Hace poco, el papa Francisco se ha referido a que los miembros de distintas religiones nos distinguimos en multitud de cosas, pero estamos unidos en que todos creemos en el amor.
Cuando le preguntó Messori a Juan Pablo II por qué hay «tantas religiones», prefirió hacer referencia, más que lo que nos separa, a “lo que constituye para estas religiones el elemento común fundamental y la raíz común”. Y añadía: “La Revelación cristiana, desde su inicio, ha mirado la historia espiritual del hombre de una manera en la que entran en cierto modo todas las religiones, mostrando así la unidad del género humano ante el eterno y último destino del hombre”, apoyándose en textos del Vaticano II[1].
Al hablar de religión, dependemos del contexto cultural, familiar y personal, es decir, que estamos mediatizados por algunas creencias. Puesto que todo lenguaje está vinculado a una cultura, y cada lenguaje depende de un contexto concreto que le da sentido, a la vez que lo limita. Se deben respetar las formulaciones de los demás, pero saber que cada mediación es una mediatización, “traductore traditore” (el traductor es traidor, en cuanto que pone su interpretación)[2]. Además, todo texto requiere el conocimiento de su contexto y la intuición de su pretexto[3].
Y como no conocemos lo Absoluto, sino por mediaciones, todo nuestro conocimiento es a través de esos iconos de la divinidad. Hablar de Dios tiene muchos aspectos, y uno de ellos es que nunca lo podemos aprehender por completo, concebir a Dios es una empresa contradictoria, porque aquello que surgiría de ello sería una creación de la mente, una criatura.
Apareció la ciencia de la fenomenología de la religión como una disciplina relativamente reciente, aunque Hegel, Heidegger, Jung, y otros han hablado de todo ello y son los que llamaríamos “teóricos”, luego han venido los estudiosos[4]. Raimon Panikkar es uno de ellos, que nos ofrece sugerencias muy interesantes[5]. La religión, que había sido monopolio de teólogos y filósofos, ahora es patrimonio laico.
Los teólogos son confesionales, y se ocupan de la propia religión, como si fuese la única. Decía A. Harnack: «quien conoce el cristianismo, conoce todas las religiones», y María Zambrano habla de que recoge lo mejor de las tradiciones orientales.
Los filósofos buscan la verdad (teología natural, teodicea o teología filosófica). Evidencian el fenómeno religioso desde su contexto. Pero en un mundo donde las instituciones no son ya tan valoradas y domina el espíritu crítico, el diálogo ecuménico de las religiones, la globalización de los problemas que afectan al hombre, exigen contemplar otras posturas distintas a la mía. Al comienzo del milenio, hubo protestas cuando salió la declaración sobre la salvación en Jesús, y se veía como difícil de compaginar con ese respeto a las demás religiones[6].
Pero es que la fenomenología de la religión no niega la salvación en Jesús, sino que abarca otro ámbito, tiene una perspectiva propia que no interfiere en la teológica: es el ámbito que une historia y pensamiento filosófico y muchas ciencias, es la descripción global del hecho religioso a partir de los datos de la historia de las religiones, busca la esencia del fenómeno religioso. Por eso, sin quitar validez a la completitud de la fe cristiana, podemos también decir, en la perspectiva de esta ciencia, que al igual que decía Goethe que quien no conoce más que una lengua no conoce ninguna, así, quien sólo conoce una religión, repetía M. Müller, no conoce ninguna: el conocimiento de las demás religiones nos amplía la mente y nos permite conocer mejor la verdad y la propia religión en su caso.
La fenomenología de la religión es un intento por conocer lo que es la religión a partir del testimonio que ofrecen las casi innumerables religiones de la historia humana. El conocimiento interior de otras tradiciones religiosas no lleva a la relativización indiferentista de la propia, sino a una riqueza de conocimiento[7].
Además, la religión no es un movimiento ascendente (de la persona hacia lo alto), sino descendente (la visión de que de lo alto se nos ofrece una revelación)… y hay un rastro divino en todo lo creado, “semina Verbi”, semillas de la Palabra, del Verbo. En una sociedad pluricultural, plurilingüística, plurireligiosa, el diálogo interreligioso se vuelve cada día más importante, y para ello conocer esos fenómenos de religiosidad que conviven con el nuestro.
[1] «Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra; y tienen también un solo fin último, Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos. […] Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los recónditos enigmas de la condición humana, que ayer como hoy turban profundamente el corazón del hombre: la naturaleza del hombre, el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el pecado, el origen y el fin del dolor, el camino para conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte y, finalmente, el último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, de donde procedemos y hacia el que nos dirigimos. Desde la antigüedad hasta nuestros días, se halla en los diversos pueblos una cierta sensibilidad de aquella misteriosa fuerza que está presente en el curso de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también se reconoce la Suprema Divinidad y también al Padre. Sensibilidad y conocimiento que impregnan la vida de un íntimo sentido religioso. Junto a eso, las religiones, relacionadas con el progreso de la cultura, se esfuerzan en responder a las mismas cuestiones con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado» (Nostra aetate, 1-2).
[2] Lo mismo nos pasa cuando nos explican un autor: lo conocemos de verdad cuando podemos leerlo directamente, y más si es en la lengua original.
[3] Por ejemplo, se nos habla de unas pruebas de la existencia de Dios… pero en realidad no son tales: son pruebas de la racionalidad de tal o cual religión (que no contradice la razón).
[4] Hemos hablado del tema en https://www.forumlibertas.com/para-hablar-de-dios-hay-que-evitar-todo-prejuicio/ y https://www.forumlibertas.com/investigacion-ideologizada-religion-siglo-xix/
[5] Raimon Panikkar, Iconos del misterio. La experiencia de Dios, Ediciones Peninsula, Barcelona, 2oo1.
[6] Declaración “Dominus Iesus” de la Congregación para la doctrina de la fe: https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20000806_dominus-iesus_sp.html
[7] Algunos temen que este planteamiento del tema de la religión desemboque en un sincretismo indiferentista para el cual todas las religiones son iguales porque ninguna, en último término, es absoluta. La fenomenología de la religión no resuelve este problema —propio de la filosofía de la religión y de la teología— aunque ofrece elementos indispensables para plantearlo de forma menos inadecuada. El conocimiento interior de otras tradiciones religiosas no lleva a la relativización indiferentista de la propia. Como en tantos otros terrenos el paso por el otro es el mejor camino para el descubrimiento de las propias riquezas. «Yo sé, decía en su lecho de muerte N. Sóderblom, que mi salvador vive; me lo ha enseñado la historia de las religiones». No es un saber de carácter apologético. Pero un conocimiento adecuado del fenómeno religioso, realizado desde una actitud de fidelidad a los datos y de comprensión de la actitud que se encarna en ellos, descubre su riqueza, su coherencia, su belleza y, de alguna manera, su valor, y permite, por tanto, plantear el problema de su verdad desde presupuestos más favorables (J. Martín Velasco, Introducción a la fenomenología de la religión, Cristiandad, 1993, 14-15).
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