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Pretendiendo las ajenas vibraciones

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Quieren vibrar. Quieren brillar. Todo lo que hacen es para ser reconocidos. Miden cada paso, cada evento, cada palabra: viven más con su cerebro que con su corazón, y así su cerebro les pierde… perdiéndose su corazón. ¿Qué instinto es ese de tantos engreídos que creen ser Jesús el Maestro, y no pasan de Herodes el vulgar? Su instinto es este: el animal.

Para brillar y vibrar (o mejor, para tratar de hacerlo) son capaces de vender su alma al diablo, enredándose en mil y una marañas de gavillas que les encadenan el presente a un pasado mediocre que les alucina y sugiere la falsa ensoñación de un futuro que no será, pues solo existe en su mente desquiciada por tanto palangre de peces sin sustancia y sin espina: un compuesto descompuesto de extravagancias desvariadas, despropósitos que les hace malversar la poca esencia que poseen… allí escondida donde no la encuentran.

¿Dónde encontrarán sustancia? ¿Qué vida les permitirá sobrevivir a tanto desatino? ¡En ti han hallado su salvación, a por ti van, y van a por todas, sin orden ni concierto! Les gusta tu resplandor, que les hace sentir el hálito de vida que ansiaban, pero les ciega tanta exaltación de Vida y de Verdad, y una vez más, se encaminan al apagamiento de toda su vida, su verdad y su tino, incapacitándose a sí mismos para todo posible resurgir de sus cenizas. ¿Será posible tanta ineptitud?

¡No lo creas, hermano, mi hermana del alma! ¡Tienen todos gran valor! Como seres humanos que son, poseen un alto precio, pagado con la Sangre redentora de Nuestro Señor, que les confiere su condición de hijos de Dios. Pero, inconsistentes a toda autenticidad, lo malversan persiguiendo quimeras, tratando de ser quienes no son, porque a su vista, a su vehemente obsesión, son la escoria de los bajos fondos, que por eso se visten (o tratan de vestirse) con el brillo de tus ropajes.

Al acecho de tus llagas

¡Míralos! Se ahogan en su propia alma, cual pez que se anega en la pecera de sus poseedores, pues no son dueños de sí mismos, solo de sus “posesiones”, que son solo pretensiones. ¿Por qué no recurrirán a sus propias energías, siendo como son las únicas que les darían la fuerza necesaria para encender el fuego abrasador de su propia identidad? La respuesta debemos buscarla en su egolatría, pues es la que les impide aceptar que sí, que tienen dignidad, pero también defectos, y como pretenden brillar inmaculados y sin tacha, no aceptan la verdad de la Vida y de las cosas del mundo de las edades temporales… y se pierden.

¿Cuál es, pues, esa Verdad? Se resume en dos pinceladas: Dios nos ha dado un alma bella, pero la fealdad del pecado que el demonio nos sugiere nos la emborrona y pervierte si nos abandonamos a nuestros propios devaneos fantasmales, para que perdamos el camino que nos llevaría al Cielo. Sí. Todos somos pecadores, pero Jesús nos llama a purificarnos con su Gracia. El secreto es reconocer que pecamos, y confesarlo: ¡he ahí la gracia! ¿Por qué no la asumirán los eternos esclavos de sus ensoñaciones?

Ellos se lo pierden. …Y así, viviendo a gachas cual enanos acomplejados, sacando pecho enajenados, acaban usualmente su vida en el tiempo descarriados cuando el tiempo se les acaba, perdiendo su dignidad de hijos y haciéndose dignos del pasto del Infierno: ahí seguirán sufriendo su desgracia al haber perdido la Gracia que Jesús les regalaba a manos llenas. No han vivido felices. No han sabido vivir. ¡Han muerto antes de morir!

Twitter: @jordimariada

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