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Pesebres vivientes

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Ha llegado el Adviento y con él toda una serie de actitudes y actividades que, más o menos, tienen que ver con la Navidad. Decimos más o menos por qué el verdadero significado de la Navidad se queda cada vez más en segundo, tercer o cuarto plano. Este fenómeno no es nada nuevo, pero sí es cada vez más acuciante. En realidad, de la Navidad a veces parece no quedar más que un vago recuerdo, un cascarón gastado que se llena de consumo, de cursilerías, de discursos sensibleros y, muy a menudo, de contenidos profanísimos que están en flagrante contradicción con ella.

En medio de tanto circo prenavideño (no es agradable tener que usar esta expresión, pero otro recurso no queda, si queremos ser veraces) nos llegan  noticias como la de que en Barcelona el tradicional pesebre que se instalaba ante la sede del ayuntamiento ha desaparecido. De él solo se ha conservado un elemento, la estrella. Es interesante observar que esta estrella ni siquiera está en lo alto, como sería de esperar, sino en el suelo: es una estrella caída. Este detalle no deja de ser significativo, aunque quienes decidieron instalarla allí no fueran conscientes de su sentido.

Afortunadamente, la Corriente Social Cristiana está protestando contra la abolición de este antiguo uso, que debe ser protegido no simplemente por ser una tradición (también hay tradiciones nefastas que deben ser eliminadas), sino por todo lo bueno y bello que encierra. La iniciativa para salvar el pesebre navideño es sin ninguna duda muy loable.

Lo que no es nada loable es que en Barcelona, y en muchísimos otros lugares, haya un cierto tipo de “pesebres vivientes” cuyo número aumenta de modo alarmante, sin que los católicos reaccionemos con la debida energía, que aún debería ser mayor que la que invertimos en el muy meritorio intento de mantener la tradición belenística ciudadana.

Llegados a este punto es necesario hacer algunas aclaraciones.

Las circunstancias del nacimiento de Jesucristo son conocidas. Arribados María y José a Belén, carecen de alojamiento. Es invierno y ella está a punto de dar a luz, pero nadie los auxilia. Privados de toda vivienda, buscan refugio en un pesebre. El Niño no nace en una casa, en un lecho, sino en un establo, en el suelo. En este trance la Sagrada Familia no tiene compañía humana, los hombres la han dejado abandonada. Solo algunos mansos y modestos animales están a su lado, son los únicos que la acogen. Más tarde, convocados por los ángeles, acuden los pastores y después los Reyes Magos, guiados por la estrella.

Estas circunstancias no son casuales, encierran muchas enseñanzas. Aquí se nos habla, entre otras cosas, de la desprotección de los débiles, de la dolorosa precariedad que padecen y de la falta de caridad de los que podrían ejercerla.

Pues bien, en nuestras ciudades abundan los “pesebres vivientes”, no solo en Navidad, sino todo el año. ¿Cuántas personas carecen de hogar en una ciudad como Barcelona? ¿Cuántas viven en la calle? ¿Cuántas deben pernoctar en un refugio para indigentes? ¿No se encuentran acaso en la misma situación que Cristo en el momento de Su nacimiento? No es mejor la suerte de quienes habitan en chabolas (lacra que creíamos definitivamente desterrada), ni envidiable la de los “privilegiados” que deben vivir en una autocaravana o en un automóvil.

¿podemos clamar por un belén y callar frente a la injusticia de los modernos “pesebres vivientes”?

Desde luego, es necesario hacer algo por el mantenimiento de los símbolos del cristianismo, como son los belenes. Pero aún mucho más urgente es reconocer y denunciar la vergonzosa presencia de estos “pesebres vivientes”. Si callamos ante este escándalo, degradamos el símbolo del belén navideño hasta reducirlo a puro folklorismo y nosotros mismos, sin mala intención, acaso sin notarlo, nos convertimos en fariseos. Qué duda cabe, se debe protestar ante un concejo municipal que suprime una tradición como ésta. Pero ¿podemos clamar por un belén y callar frente a la injusticia de los modernos “pesebres vivientes”?

En nuestras ciudades hay miles de viviendas vacías y fuera de ellas pueblos enteros abandonados, o “segundas residencias” que pasan la mayor parte del año desocupadas y que cuando no lo están, es porque una vivienda urbana queda por un tiempo deshabitada (solo unos pocos santos tienen el don de la bilocación, pero no necesitan casa). Mientras tanto, el número de los “pesebres vivientes” sigue aumentando; y a muchos que, aunque tengan un techo, desearían poder formar una familia se les van los años sin que llegue el día de ejercer este derecho tan elemental, simplemente porque no pueden acceder a una vivienda mínimamente apropiada.

El Catecismo de la Iglesia Católica (el subrayado es nuestro) dice:

2403 El derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.

2404 (…) La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos.

2405 (…) Los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al pobre.

2406 (…)

2407 En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor, que “siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Co 8, 9).

2408 El séptimo mandamiento prohíbe el robo, es decir, la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el consentimiento puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón y al destino universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente y evidente en que el único medio de remediar las necesidades inmediatas y esenciales (alimento, vivienda, vestido…) es disponer y usar de los bienes ajenos (cf GS 69, 1).

2409 Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así, (…) elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas (cf Am 8, 4-6).

Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno; la corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el fraude fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el despilfarro.

Evidentemente, los habitantes de los modernos “pesebres vivientes” se encuentran en esa situación de necesidad urgente, evidente, inmediata y esencial de la que habla el catecismo y también es indiscutible que son víctimas de los pecados que aquí se enumeran. No queremos que los desheredados deban llegar al extremo de ocupar viviendas que, según la ley civil, pertenecen a otros, aunque el catecismo les reconoce tal derecho.

A lo largo de la historia han surgido incontables y nefastos populismos (marxismo, fascismo, peronismo, maoísmo, chavismo, etc., etc.) que se han aprovechado de estas situaciones para hacerse con el poder. El mejor modo de prevenirlos es evitar injusticias como la carencia de un hogar digno, agravada además por el escándalo de que otros poseen mucho más de lo que de verdad necesitan.

Ciertamente, en tales circunstancias no basta con quejarse ante un alcalde y unos cuantos concejales. Las soluciones son mucho más complejas y urgentes, los culpables son más numerosos, poderosos y peligrosos y su culpa es mucho mayor. Ahora bien, si por indiferencia, por falta de esperanza o incluso por prejuicios ideológicos ignoramos estas desgracias o únicamente nos ocupamos de ellas superficialmente, más que dar testimonio de nuestra fe, la convertimos en una farsa, lo que sería un pecado bastante grave…

El Adviento es un buen momento para empezar a hacer algo contra la proliferación de estos dolorosos “pesebres humanos”, claro que sin desfallecer durante el resto del año. Y por supuesto, también para preservar los belenes tradicionales que en estos días deberían adornar nuestras calles y nuestras plazas.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • la mayoría de los ocupas no son tan pobres. legitimarlo me parece irresponsable

    Responder
  • Juan Messerschmidt
    6 diciembre, 2024 18:24

    Gracias por su comentario. El artículo no se refiere de ninguna manera a “ocupas” que presuntamente “en su mayoría no son tan pobres», sino precisamente a unos pobres que lo son tanto que hasta carecen de hogar, por lo que se encuentran en una situación de necesidad extrema. A ellos el Catecismo de la Iglesia Católica, siguiendo al pie de la letra una doctrina tradicional profesada por Sto. Tomás de Aquino y los Padres de la Iglesia, les reconoce el derecho a «disponer y usar de los bienes ajenos», recurso que sería mejor evitar (como queda muy claro en el artículo) pero que, sin ninguna duda, es totalmente lícito según el tradicional y actualmente vigente Magisterio de la Iglesia Católica. En el artículo, sin querer excluir a nadie, me dirijo principalmente a lectores católicos, quienes, supongo, acatan de corazón una doctrina vigente desde hace muchos siglos y que refleja plenamente los mandamientos de caridad, amor al prójimo y justicia que enseñó Jesucristo.

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