En un chat del que forman parte militantes políticos en su mayoría socialistas, uno comunicaba hace pocos días un dato que me llamó la atención: por primera vez en la historia son católicos todos los presidentes de los países de América, desde el Canadá a la Tierra de Fuego.
Confieso un primer momento de alegría. Me apresuré a buscar en internet si el primer ministro del Canadá, Justin Trudeau (allí no hay presidente sino el simbólico gobernador representante del Rey de Inglaterra) era católico, porque lo desconocía, y, efectivamente es así.
Para quienes tenemos el convencimiento que es de gran importancia que los católicos estén presentes en la vida pública tal dato podía ser espectacular, ilusionante, por el gran número de países en que se da tal circunstancia, la enorme población que representa (más de 1.000 millones de habitantes), y que entre ellos está la mayor potencia mundial, Estados Unidos. Pero, al analizarlo en detalle derivó en aquello de “mi gozo en un pozo”. ¡Qué poca huella católica hay en muchas de sus políticas!
No existe una “política católica”
Anoto de entrada que no existe una “política católica”. Los ciudadanos católicos podemos mantener posiciones diferentes en la mayor parte de temas, incluso contrapuestas, militar en partidos distintos, y nadie puede atribuirse que la suya es la “política católica”. Incluso en asuntos tan claramente de conciencia como la acogida a los inmigrantes, la lucha contra la pobreza y atención a los más desfavorecidos, las políticas pueden ser muy distintas. Así, unos piensan que el eje central debe estar en el desarrollo económico y creación de puestos de trabajo para sacar a muchos de la miseria y disponer de más recursos públicos, mientras otros ponen el énfasis en la ayuda social directa a los desfavorecidos.
Hay, sin embargo, algunos trazos que sí son determinantes en mostrar los principios cristianos.
Son referidos a la dignidad intrínseca de la persona, como el respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, las políticas derivadas del concepto de familia, posiciones sobre el derecho de los padres a la educación, determinados asuntos de biotecnología aplicados a los seres humanos, libertad religiosa, etc. En ello puede haber diferencias en la forma de abordarlos, incluso en función de las circunstancias de cada país, pero conceptualmente son inequívocas. Por ejemplo, el actuar no será idéntico si un gobernante provida llega a presidente o primer ministro de un país en donde ya está implantado el aborto que en otro en que se pretende introducir.
Biden y Trudeau
Sin juzgar la conciencia de nadie, que solo corresponde a Dios, repasemos algunos aspectos de la praxis en estos temas de los políticos máximos de aquellos países. Empezando por el mandatario más importante, Joe Biden. Es un radical promotor del aborto y se explicitó aún más hace pocos meses con gran nitidez su actitud tras la sentencia del Tribunal Supremo derogando la “Roe contra Wide”. Incluso la política de su país es la de imponerlo a terceros países como medida de control de natalidad condicionante para concederles determinadas ayudas. Y, él y su partido, están totalmente alineados con la ideología de género.
Justin Trudeau, primer ministro canadiense, de origen francófono, liberal, es un claro ejemplo de conservador “progre”. Está en la más radical línea de la ideología de género, hasta el punto de promover en los documentos de identidad y pasaportes el tercer género (los “niñes”), respalda sin ambages lo LGTBI+, él mismo asistió a las fiestas de orgullo gay, y las políticas sobre aborto van en la misma dirección prochoice. Aunque sea un asunto de orden distinto, y era lógico que mostrara su posición dura en relación con los reales o exagerados encuentros de cadáveres de niños aborígenes en escuelas residencias que eran católicas, su agresividad verbal contra la Iglesia Católica en su globalidad fue tan grande que nadie podría pensar que se siente un “hijo de la Iglesia”.
Políticos latinoamericanos
Pasando a Latinoamérica. No parece que se pueda aplicar, por ejemplo, el reconocimiento de políticos católicos a Nicolás Maduro de Venezuela o a Daniel Ortega, de Nicaragua. Y, por supuesto, tampoco a los de Cuba.
Pero haciendo un repaso a los principales países:
De Andrés Manuel López Obrador, de México, se sabe que en su cartera lleva una imagen de la Virgen de Guadalupe, pero ha ido adelante con la legalización del aborto. Está en choque casi continuo con la Jerarquía Católica del país, y su radicalismo indigenista enlaza con las posiciones woke con su rechazo de la herencia española, que va más allá del colonialismo y no puede olvidarse que significó la evangelización.
Gustavo Petro en Colombia tampoco es defensor de la vida. Se ha ampliado en el país la despenalización del aborto hasta las 24 semanas.
En Chile el aborto se implantó y hoy está permitido hasta las 14 semanas, y ya se ha visto no hace mucho la posición del Gobierno ante la agresividad de masas incendiando algunas iglesias, o cómo fueron tratados desde las instituciones públicas casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes. El presidente, Gabriel Boric, se declara agnóstico, aunque de formación y familia profundamente católica.
El presidente argentino, Alberto Fernández, se declara católico, pero ha ido adelante con la legalización del aborto y está promoviendo la ideología de género.
En Ecuador los abortistas han abierto una brecha consiguiendo en 2022 que se pueda abortar en caso de violación. Es sabido que se empieza por situaciones extremas. El presidente del país, Guillermo Lasso, antiabortista, vetó la ley, logrando solo reducir parcialmente su amplitud.
Luiz Inacio Lula da Silva, recién reelegido presidente de Brasil se declara también católico y se le ha visto recientemente en campaña electoral santiguarse ante la imagen de la Virgen de la Aparecida. En la doble campaña electoral de la primera y segunda vuelta para la elección entre él y Jair Bolsonaro se produjo una fuerte confusión entre religión y política por ambos candidatos, instrumentalizando uno y otro las creencias religiosas, aunque el protestantismo evangélico estuvo más con Bolsonaro y un mayor número de católicos con Lula. Pero este último se declaró en diversas ocasiones a favor del aborto, aunque en la campaña, en busca del voto religioso, dijo estar en contra a título individual. Pero ha afirmado que como jefe del Estado trata el tema como de salud pública. Dicha en otras palabras, sí al aborto. Hay que esperar en este caso el desarrollo de los acontecimientos.
En suma, casi todos los políticos católicos que por falta de formación o de convicción seria dejan sus creencias fuera cuando llegan al poder, como quien deja el sombrero junto al perchero de la puerta al entrar en una casa.
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