Bajo el deseo de «Levantemos nuestra mirada a Jesús», el Papa Francisco celebra la Pascua de Resurrección.
El Pontífice en la homilía comenzó haciendo referencia a las mujeres que, según relata el evangelio, se dirigían al sepulcro al amanecer, llevando consigo la oscuridad de la noche en sus corazones. A pesar de estar en camino, estaban paralizadas por el dolor y la desesperación que habían experimentado durante la crucifixión de Jesús. Sus corazones, rotos por el Viernes Santo, parecían estar atrapados en el sepulcro junto con su amado Maestro.
En este contexto, el Papa nos habló sobre las «piedras» que a menudo bloquean nuestro camino, impidiéndonos experimentar la plenitud de la vida y la esperanza. Estas «piedras» simbolizan los obstáculos que encontramos en nuestra existencia: el sufrimiento, la pérdida de seres queridos, los fracasos, los miedos y las amarguras que pueden sofocar nuestra alegría y confianza en el futuro. Sin embargo, el Papa nos recordó que, al igual que las mujeres en el relato evangélico, también nosotros podemos experimentar la sorprendente liberación de estas piedras cuando dirigimos nuestra mirada hacia Jesús.
El Papa nos animó a mirar a Jesús, quien, después de asumir nuestra humanidad, descendió a las profundidades de la muerte y emergió victorioso, abriendo un camino hacia la luz y la vida eterna para todos nosotros.
Con Jesús, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir
La resurrección de Jesús nos ofrece la certeza de que ninguna experiencia de dolor o fracaso puede tener la última palabra sobre nuestras vidas, siempre y cuando permitamos que la fuerza transformadora de su resurrección guíe nuestro camino.
Si nos dejamos llevar de la mano de Jesús, ninguna experiencia de fracaso y dolor, por mucho que nos duela, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestras vidas
La resurrección no solo es un evento futuro, sino también un manual de instrucciones para la vida presente. Es el camino hacia la plenitud, la felicidad y la libertad que nuestro corazón anhela desesperadamente. Nos invita a vivir con la certeza de que la muerte no tiene la última palabra y que, en Cristo, encontramos la clave para alcanzar la auténtica realización de nuestras vidas. Entonces, al abrazar la verdad de la resurrección, nos abrimos a la posibilidad de vivir con un sentido renovado de propósito y esperanza, sabiendo que nuestra historia no termina con la muerte, sino que se extiende hacia una eternidad de amor y plenitud en la presencia de nuestro Creador. «Caminemos con la certeza de que la vida eterna está presente”