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Preservar aquella íntima ilusión juvenil

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Sorprende la facilidad con que las últimas generaciones de madres y padres aceptan todo tipo de modas y maneras de hacer de sus hijos e hijas, concretamente en lo referente a la forma de vestir y en sus relaciones afectivas y sexuales.

En relación con el vestir, no pocos padres y madres ofrecen escasa resistencia a que sus hijas lleven tops ajustadísimos, shorts reducidos a la mínima expresión, tangas, semitangas, etc. La responsabilidad principal de que las niñas o adolescentes vistan así es de los progenitores, por usar la palabra políticamente correcta que utilizan las nuevas leyes.

Se entiende que una niña o chica de 11, 13, 15 o 17 años no sea plenamente consciente de lo que supone ir vestida de una determinada manera. Ellas siguen la moda, y seguramente se les escapa que esto las orienta negativamente en su vida afectiva. Pero los padres y madres sí lo deberían saber, y los abuelos y abuelas aún más. El mutismo y la autocensura de los adultos en estos asuntos es muy perjudicial para los jóvenes.

En este ámbito no se debe confundir el pudor con la vergüenza. Esta hace referencia a algo de uno mismo que no nos gusta y que por eso se esconde a los demás. Mientras que el pudor es un instinto natural que nos hace guardar y reservar en nuestra intimidad lo que sentimos como más importante de nuestra persona.

También sorprende que una época de tanta influencia cultural y política del feminismo abunden costumbres y modas que suponen una cosificación de la mujer. Hay también un tipo de feminismo que parece alentar ciertas actitudes sexualmente atrevidas de las mujeres, como si aquellas fueran expresión de auténtica libertad de la mujer, o como si ejercer la atracción sexual sobre los hombres fuera una dimensión más del llamado «empoderamiento» femenino.

El otro ámbito en que se ha hecho tabula rasa es el de las relaciones sexuales de adolescentes y jóvenes. Antes, el noviazgo comportaba unas pautas y unos ritmos que marcaban la manera de hacer de la mayoría de las parejas. Había un aprendizaje con flirteos y enamoramientos sucesivos sin necesidad de tener relaciones sexuales. La mayoría de las jóvenes sabían decir «no», y sabían reservarse y hacerse valer. Eran conscientes de que hacerlo era importante para su futura alianza y vida conyugal.

Se trata de pasar del enamoramiento, como sentimiento espontáneo, al amor como decisión de amar. 

Así, el noviazgo vivido en la continencia, al menos en sus primeras etapas, hace posible un verdadero discernimiento entre los dos enamorados, que les permite ir descubriendo, sin trampas y sin prisas, tanto si son el uno para el otro, como si quieren ser el uno para el otro. Se trata de pasar del enamoramiento, como sentimiento espontáneo, al amor como decisión de amar.

Hoy hay jóvenes que ponen a la persona con quien salen en el dilema de tener relaciones sexuales plenas o romper la relación. Plantean éstas como una prueba de amor. Pero, en realidad, el verdadero amor entre los dos miembros de una pareja en formación no se demuestra en la realización del acto sexual sino con la capacidad de espera y generosidad que deja madurar la relación personal. La vida y la sexualidad tienen sus ritmos naturales, que no se pueden forzar sin consecuencias. 

La intimidad corpórea se pueda alcanzar en una noche. La intimidad personal y espiritual requiere un ritmo lento y paciente. Si un joven o una joven no son capaces de esta paciencia y generosidad cuando están enamorados, qué garantía tiene el otro que la pareja le será fiel cuando, con un enamoramiento ya menos intenso, sus deseos o intereses particulares no se vean suficientemente satisfechos. Un amor auténtico requiere libertad interior en el que ama, dominio sobre los propios deseos y capacidad de actuar incondicionalmente en bien del otro.

Hoy muchos jóvenes, más de los que pensamos, están hartos de esta ola de pansexualismo que todo lo inunda. También hay adolescentes y jóvenes que experimentan miedo o disgusto ante la vivencia cruda y puramente hedonista de la unión sexual que a menudo se les ofrece.

En este ambiente, el autodominio de sí mismo y la capacidad de saber reservarse no tienen un sentido negativo, sino que son virtudes a recuperar y que pueden ser verdaderamente liberadoras para los jóvenes de nuestro tiempo. Virtudes que cuando sean adultos les permitirán vivir su futura unión conyugal como una donación plena, como una relación sustancialmente diferente a lo que han sido los tanteos previos.

En todo esto es importante aprender a esperar, y descubrir su sentido. Hay una esperanza natural, por la que un joven o una joven confía íntimamente, y con una ilusión muy especial, que un día encontrará a aquella otra persona a la que podrá entregar su corazón y con quien deseará compartir el resto de su vida. Este sentimiento de los jóvenes se debe preservar, y hay que evitar que la ilusión por encontrar el verdadero amor se malgaste en la satisfacción primaria de la pulsión sexual, a la que hoy les invita la cultura dominante.

Julián Marías en “La felicidad humana” nos recuerda que la felicidad afecta sobre todo al futuro. Expone que: «si soy feliz, pero veo que dejaré de serlo, estoy más lejos de la felicidad que si no soy feliz pero siento que lo seré.» La expectativa y la ilusión van íntimamente ligadas a la felicidad. En la esperanza se vive por anticipado el disfrutar de la felicidad.

Publicado en el Diari de Girona, el 19 de julio de 2021

La intimidad corpórea se pueda alcanzar en una noche. La intimidad personal y espiritual requiere un ritmo lento y paciente Share on X

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