Las noticias que llegan del estrecho de Taiwán no son tranquilizadoras: después de haber iniciado los ejercicios militares en torno a la isla de mayor alcance de la historia, China ha anunciado que “seguía realizando entrenamientos conjuntos bajo condiciones de guerra real”.
Más allá del nerviosismo que estas maniobras están causando tanto en Taipei como en Washington, existe un fenómeno de fondo que es mucho más preocupante.
Desde los años 50, una nueva guerra entre Estados Unidos y la China comunista ha sido una posibilidad. Real pero más o menos remota.
Desde hace unos meses, sin embargo, numerosos expertos han dejado de considerarla una mera posibilidad para tratarla como un acontecimiento probable. Así expresa su preocupación el reconocido periodista Gideon Rachman, editor jefe de asuntos internacionales del Financial Times.
Desde que el actual presidente chino Xi Jinping llegó al poder en 2012, la postura de China ha ganado en belicosidad
La retórica de Pekín respecto a Taiwán ha oscilado tradicionalmente entre la firmeza y la agresividad. Pero desde que el actual presidente chino Xi Jinping llegó al poder en 2012, la postura de China ha ganado en belicosidad.
Bajo sus mandatos, Pekín ha construido bases militares en islas artificiales en el Mar de China Meridional, incrementando notablemente su gasto militar. De hecho, la armada china dispone ya de más unidades navales que la de Estados Unidos.
Bajo el presidente Xi Jinping, China ha pasado de su tradicional postura de que un día Taiwán debía reincorporarse al territorio continental a dejar entender que este paso debía darse en un futuro relativamente cercano.
En el otro extremo del mostrador, en Estados Unidos existe un consenso cada vez mayor de que hay que parar los pies a China. La administración Biden no solo ha mantenido los aranceles en Pekín de Donald Trump, sino que ha ampliado las restricciones y ha subido el tono aún más. Los lazos de Washington con Taiwán son también cada vez más estrechos.
El propio Biden ya ha insinuado tres veces que Estados Unidos defendería Taiwán en caso de ataque chino, lo que representa una diferencia clave respecto la política tradicional estadounidense de amistad hacia Taipei pero de ambigüedad estratégica.
Estados Unidos parece estar convencido de que su futuro como primera potencia mundial se jugará en Taiwán.
Para acabar de complicar las cosas, los propios taiwaneses se muestran cada vez más asustados ante la perspectiva de que los comunistas chinos tomen el control de su isla.
Taiwán está gobernado desde 2016 por la presidenta Tsai Ing-wen, considerada como favorable a la independencia formal del país aunque conocedora de los riesgos que esto implicaría, ha dejado siempre entender que éste era el fin de su política.
En cualquier caso, las jóvenes generaciones de taiwaneses ven claramente su futuro como distinto al del continente. Algo que desvanece toda esperanza de Xi Jinping de anexionar la isla de forma pacífica.
En definitiva, en torno al volátil estrecho de Taiwán encontramos una potencia emergente que considera inevitable dominar a Taiwán, una población local que no quiere ni oír hablar de ella y un aliado de estos últimos que considera que en Taiwán se juega su destino del siglo XXI.
En estas circunstancias, que estalle una guerra podría convertirse en una profecía autocumplida.
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