Hay algo profundamente irónico y sin sentido en el modo en que la figura paterna es tratada en nuestra sociedad.
Por un lado, se lucha legítimamente por impulsar el papel de los padres en la crianza, estableciendo medidas como el permiso de paternidad para equilibrar la presencia masculina y femenina en el ámbito educativo de los hijos.
Pero por otro lado, la sociedad, los medios de comunicación, las series y películas siguen anclados en la representación de los padres como bufones seres torpes e incapaces.
Este contraste resulta revelador, y también triste.
¿Por qué hay tanta confusión cuando se trata del rol del padre de familia? ¿Qué estamos transmitiendo a nuestros hijos?
La importancia de la paternidad
No podemos negar la importancia de ver cada vez a más padres asumiendo con cariño la crianza, la importancia de que padre y madre, puedan estar ahí para sus hijos: sosteniéndolos, enseñándoles y acompañándolos.
Sin embargo, mientras en la realidad estos padres están reescribiendo su papel con compromiso y dedicación la sociedad sigue haciendo de ellos una parodia, que se mantiene desde hace décadas y que nadie parece cuestionar.
Los padres ejerciendo su paternidad son, aún hoy, un personaje cómico.
Y el problema es que esa risa perpetúa una visión muy negativa de una verdadera masculinidad.
Mientras tanto, la madre es elevada. La madre es, con razón, venerada. Pero, sobre todo, es respetada.
La mujer se presenta como una figura fuerte, capaz, admirable: la que puede hacerlo todo.
No sólo gestiona la casa, trabaja, cuida a los niños y los educa; también es la que soluciona los problemas y, a menudo, la que, con un suspiro y una mirada comprensiva, pone orden ante las meteduras de pata del padre.
Esta narrativa, que tantas veces se refuerza en la cultura popular, da lugar a un mensaje sesgado: la madre es competente; el padre es un desastre.
La madre es heroica; el padre es un patán.
No se trata de competencia se trata de equipo
Es importante aclarar que no se trata de una competencia.
No se trata de menospreciar a las madres para ensalzar a los padres ni viceversa.
Ambas figuras desempeñan misiones cruciales y complementarias, y ambas merecen respeto.
Sin embargo, el hecho de que sigamos tolerando la ridiculización del padre sin pestañear habla mucho de cómo seguimos concibiendo la paternidad en nuestra sociedad.
Hay un error brutal en la exigencia de una igualdad de derechos en la crianza y la representación caricaturesca de los padres. Y esa contradicción no puede pasarse por alto.
Es un tema incómodo. Pero, por otro lado, hay que preguntarse a qué coste seguimos perpetuando un falso relato que no hace justicia a la realidad de tantos hombres comprometidos.
Padres que cambian pañales, que se despiertan por la noche a calmar un llanto, que van a reuniones escolares y que dan su vida codo con codo con sus esposas para construir un hogar, para formar una familia, para apostar por su matrimonio.
Esos padres existen. Son muchos. Son nuestros, maridos, vecinos, nuestros amigos, nuestros hermanos. Pero no están en la pantalla. En la pantalla, ellos son bufones.
No se les concede la dignidad que merecen como figuras esenciales en la vida de sus hijos.
Y lo preocupante es que esta representación tiene consecuencias: el imaginario colectivo sigue creyendo que el padre «ayuda» en lugar de participar, que «colabora» en vez de compartir responsabilidades. Es una narrativa injusta que se aleja de la realidad y que frena, además, la evolución cultural que tanto necesitamos.
Si hemos aprendido a condenar las representaciones estereotipadas de las mujeres, ¿por qué no somos igual de críticos con la figura del padre ridiculizado?
Nos hemos comprometido, como sociedad, a cambiar cómo se representan los roles de género en los medios, a dejar de encasillar a las mujeres en papeles que supuestamente limitaban su potencial. Entonces, ¿por qué seguimos permitiendo que los padres sean retratados como meros payasos?
Es hora de que nos tomemos en serio el papel de los padres. Es hora de aplaudir la realidad de tantos hombres que cuidan, que educan, que aman, que están presentes y que dan su vida por su familia. Sólo entonces podremos hablar realmente de igualdad.
Detrás de cada broma sobre el padre inútil hay una perpetuación de un sistema que relega al hombre a un segundo plano.
Mientras sigamos riéndonos de ellos sin cuestionar y menospreciándolos, estaremos siendo cómplices de esa desigualdad que tantas veces decimos querer erradicar.