(Vatican News).- “Dios conoce nuestro orgullo y ha venido a nuestro encuentro. Él se ha ‘aniquilado’ primero delante de nuestros ojos. El murió por nuestros pecados y por los del mundo entero. Pero su resurrección nos asegura que este camino no conduce a la derrota, sino que, gracias a nuestro arrepentimiento, conduce a esa ‘apoteosis de la vida’, buscada en vano por otros caminos”, lo dijo el cardenal Raniero Cantalamessa, Ofm. Cap., Predicador de la Casa Pontificia, en su homilía en la celebración de la Pasión del Señor, que fue presidida por el Papa Francisco, la tarde de este 7 de abril, Viernes Santo, en la Basílica de San Pedro.
La muerte ideológica de Dios
En su homilía, el Predicador de la Casa Pontificia señaló que, desde hace dos mil años, la Iglesia anuncia y celebra, en este día, la muerte del Hijo de Dios en la cruz. Por ello, en cada Misa, después de la consagración, repetimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.
“Sin embargo, otra muerte de Dios ha sido proclamada durante más de un siglo en nuestro mundo occidental descristianizado. Cuando, en el ámbito de la cultura, se habla de la ‘muerte de Dios’, es esta otra muerte de Dios – ideológica y no histórica – que se entiende. Algunos teólogos, para no quedarse atrás, se apresuraron a construir sobre ella una teología: La teología de la muerte de Dios”.
¿A dónde se ha ido Dios?
Y para hablar de esta “muerte ideológica de Dios”, el cardenal Cantalamessa se ayudó de la conocida proclama que Nietzsche pone en boca del «hombre loco» que llega sin aliento a la plaza de la ciudad y grita:
“¿A dónde se ha ido Dios? ¡Te lo diré yo! Fuimos nosotros quienes lo matamos: ¡tú y yo!… Nunca hubo acción más grande. Todos los que vengan después de nosotros, en virtud de esta acción, pertenecerán a una historia más alta que cualquier historia que haya existido hasta ahora”.
Vagamos espiritualmente como por una nada infinita
Aparentemente, no es la Nada lo que se pone en el lugar de Dios, indicó el Predicador de la Casa Pontificia, sino el hombre, y más precisamente el «superhombre», o «el más-allá-del-hombre». Y ante el miedo del vacío, la respuesta tácita y consoladora del «hombre loco» es que, «¡no vagaremos en una nada infinita, porque el hombre cumplirá la tarea encomendada hasta ahora a Dios!».
“En cambio, nuestra respuesta como creyentes es: ¡Sí, y eso es exactamente lo que sucedió y está sucediendo! Vagamos espiritualmente como por una nada infinita. Es significativo que, precisamente en la estela del autor de esa proclama, algunos hayan llegado a definir la existencia humana como un ‘ser-para-la-muerte’, y a considerar todas las supuestas posibilidades del hombre como nulidades desde el principio”.
El relativismo total en todos los campos
El cardenal Cantalamessa subrayó que, las consecuencias de esta proclamación de la muerte de Dios, ha llegado a un relativismo total en todos los campos.
“Ella ha sido declinada de las más diversas maneras y con los más diversos nombres, hasta convertirse en una moda, en un aire que se respira en los círculos intelectuales del Occidente “posmoderno”. El denominador común de todas estas diferentes declinaciones es el relativismo total en todos los campos: ética, lenguaje, filosofía, arte y, por supuesto, religión. Nada más es sólido; todo es líquido, o incluso vaporoso. En la época del romanticismo la gente se deleitaba en la melancolía, hoy en el nihilismo”.
Jesús murió por nuestra salvación
Para el hombre moderno, precisó el Predicador, todo esto no parece más que un mito etiológico para explicar la existencia del mal en el mundo. Pero, Jesús murió por nuestros pecados, por nuestra salvación.
“¿Dios? ¡Fuimos nosotros quienes lo matamos: tú y yo!: grita el hombre loco. Esta cosa terrible en realidad sucedió una vez en la historia humana, pero en un sentido muy diferente de lo que él entendía. Porque es verdad, hermanos y hermanas: ¡fuimos nosotros, vosotros y yo, quienes matamos a Jesús de Nazaret! El murió por nuestros pecados y por los del mundo entero (Jn 2,2). Pero su resurrección nos asegura que este camino no conduce a la derrota, sino que, gracias a nuestro arrepentimiento, conduce a esa ‘apoteosis de la vida’, buscada en vano por otros caminos”.
Atención al «agujero negro» del universo espiritual
¿Por qué hablar de todo esto en una liturgia de Viernes Santo?, se preguntó el cardenal Cantalamessa, seguramente no es para convencer a los ateos de que Dios no está muerto.
“No, el verdadero motivo es otro; es para evitar que los creyentes, quién sabe, tal vez solo unos pocos estudiantes universitarios, sean arrastrados a este vórtice del nihilismo que es el verdadero ‘agujero negro’ del universo espiritual. El intento es de hacer resonar entre nosotros la exhortación siempre actual de Dante Alighieri: Sed, oh cristianos, en moveros más graves. No seáis como pluma a todo viento y no penséis que cada agua os lave”.
Sigamos pues, concluyó el Predicador, repitiendo agradecidos y más convencidos que nunca, las palabras que proclamamos en cada Misa: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.