Negando su heredad histórica, Europa se ha forzado a sí misma en un falso neutralismo, que impide la expresión de cualquier pertenencia religiosa. Con estos supuestos, es difícil un diálogo fructífero con el Islam.
Texto pronunciado en la presentación del libro de Andrea Santini y Monica Spatti “La libertad de religión en un contexto pluricultural. Estudios de derecho internacional y de la Unión Europea”, Libreria Editrice Vaticana, 2021.
«Los problemas jurídicos relacionados con el velo islámico son representativos de la cuestión más fundamental de cuánta diversidad y pluralidad debe aceptar una sociedad europea abierta y pluralista» (p. 138).
Esta afirmación, extraída de las conclusiones del Abogado General en el caso Achbita, la recepcionista belga despedida por haber decidido llevar el velo, capta perfectamente la naturaleza del problema que subyace a muchos debates sobre la presencia del Islam en Europa. A través del análisis del derecho y la jurisprudencia europeo sobre el tema, enriquecido con útiles comparaciones con sistemas no europeos, el libro nos permite centrarnos muy claramente en lo que está en juego. Como no experto debo confesar que he aprendido muchas cosas sobre el funcionamiento de los distintos organismos internacionales y cómo un mismo principio, el de la libertad religiosa, puede dar lugar a pronunciamientos contradictorios en la jurisprudencia, como demuestra Mónica Spatti en relación con los pronunciamientos de la CEDH y del Comité de Derechos del Hombre de las Naciones Unidas con respecto a la visibilidad de los símbolos religiosos.
1- El derecho a la libertad religiosa nació en Europa, en un continente desgarrado por las guerras de religión entre católicos y protestantes. Por supuesto, también en épocas más antiguas encontramos la idea de la libertad de conciencia individual y de la no coacción – aquí en Milán no podemos dejar de pensar en el edicto, en realidad rescripto, de Constantino de 313 que el jurista Gabrio Lombardi definió «el initium libertatis del hombre moderno’ – y el Corán también contiene varias afirmaciones que van en esa dirección.
Sin embargo, el horizonte habitual de las civilizaciones humanas ha sido -y en buena medida sigue siendo- el de la identificación entre el horizonte de la pertenencia política y el de la pertenencia religiosa, en la creencia, no infundada, de que «religión y reino son hermanos», por citar un célebre dicho del fundador del imperio sasánida Ardashir, retomado innumerables veces en la literatura político-sapiencial de origen islámico. Como observa Dominique Avon al comienzo de su obra monumental sobre la libertad religiosa en el mundo (La liberté de conscience. Histoire d’une notion et d’un droit), es sólo en un pequeño grupo de estados europeos que se ha abierto camino la idea, justamente partiendo de la experiencia traumática de las guerras de religión, de una posible distinción entre estos dos horizontes. Y sabemos muy bien lo difícil que es articular exactamente esta distinción y fijar sus límites. Se trata probablemente de una distinción que cada generación está llamada a recuperar y hacer propia.
En cualquier caso, a través de este proceso, y de sus gigantescas contradicciones (pensemos sólo en lo que fue el Terror francés), se desató una vez más la fuerza liberadora del anuncio cristiano que, después de haber apostado sólo por la libertad, se había vuelto a encontrar – y en parte así había elegido – dentro de las estrechas mallas de una religión de Estado. Porque después de Constantino viene Teodosio y después de Teodosio Justiniano, quien para Von Balthasar representó la cúspide del integralismo tardo-antiguo y la razón por la cual el conflicto que se suscitó en torno a Calcedonia se volvió incurable, sugiriendo a más de uno en Oriente Medio que tal vez era necesario rebobinar la cinta y retroceder muchos episodios, hasta Abraham: una de las ideas fuertes del naciente islam. El Vaticano II y Dignitatis Humanae representan en este sentido una recuperación de la tradición primitiva, obtenida a través de una distinción más clara entre libertad religiosa y relativismo religioso, la primera para ser aceptada sin reservas, el segundo para ser combatido sin vacilación.
Nacido en Europa, el derecho a la libertad religiosa se ha universalizado con la Declaración de 1948. En particular -y aquí rompo una lanza a favor de mi disciplina- el famoso artículo 18 se debe a la pluma de Charles Malik, un filósofo libanés de confesión griego-ortodoxa, pero formado en la escuela de Maritain, quien, muy consciente de la situación en Oriente Medio, insistió para que se incluyera en la formulación el derecho a cambiar de religión, que es el verdadero nudo de la disputa.
2- Aunque nació en Europa, la libertad religiosa padece hoy en nuestro continente una grave patología, que este libro diagnostica con extrema claridad: la patología de lo universal abstracto. Eso sí, hay patologías peores. Prefiero en cualquier caso vivir en Francia que en China, Afganistán, Somalia o Arabia Saudita. Esto no quita que, como deja claro el libro, el giro que ha tomado la jurisprudencia europea al respecto es preocupante. O, como dice Andrea Santini, «no está a la altura de las declaraciones de principio» (p. 151).
¿Dónde surge el problema?
Nació, como explica el libro, del desconocimiento de las raíces cristianas de Europa. Esa petición de San Juan Pablo II hubiera podido aparecer como la terquedad de un Papa anciano en una batalla de retaguardia. En realidad no es casual que allí se inicie la crisis de la Unión Europea como proyecto político y no sólo económico, crisis que por el momento hemos tratado de contener con medidas de emergencia, dictadas por las urgencias del momento (la tormenta económico-financiera, el problema de los migrantes, más recientemente la pandemia). Al negar sus raíces cristianas, Europa se ha forzado a sí misma a un falso neutralismo, en nombre de principios abstractos. De hecho, el neutralismo se traduce en la neutralización de cualquier fuerte pertenencia religiosa. El elemento importante aquí es ‘cualquier’: para no dar la impresión de favorecer a alguien, Europa debe poner en desventaja a todos. Un ejemplo tomado de sucesos recientes lo aporta las directrices del comunicado de la Comisión Europea, después retiradas, que indicaba, entre otras cosas, sustituir la palabra Navidad por la más neutra de “fiestas”. Pero el fenómeno se expresó con particular claridad en Francia con la ley contra el «separatismo». Como es evidente para todos, el separatismo al que se apunta es el islamista -definido además de manera tan amplia que hace sospechar que el objeto del ataque es el islam tout court -, pero el legislador, para no parecer parcial, extiende sus limitaciones a todas las comunidades religiosas, obteniendo el efecto – ¿secundario o pretendido? – de avanzar más en el camino de la secularización de toda la sociedad. En este sentido, la declaración inicial sobre el caso Achbita representa un momento de verdad, en su sentido etimológico griego de revelación.
3- Frente a este movimiento hacia la neutralización del espacio público, asistimos en el mundo islámico, pero no sólo, a un movimiento igual y opuesto a favor de una visibilidad cada vez mayor de lo religioso que puede llevar a desembocar en «un deseo furioso de sacrificio», como lo expresó el psicoanalista nacido en Túnez Fethi Benslama. Aquí la cuestión es muy diferente: se trata del espacio de disidencia posible. Y de hecho los pensadores más sagaces, pienso por ejemplo en Mustafa Akyol o Ahmet Kuru, se declaran y actúan a favor de la libertad religiosa no porque deseen en secreto abandonar el Islam, sino porque saben que sólo la libertad religiosa permitirá el pluralismo dentro del Islam. Hasta que no se dé este paso, no será posible una verdadera reforma política en Oriente Medio. Y en mi opinión – como he argumentado en otras ocasiones – esta reforma no será posible sin el paso de la lógica jurídica a la antropológica, exactamente como ha sucedido en la Iglesia Católica entre el Vaticano I y el Vaticano II.
4- Sea como fuere, el pronóstico no es difícil: nos dirigimos hacia un choque de proporciones epocales. No hay ninguna posibilidad de que la posición secularista, de la que Francia es el principal abanderado en Europa, y la posición islámica tradicional – donde por tradicional se entiende basado en el fiqh medieval – encuentren un acuerdo. Tampoco va mejor con la variante soberana, los «católicos no cristianos», «los ateos devotos», aunque con todo el respeto por su búsqueda espiritual. Estas realidades pueden tolerarse, no pueden conciliarse. ¿Hay una salida, una verdadera conciliación? Quizás. Depende precisamente de recuperar las raíces cristianas de Europa y con ellas el concepto de historia. Los universales existen, pero no de manera abstracta. Se han encarnado en un cuerpo, en una comunidad, en un pueblo, en el sentido que el Papa Francisco le da a esta palabra. Nos son entregados desde el pasado. La libertad de religión no es una excepción. Es sin duda un valor universal, pero nació y se formuló en sus términos actuales en un contexto cristiano. En definitiva, la conclusión es que la libertad religiosa se defiende mejor y con mayor eficacia en Europa, incluso para los creyentes musulmanes, a partir del reconocimiento de la tradición cristiana que en nombre de una inalcanzable neutralidad del espacio público o argumentando siempre en nombre de las religiones (en plural), un concepto vago e insípido, como también ha observado recientemente el Gran Imán de al-Azhar criticando la categoría de «religión abrahámica», así como indefinida en el plano jurídico, como la aportación de Claudia Morini muestra en este libro.
Pongámonos por un momento en la piel de los musulmanes que viven en Europa.
Francia les dice: «Queridos musulmanes, tal como sois no vas bien. Si quieres ser francés tienes que abandonar tu religión, sólo puedes tenerla como base cultural (cocina, música, literatura, un poco de sufismo al máximo). Te damos algunas generaciones de tiempo, pero ese es el objetivo hacia donde ir». En Italia, aunque no tengamos un modelo, preferimos decir: «Querido musulmán, tal y como estás vas bien; solo te pedimos algunos ajustes, que ya ha implementado en gran medida en la práctica, pero para los cuales te pedimos la responsabilidad de una formulación explícita, para que tu credo sea plenamente compatible con nuestra historia y nuestro presente».
¿Qué creéis que preferirán los musulmanes?
(Traducción Giorgio Chevallard)
Los problemas jurídicos relacionados con el velo islámico son representativos de la cuestión más fundamental de cuánta diversidad y pluralidad debe aceptar una sociedad europea abierta y pluralista Share on X