
Por ello, una cosa es la historia de su conversión y otra la de la historia de cómo fue descubriendo lo que era su nueva casa, la Iglesia católica.
Explica el padre Ker que el aspecto que le sorprendió más de su nueva vida como católico fue algo realmente inesperado: la presencia de Jesús-eucaristía en los sagrarios de las iglesias. En una carta dirigida a una amiga que daría el paso y se haría católica pocos meses después, Newman escribía:
“No éramos conscientes de los privilegios que hemos encontrado. Nunca permití a mi mente preocuparse por lo que podría ganar en términos de santidad pero ciertamente, si hubiera pensado sobre ello no podría haberme imaginado la dicha inefable, extrema, de estar en la misma casa con Él, con quien curó a los enfermos y enseñó a sus discípulos… Cuando estuve en iglesias en el extranjero me abstuve religiosamente de cualquier acto de culto, aunque era muy agradable estar en ellas, pero no sabía lo que ocurría allí; ni lo entendía ni trataba de entender la misa – y no sabía, o no me fijé nunca, en la lámpara del tabernáculo – pero ahora, después de haber probado el enorme deleite de dar culto a Dios en su Templo, ¡Qué atrozmente fría es la idea de un templo sin esa Divina Presencia! Uno tiene la tentación de preguntar ¿cuál es el sentido, cuál es la utilidad de eso?”
Y en otra carta a un amigo suyo anglicano, escribía Newman:
“Te escribo desde la habitación que esta junto a la capilla. Es una bendición tan incomprensible el tener a Cristo en presencia corporal en la casa de uno, entre tus propias paredes, que quedan empequeñecidos todos los otros privilegios… Saber que Él está junto a uno, poder una y otra vez ir a Él durante el día…”
Esta importancia de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía era algo más que una simple devoción: “Es realmente de lo más maravilloso ver esta Divina Presencia mirando hacia las calles abiertas desde las diferentes iglesias… No supe nunca lo que era adorar y rendir culto a Dios hasta que entré en la Iglesia católica”.
Palabras que le hacen decir a Ian Ker que “lo que Newman había descubierto era que la objetividad del culto que tanto le impresionaba era el reflejo de la objetividad del catolicismo, que estaba convencido de que era una religión diferente del anglicanismo o del protestantismo”. No es de extrañar que Newman escribiera acerca de su dicha al haber encontrado “una religión real, no una mera opinión que no sabes si coincide con la de tu vecino de la puerta de al lado, sino un credo y un culto externo, sustantivo y objetivo”.
Los católicos, insistía el ahora beato Newman, no damos culto a una definición dogmática, sino a “Cristo mismo, cuya presencia real en el sagrado tabernáculo no es una palabras ni una noción, sino un Objeto tan real como nosotros somos reales”.
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