Sobre las elecciones generales británicas, la opinión prevalente entre los europeos es que el Brexit está llevando al Reino Unido a la división interna y al declive económico y político.
A pesar de la sensación de caos imperante y de las infructuosas, a veces vergonzosas, votaciones en Westminster para llegar a un acuerdo sobre el Brexit, el Reino Unido podría estar a las puertas de una nueva era de prosperidad.
Las previsiones de la decadencia británica se basan principalmente en la tormenta política en que se encuentran inmersos Ejecutivo y Parlamento. Se obvian numerosos factores estructurales que jugarán a favor del Reino Unido una vez que este se separe de la Unión Europea. Algo muy probable, teniendo en cuenta los sondeos muy favorables al conservador y Brexiter Boris Johnson.
La prosperidad por el Brexit es la tesis de Eoin Drea, investigador sénior del Centro de Estudios Europeos Wilfried Martens del Trinity College de Dublín. Este experto irlandés (nótese pues su elevado grado de objetividad) explica que, como muchos compatriotas suyos, así como reyes y mandatarios franceses, españoles y alemanes han descubierto a lo largo de la historia, los británicos tienen una elevadísima capacidad de adaptación y supervivencia ante la adversidad.
Una de las últimas muestras de este dinamismo fue el extraordinario boom económico que produjeron las políticas de Margaret Thatcher entre 1979 y 1990. Resumiéndolo al mínimo, si Londres es el principal centro financiero del mundo y la primera ciudad de Europa en términos económicos, es gracias a Thatcher. A finales de los 70, el Reino Unido se encontraba sumido en un profundo declive causado por la desindustrialización y la falta de perspectivas.
¿Por qué el Brexit tendría que actuar como un freno y no como un estímulo? Como Drea expone, hoy el Reino Unido es un país particularmente innovador, flexible y desregulado (sobre todo comparándolo con sus vecinos continentales). Con estas condiciones, tiene una importante capacidad para mantenerse como una sede de negocios de primer orden mundial, independientemente de su relación con la Unión Europea.
El Reino Unido tiene, a pesar de los críticos del Brexit, la solidez financiera y la capacidad política y social para reinventarse, posicionándose como una alternativa más atractiva que los países miembros de la UE para hacer negocios.
Por otro lado, gracias a su débil nivel de endeudamiento y el bajo porcentaje del PIB consagrado al gasto público, el Reino Unido tiene la capacidad de lanzar un gran plan de inversiones públicas para paliar los efectos negativos del Brexit a corto y medio plazo. Algo que, tanto Johnson como su competidor directo, el laborista Jeremy Corbyn, han incluido en su programa electoral.
Finalmente, Bruselas podría estar sobrevalorando la importancia del mercado único, que no es tan único como la Comisión querría, sino un entramado de regulaciones y enmiendas de los Estados Miembro para evitar determinados efectos.
La UE está convencida de que un Londres post-Brexit intentará obtener el estatus más parecido posible al de un Estado miembro para beneficiarse del mercado único. ¿Pero y si al Reino Unido no le hiciera falta? La respuesta del gobierno británico ante la tendencia a la regulación y complejidad de Bruselas será desregulación y simplicidad. A buen seguro que encontrará quien compre su modelo en un mundo cada vez más interconectado.
Aliados no le faltarán, y además el Reino Unido ya tiene asegurado el beneplácito de los Estados Unidos y la proximidad de los países de la Commonwealth.