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Periodismo y superficialidad: la anécdota de Puigdemont

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La superficialidad es una limitación casi inherente al periodismo de información cotidiana. Se da al momento, con los datos disponibles sobre unos hechos inmediatos, puntuales y en muchos casos descontextualizados de algo mucho más amplio. El redactor transmite lo que ve y oye, o que le han dicho en aquella circunstancia. En este tipo de trabajo se suman las prisas, las urgencias, con lo cual la superficialidad es inevitable en muchos casos.

De otro lado, muchas veces es noticia lo que se sale de lo corriente, aunque en el fondo no pase de ser una anécdota que, a medio o largo plazo, en la historia global, ni siquiera merecerá una nota a pie de página de un libro. En suma, en la información periodística cotidiana damos muchas veces la espuma superficial más que las corrientes de fondo, los datos sustanciales. Que ello ocurra no siempre significa trabajar mal por parte del periodista, por las insuficiencias ligadas a la información sobre lo inmediato.

Más allá del trabajo periodístico clásico, hoy las redes sociales han convertido en “comunicadores” o “periodistas” más o menos amateurs a millones de personas, que informan o desinforman a todas horas acerca de lo humano y lo divino, con lo que el grado de frivolidad en lo que circula se ha multiplicado hasta el infinito.

Los periodistas profesionales contrastaban informaciones en bastantes casos, y, de alguna forma, la ligereza en la información inmediata se subsanaba en parte con reportajes o artículos de mayor profundidad en fechas posteriores, o con artículos de opinión que enmarcaban los hechos.

A la casi inevitable superficialidad en la información inmediata publicada se suma en no pocas ocasiones la visión sectaria. Quien difunde la “noticia” en este caso la expone desde una óptica interesada o muy partidista, pero no presentándola como una opinión sobre un asunto o acontecimiento, lo cual sería legítimo, sino como si se tratara de hechos probados. Otros van más allá, distorsionando a propósito la realidad, a sabiendas de que lo que difunden es falso, con clara intención de influir en un sentido determinado.

No es fácil captar la realidad en todos sus matices, más aún cuando desde las fuentes o los transmisores se distorsiona hasta el mismo núcleo. Se da en todos los ámbitos y es algo tan cotidiano que al ciudadano que busca la verdad le resulta difícil separar el grano de la paja.

Dos casos en Cataluña

Aporto unos ejemplos de aspectos mediáticos sobre acontecimientos sucedidos en los últimos días (agosto de 2024) en la política de Cataluña.

A través de redes sociales se ha difundido la imagen de un chico (unos 16-18 años) con el uniforme de Falange (camisa azul con el emblema del yugo y las flechas, boina roja), con un banderín del partido y en posición premilitar de descanso frente a una tienda de campaña. Se dice en la leyenda que la acompaña que es Salvador Illa, nuevo presidente de la Generalitat, cuando era joven, mostrándolo como alguien que ha pasado de la Falange al socialismo. Es decir, intentándole presentar como un chaquetero o algo similar.

Cierto que el muchacho de la foto en cuestión tiene algún parecido con Salvador Illa, tampoco demasiado, pero basta darse cuenta de que, si la foto fue real, debió ser hecha como muy tarde en los años 60 del siglo pasado o incluso antes, porque ni siquiera en la etapa final del franquismo se veían ya este tipo de imágenes. Y Salvador Illa nació en 1966. O sea, que en el momento en que se hizo aquella foto quizás ni siquiera había nacido, o como mucho sería un niño muy pequeño. Otra posibilidad sería que alguien hubiera “fabricado” hoy la foto con la intención de manipular. En suma, una fake total, pero corre por las redes y algunos la creen auténtica.

Otro ejemplo de distorsión periodística es que una anécdota centre hasta tal punto la información que los medios olviden lo sustancial, el núcleo, lo que tiene verdadera trascendencia. La prensa de Cataluña, pero también la de toda España e incluso diversos medios internacionales destacados, se hicieron amplio eco, portadas y portadas, del desplazamiento a Barcelona de Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat fugado y en un peculiar exilio desde 2017, y cómo evitó la posible detención.

La presencia de Puigdemont coincidió con la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat, Salvador Illa, porque aquél se había públicamente comprometido a asistir al pleno de investidura. El expresidente arengó a unos miles de seguidores durante cuatro minutos en un acto masivo programado por las entidades independentistas y luego se esfumó, sin que la policía -en este caso los Mossos d’Esquadra- lograran detenerle como debían hacerlo a requerimiento de los jueces. Fue un visto y no visto, con el resultado del desprestigio de la policía autonómica.

No corresponde entrar aquí en razones políticas y aspectos judiciales, sino centrar en cómo han actuado los medios informativos.

La atención mediática se centró hasta tal punto en Puigdemont que la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat pasó muy a segundo plano.

Y no solo en aquel día, que podría ser justificado por la curiosidad de que fue a la vez una apuesta curiosa y audaz de Puigdemont, con un juego de prestidigitación de un “pimpinella escarlata” que burla a sus perseguidores de la forma más impensable, sino también en los días siguientes. La contraprogramación de Puigdemont tuvo éxito. No solo se habló poco de la investidura, sino que los medios catalanes han minimizado el contenido de las propuestas de Salvador Illa. Y ni siquiera ha aparecido nada en la mayor parte de medios del resto de España.

Al margen de las ideas políticas de cada uno, en este caso hay que tener claro no se trató de un relevo ordinario en la presidencia en una Comunidad Autónoma, porque la política catalana y los permanentes retos y presiones independentistas han marcado toda la política española en los últimos años. El hecho mismo del ascenso a la presidencia de la Generalitat de Illa, un socialista no independentista, significa un cambio político global porque durante más de 40 años predominó en Cataluña el nacionalismo o independentismo, a la vez que implica el fin del procés que ha impregnado la vida catalana durante los doce últimos años y ha introducido cambios en las relaciones políticas y en algunos aspectos de las económicas e interpersonales.

No puede saberse qué depara el futuro, pero lo indudable es que se trata de hechos que los medios de comunicación no pueden relegar a un segundo plano.

Tampoco recibieron atención las líneas políticas marcadas por Illa en su investidura. De un lado, planteó ir hacia una España plurinacional y federal, y avanzar hacia una confederación de países en Europa. Por otro, recordó que la Europa unida de la que formamos parte y el Estado del Bienestar se crearon sobre la base de las políticas socialdemócratas y las del humanismo cristiano, y él quiere seguir en estas líneas.

Se verá con el tiempo si se avanza por estos dos derroteros y objetivos, sobre los que se podrá o no estar de acuerdo, pero se trata en cualquier caso de líneas y de proyectos que no es razonable queden ocultados y desplazados en los medios de comunicación por una anécdota de prestidigitación de otro político.

La atención mediática se centró hasta tal punto en Puigdemont que la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat pasó muy a segundo plano Clic para tuitear

 

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Juan Messerschmidt
    24 agosto, 2024 01:02

    El reportero recoge la noticia y cuenta lo que ve y oye. A partir de la noticia inicial otro periodista realiza una investigación para profundizar en su entorno, sus causas, etc. Cuando aparece publicado este reportaje un tercer periodista escribe un artículo de fondo, de opinión, de reflexión, etc. Se pasa de la superficie a un nivel cada vez más hondo y se hace una criba de los temas según su relevancia. Pero como siempre se hace referencia a hechos presentes, falta la distancia temporal que es necesaria para hallar el sentido profundo de los hechos, perspectiva que sólo tiene el historiador al cabo de años o siglos. La superficialidad en el periodismo es inevitable.
    Ahora bien, en el caso de la fuga de Puigdemont lo que llama la atención es la relevancia que se dio a una farsa que ni siquiera es la primera que protagoniza este personaje, que cada vez se parece más al pequeño Nicolás. Es cierto que la distracción proporcionada por Puigdemont veló la investidura de Illa, como se señala en el artículo. ¿Pero sólo la investidura?
    El Sr. Arasa escribe que “el hecho mismo del ascenso a la presidencia de la Generalitat de Illa, un socialista no independentista, significa un cambio político global porque durante más de 40 años predominó en Cataluña el nacionalismo”. ¿De verdad? Salvador Illa ha hecho al nacionalismo y al secesionismo unas concesiones inusitadas, especialmente en los ámbitos de la financiación y del uso del catalán, algo en absoluta contradicción con su presunto no nacionalismo / no indendentismo. Respecto al uso del catalán en la enseñanza Illa continúa y consolida una política que choca frontalmente con sentencias judiciales que sistemáticamente se incumplen. En relación a la financiación pone en marcha un modelo que una catedrática de derecho constitucional como Teresa Freixas considera incompatible con la carta magna (https://esradio.libertaddigital.com/fonoteca/2024-08-15/entrevista-a-la-catedratica-teresa-freixes-p20-s1701588-7155746.html).
    Pues bien, la relevancia dada en la prensa a la fantochada de Puigdemont también podría haber servido para distraer a la opinión pública del explosivo contenido de estos acuerdos entre el PSC y ERC. Por lo tanto, cabe preguntarse si tal superficialidad y si la injustificable trascendencia dada a una payasada son casuales o si tienen una segunda intención.
    Por último una acotación a la frase “fue a la vez una apuesta curiosa y audaz de Puigdemont, con un juego de prestidigitación de un “pimpinella escarlata” que burla a sus perseguidores de la forma más impensable”. Puigdemont no es ningún prestidigitador ni un “pimpinella escarlata”, ni de lejos. De audacia no hubo ni rastro. Puigdemont ha venido teniendo como escoltas en su “exilio” a policías miembros del mismo cuerpo que debía detenerlo. ¡Un delincuente prófugo escoltado en su fuga por la misma policía que debe llevarlo a la cárcel! Se diría que Puigdemont es el protagonista de una película que Berlanga dirige desde el mas allá. Como bien escribió Alejandro Fernández: “Puigdemont nunca se ha fugado de España. Puigdemont jamás se ha burlado de la justicia española. A Puigdemont se le ha permitido largarse libremente una y otra vez”.

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