En términos humanos, parece que el impacto del nuevo coronavirus en las economías emergentes es relativamente pequeño. A pesar de la escasa fiabilidad de los datos públicos de muchos de estos países, no se conocen casos de colapso sanitario a gran escala en países como India, Brasil o los estados africanos.
En términos económicos, y según lo que James Crabtree explica en Foreign Policy, ha sido la actuación decidida de la Reserva Federal de los Estados Unidos lo que ha evitado una espiral de crisis financieras devastadoras para los mercados emergentes.
En efecto, el pasado mes de marzo registró por ejemplo la fuga récord de más de 83.000 millones de dólares de estos países, compensada sólo por el programa expansivo de la Fed.
Pasado este susto inicial, la Covid-19 supone un peligro más profundo para los mercados emergentes. Si en los países desarrollados de Europa y Extremo Oriente la cuestión de la recuperación económica se anuncia compleja, en los mercados emergentes el desafío que supone parece casi imposible.
Países sin capacidades sanitarias mínimamente desarrolladas podrían encontrarse ante un escenario de brotes sucesivos sólo controlables con nuevos confinamientos. Estos, acaecidos intermitentes, causarían aún más daños económicos.
Pero incluso si los mercados emergentes pueden evitar esta situación, deberán afrontar los problemas de la recesión y el pánico financiero.
Freno a la integración económica mundial
El grueso de los países emergentes, que dependen de forma desproporcionada de sectores económicos de bajo valor añadido, como las exportaciones de materias primas, industrias como la textil y el turismo, sufrirán especialmente. Brasil, Rusia y Sudáfrica se contraerán más de un 5%.
La esperada deflación (bajada general de precios) debido a la reducción de la demanda mundial hará que las exportaciones de los países emergentes pierdan valor. Además, la llegada de turistas bajará drásticamente, así como otra fuente importante de ingresos para los países emergentes como son los envíos de dinero proveniente de los países desarrollados.
La globalización económica extrema que hemos conocido las dos últimas décadas podría no volver, al menos en los próximos años. La pandemia del nuevo coronavirus ya ha causado una bajada del comercio e inversiones a escala planetaria.
Más importante aún, en los países desarrollados se está levantando un clamor por el retorno a la producción nacional de medicamentos y otros bienes considerados estratégicos. Esta tendencia puede destruir numerosos puestos de trabajo en los países emergentes, y retirar inversiones multimillonarias que, en cambio, se harían en los países de origen.
Expertos del sector petrolífero afirman que el pico histórico de demanda de crudo podría haberse producido ya, y el famoso inversor Warren Buffett ha vendido la totalidad de sus acciones de compañías aéreas, afirmando que tenía serias dudas sobre el futuro del sector.
Ante las demandas ecologistas de una recuperación económica respetuosa con el medio ambiente, los combustibles fósiles sufrirán probablemente un descenso en los países desarrollados de la que no se recuperarán, y que afectará particularmente a los productores emergentes.
El crecimiento de las economías emergentes, estrechamente vinculado a la integración económica mundial, podría pues verse en peligro a medio o incluso largo plazo.
La sombra de la crisis financiera
Por último, la mayoría de las economías emergentes no disponen de los recursos para organizar rescates financieros y distribuir ayudas económicas a los actores económicos locales. Muchos tampoco tienen margen de maniobra para aumentar el gasto público pidiendo préstamos de emergencia o aumentando la oferta monetaria por miedo a provocar la fuga de más inversores.
Las cosas irán aún peor si se confirma que el optimismo de los mercados internacionales de las últimas semanas, que han iniciado una tímida recuperación, es infundado y debido a un error de apreciación de la gravedad de la crisis. De hecho, el crack del 29, que se utiliza a menudo para comparar el actual, también fue en dos tiempos entre los que hubo un corto periodo de reanudación del crecimiento.
Las medidas de ayuda tomadas hasta ahora por organismos como el Banco Mundial o el FMI no se acercan ni de lejos a los 2,5 billones de dólares que las Naciones Unidas consideran necesarios para permitir a los países emergentes hacer frente a la crisis del Covid-19.
Esta cifra haría necesarias anulaciones de deuda y programas de ayuda incondicional a gran escala. De momento, ni organizaciones internacionales ni los países individuales parecen dispuestos a aceptarlas.
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