Nuestra cultura occidental se basa hoy y se sostiene por el espectáculo: políticos que van de estrellas del pop, estrellas del pop que van de políticos, deportistas que van de cracs, empresarios que van de divos; actores, cantantes, escritores que van de estrellas… del espectáculo. Podríamos seguir con la lista hasta acabar en hombres que van mujer y mujeres que van de hombre. ¿Acabar? ¡Es el cuento de nunca acabar! Porque el sistema día a día se autoalimenta con nuevos engendros, que van disminuyendo la conciencia del espacio entre la Verdad y la Mentira, al tiempo que, con ello, agrandan la brecha entre el ser humano como criatura y Dios su Creador.
Al abrir un poco los ojos fuera de esa gran mentira, observando un poco cómo todo en nuestro derredor está crecientemente pringoso por lo apuntado, es fácil deducir que el ser supuestamente autónomo que se deja arrastrar por la corriente se encuentra inmerso en un pastizal del cual le es muy difícil salir, porque todo está pasteleado para no ser advertido ni por casualidad: el ídolo de nuestro mundo aparenta ser atractivo y suculento, pues no ya el discurso sin racionalizar, sino incluso la carencia de discurso, se imponen por todo tipo de medios globalizados (de comunicación, financieros, políticos, conceptuales, ideológicos… ¡hasta sexuales!). Todo, empujado por el tubo digestivo de la posmodernidad a grandes aventones, para salir desecho en el defecatorio de las relaciones personales posmodernas, que multiplican exponencialmente la degeneración hecha ley. La libertad, traicionada por sí misma.
¿De quién estamos hablando?
Ese ser inicuo que se encuentra ya perdido en sí mismo, es un ser vacío y amargado, acostumbrado a tragar más de lo mismo, sin siquiera cuestionarse la búsqueda del Bien, la Belleza y la Verdad, pues el discurso que ha asumido es que no existen, y por ello hay que tragar lo que te presenten como bueno, bonito y barato. Eso es, la hambruna institucionalizada.
Así las cosas, ¿cómo salirse del pastizal? Eso es tan difícil de decir (sic) como de hacer: nadar contracorriente. El problema es que no se puede ir contracorriente si primero no se sabe adónde se quiere ir, o al menos adónde no ir, lo cual implicaría clarificarse uno mismo las bases de la propia naturaleza, que es la única que contiene en sí misma el antídoto, las instrucciones de uso. Tan difícil es, como que el que se está perfilando como eje de todos los males de la posmodernidad −eso es, el Mal−, como hemos podido ver en la inauguración de las Olimpiadas París 2024, enseña ya sus dientes y clava su mirada y todo lo que tiene para clavar sin esconder su fealdad y su maldad. “¡Por algo es el Mal!”, podrían decir sus promotores: “Es la iluminación a la que llega el ser que desafía a Dios, porque Lucifer vencerá” (¡sic!). Así sí que es fácil adoptar el Mal como Bien Supremo.
Así, decididamente, estamos siendo testigos de la batalla definitiva entre el Bien y el Mal, la Verdad y la Mentira. Solo una inspiración divina puede sacarnos de la indigestión que se avecina con los jugos gástricos más ácidos que cualquier maestro de la literatura podría haber imaginado: una tribulación tal como ni la ha habido ni la habrá (Mt 24,15-28). Por tanto, la lucha es y será entre Dios y Satanás, que viene a destrozar la Creación del Serenísimo Padre Creador, pues el pobre diablo sabe que no podrá vencer contra el ser humano, que es el ser predilecto de Dios, por el que el Padre lo ha hecho todo; porque Jesús ha venido y nos ha demostrado que no solo Jesús es Dios, sino que el futuro es suyo; porque, mientras que Satanás y los demonios, al ser seres creados, habitan en el Infierno con una cierta sucesión de tiempo, Dios Padre Creador, al ser el único eterno, está fuera del tiempo. Por eso Dios es Dios: “Yo soy el que soy” (Éx 3,14), y lo tiene todo en presente, Él es presente.
Todo o nada
En resumen, solo el discurso de Jesús (probado con su Palabra diáfana, sus milagros y su Resurrección) es creíble. A ese discurso lo hemos llamado “cristianismo”, guardado en su integridad por el catolicismo: marca unas guías con el libro de la Naturaleza para que hagamos las cosas. La misión de la Iglesia no es ser un partido político, sino transmitir todo lo que ha transmitido Dios a través del Antiguo y Nuevo Testamento, anunciando que esto no se acaba cuando te mueres, sino que continúa.
¿Y cómo continúa? Tal puesta por obra comporta que según hayas vivido aquí, allí tendrás la vida… o la muerte, ya eternamente. Será un mundo tan distinto, que cuando santo Tomás de Aquino, que escribió tantos libros, tuvo una visión del otro mundo, quería ya quemarlos todos, porque lo que había visto era todo otro mundo, que dejaba todos sus libros en papel mojado. Gracias a Dios, no le dejaron quemarlos. Pero indica cómo ha de ser de distinto ese mundo eterno, que hasta la física cuántica está descubriendo toda una nueva manera de entender el mundo físico… desde lo espiritual. ¡Cómo será la vida eterna! ¡Cuánto nos jugamos en esta la nuestra mortal!
Ante todo esto, ¿cómo vamos a entender que el ser humano de hoy está en contra de la religión? Si “el agua no viene del cielo”, como dijo no hace mucho el presidente de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonés, ¿cómo se lo va a hacer para hacer agua? Una cosa es ser incrédulo, y otra… Me callo, porque diría una palabrota.
Estamos comprobando todos ya en carne propia la gran dificultad que comporta para la convivencia y hasta la subsistencia este sistema de hacer las cosas, pero debemos encontrar la manera de conseguir sintonizar con las ondas que Dios no deja de mandar a toda conciencia. No hay otra. De su mano llegará el Mesías que ha de volver, y encenderá las luces de oriente a occidente (Cfr. Mt 24,27), puesto que “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Cuando venga el Hijo de Dios en toda su gloria, dará a los cabritos de su izquierda y a las ovejas de su derecha lo que cada uno se haya ganado (Cfr. Mt 25,31-46). Dicho de modo castizo, sentenciará: “¡Que empiece el espectáculo!”. ¿Adónde irán a parar los que no hayan sintonizado? R.I.P. El Infierno. “El suplicio eterno” (Mt 25,46) y “estanque de fuego” (Apc 20,14), “la muerte segunda” (Apc 20,14). ¡Requiescat in pace! “Y los justos, a la vida eterna” (Mt 25,46). ¿No vale la pena probar?
Twitter: @jordimariada
El ídolo de nuestro mundo aparenta ser atractivo y suculento, pues no ya el discurso sin racionalizar, sino incluso la carencia de discurso, se imponen por todo tipo de medios globalizados Share on X