Hay miradas y miradas. Unos de nosotros vemos el vaso medio lleno, y otros, medio vacío. Pero además, resulta que hay ambivalencias, personas que cambian de un sistema al otro, que no tienen clara su postura, o demasiado clara. Hay seres humanos valientes que son capaces de mirarle a la cara al sufrimiento provocado conscientemente sin volverse resentidos. Son grandes entre los grandes, que aún lo son más si aciertan a no confundir no tener resentimiento con cerrar los ojos, y así son hábiles en ver la realidad como es y llamar a las cosas por su nombre; eso sí, sin añadirle sufrimiento al dolor… Y hay, finalmente, gracias a Dios, aquellos ya fuera de lo común, artífices e incluso héroes del perdón, del llegar a perdonar y gestionar el perdón en y por y a las demás personas y ellos mismos.
Hay personas y personas. Unas atacan y otras defienden sin esconderse ni negarlo. Y otras, en el intermedio ingrato, las hay que navegan entre dos aguas y las que juegan a esfumaturas de grises, mezclando la verdad con la mentira, y llamando verdad a la mentira y mentira a la verdad. Son los bandoleros, gangsters de la vida, que han existido en todas las épocas, siguen y seguirán existiendo. De ellos surgen los agoreros tóxicos, entre otros. Niegan el bien y lo bueno, lo ven todo con un negro sin fin. Son esos que dicen que están contra el sistema, pero pareciera que especialmente ellos forman parte de él y lo conforman.
Hay sistemas y sistemas. La manera como están organizados internamente fluye hacia el exterior, y unos más y otros menos, esparcen su idiosincrasia por doquier. Promueven la verdad o la confusión. Cuanto más falsos, más confusión escupen. Librémonos de estos últimos, que reinan en las pseudosuperorganizaciones de sistemas promotores de ciertas esfumaturas. De ellas surgen los totalitarismos, aunque parezca contradictorio, porque hacen el todo de la parte. Puesto que si defendieran el “sí” o el “no” de manera radical, no esconderían nada, y podrían muy bien estar defendiendo la verdad, sin ser totalitarias. Por eso las ideologías dominantes, aquellas que pretenden colarlo todo por el coladero, suelen atacar a la Iglesia, cuya doctrina es incuestionablemente determinante: “Al sí, sí; y al no, no”, pide Jesucristo (Mt 5,37). ¡Como si fuera ella la totalitaria por no esconderse ni esfumarse!
Porque convengamos en algo incuestionable: del mal solo surge el mal, y del bien, solo surge el bien. Por muy en el fondo que sea, ahí están. Si de ahí surge el contrario, es que no era lo que parecía y era un tongo. Objetivamente, no hay otra. Ahí no hay “sí pero no”. Sin embargo, hay en esto también matices, porque la experiencia nos enseña que hay un “sí” más o menos fuerte y un “sí” flojo, y un “no” más o menos fuerte y un “no” flojo. Todo depende de la fuerza de cada uno y de nuestra conciencia. Eso es porque nuestra mirada cruza por entre sistemas de distinto orden. Porque un acto que es objetivamente malo puede no ser culpable como en otro caso sí lo sería. Hay los llamados eximentes de culpa. Eso es porque la realidad humana, que arranca en el alma/cuerpo y atraviesa sus ideas, es extremadamente compleja. Eso lo sabe la Iglesia, y no lo contradice en absoluto, antes comprende la debilidad humana, estudiando caso por caso. En eso ha sido especialmente claro el Papa Francisco.
No obstante, observemos que la partida termina con un “sí” o un “no”, comprendámoslo, al menos esto. Por tanto, no dudemos más ni nos escudemos en el juego de las ambigüedades; escojamos y acojámonos al Bien, que es la Verdad y la Belleza. Decidámonos de una vez: o Dios o el diablo. Para eso, debemos saber mirar. Si no, aprendamos a vivir, que aún hay tiempo: no ha llegado aún el día del Juicio. Pero llegará. Y ciertamente no será un juego de niños como nos tienen acostumbrados los políticos con el “te voto” y “no te voto”, “te sigo” y “no te sigo” de la tele. Eso es infantil y puede ser malvado y hasta perverso. Tengamos claro que el lado por donde caigamos será determinante e inapelable. O Cielo o Infierno. No hay más. Sin embargo, advirtamos antes de acabar que el gris –nuestro gris omnipresente- determinará en buena parte la jugada final. Por eso habrá también Purgatorio en el que purgar la culpa, con la certeza, no obstante, de que un día, gracias a su gran misericordia, veremos a Dios cara a cara en el Cielo. Somos humanos, y Dios Creador conoce nuestra debilidad. Por eso juzga la intención. Y la intención, no lo olvidemos, suele surgir del gris.