Hemos tenido dos testimonios de padre Kenneth Iloabuchi, nigeriano, en sendas parroquias de mi diócesis de Terrassa, organizados por Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), ambos muy impactantes y participados. Su historia de migrante económico que tardó tres años en llegar a España, entre los desiertos de Marruecos y Argelia, perseguidos por los policías, engañados por los traficantes, y náufragos en el estrecho, bien podría ser el tema de una película (que de hecho parece que se está haciendo). Los detalles de su historia impresionan, por ejemplo cuando relata que tenían que comprar la orina de las mujeres para no morir de sed en el desierto (las mujeres retienen más los líquidos: lo bueno es que él las justificaba, porque decía que también ellas necesitaban el dinero) o cuando cuenta del hundimiento de la otra patera (él iba en una con 98 personas, donde casi no podían ni moverse): a la otra se le paró el motor y quedó a la merced de las olas, hasta volcar y hundirse delante de ellos con 132 personas. Y él mismo no sabía nadar… Un hecho que aún ahora le hace llorar de conmoción. Y recuerda que en aquel momento prometió a Dios dedicarle su existencia, si lograba salir con vida. Cosa que ha cumplido, con algún año de retraso (Dios no tiene prisa…) ya que ahora es sacerdote católico en Lorca.
De todos modos no quiero solo relatar su testimonio, que ya se puede encontrar en internet, pues lo ha dado en varios sitios de España y ha salido varias veces en la prensa. Quiero subrayar algunos detalles que me han tocado especialmente.
Ante todo, ha cambiado mi forma de ver los migrantes: ya no son números, que llegan sin permiso a invadir nuestras vidas (o que no llegan), un problema económico, político o social, síntoma del desequilibrio mundial, ejemplo del ocaso de esta Europa envejecida, incapaz de tener hijos y también de acoger a los de los demás. Son personas con su historia, su familia, su pasado, sus deseos y proyectos, sus ganas de vivir.
Otra cosa que me ha impresionado es la cantidad de gente buena que le ha ayudado, empezando por su madre (madre de 7 hijos) y de su familia, que no sólo le ayudaron varias veces (todas las veces que le engañaban y se quedaban con su dinero), si no que se preocupaba por él. Le preguntaba por teléfono si había ido a misa; y él mentía que sí, pero que la barrera del idioma era una dificultad grande. Pero ella le insistía, diciéndole que en la iglesia le hubieran ayudado a aprender el idioma: ¡qué concepción y qué fe en la Iglesia! Y el sacerdote que oficiaba la misa en la primera iglesia donde entró interrumpió la homilía para acogerle, dándole la bienvenida (a signos) y finalmente haciéndole sentar en primera fila. Fue por su testimonio que él sintió el deseo de imitarle, de ser sacerdote. Y luego otros sacerdotes que, cuando quería irse, lo acompañaron con paciencia y respetando su libertad de forma profunda y verdadera: ¡qué diferencia con el indiferentismo del ‘haz lo que quieras’!
Y luego las mujeres tuareg que escondían pan y agua (a veces también algo de atún) dentro de sus burka para dejarlos caer cerca de donde vivían escondidos en el bosque, ya que ellas no tenían permiso para hablar con extraños. Mujeres musulmanas con toda probabilidad: pero mujeres y madres que se preocupaban de gente que no conocían. Ejemplos así nos devuelven la esperanza de paz, frente a tanto terrorismo islamista. Y por último su novia, cuando ya en España trabajaba en el campo, que cuando él le cuenta que quiere verificar seriamente su vocación sacerdotal, después de un primer momento de sorpresa y desconcierto, le dice: “Si es para que seas más feliz, yo te apoyaré”. ¡Qué corazón hace falta para amar así!
Muchos episodios y ejemplos que nos hacen ver que la gente es mucho mejor de lo que pensamos normalmente: sólo hay que ponerle delante un gran ideal, cómo decía el padre Werenfried van Straaten, el fundador de ACN.
En fin, una persona capaz de llorar de pena y de reír a gusto en el mismo testimonio, porque la vida es así, está hecha de dolores y de alegrías. Hay que ser sencillos para vivir todo hasta el fondo, sin censurar nada. Como decía el Evangelio de unos de los días que pudimos acompañarle: hay que volver a ser sencillos como niños para entrar en el reino. Lo mismo que hace ACN: nos despierta de nuestro apoltronamiento, de nuestra tranquilidad de sofá, de nuestro burguesismo, para lanzarnos a tomar conciencia de los dramas del mundo y también de la belleza de la solidaridad, del amor, de una vida entregada, del testimonio de la fe. Como padre Kenneth está haciendo ahora con las 2 parroquias y las 3 ermitas que tiene confiadas.
Los que nos despiertan son nuestros verdaderos amigos.