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Occidente comprendió que la libertad es importante, pero no entendió para qué es.

La Cuaresma, Occidente y la libertad Verdadera

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La cultura occidental ha equiparado la libertad con la licencia para hacer lo que se quiera, sin importar las consecuencias morales. Este pensamiento ha justificado el relativismo y la depravación sexual, llevando a sociedades enteras a perder de vista el verdadero propósito de la libertad.

Occidente comprendió que la libertad es importante, pero no entendió para qué es.

La idolatría de la libertad sin sentido y con trampa

La consecuencia de esta incomprensión es la divinización de la libertad misma, convirtiéndola en un fin en sí misma. Ahí su peligro.

¿Tenemos claro por qué y para qué luchamos? Porque nos encontramos inmersos en una amenaza sutil y peligrosa: la progresiva erosión de las libertades fundamentales por parte de los propios gobiernos occidentales.

En las últimas décadas, el discurso sobre la seguridad ha servido en numerosas ocasiones como pretexto para la implementación de políticas que limitan derechos individuales. Desde el aumento de la vigilancia masiva hasta la censura en redes sociales y la criminalización de ciertas opiniones, las democracias que deberían ser baluartes de la libertad adoptan medidas que, en otros contextos, se criticarían como autoritarias.

La Iglesia nos recuerda que la libertad no tiene valor por sí misma, sino porque es la condición necesaria para alcanzar un bien mayor: el amor. 

Como lo expresa el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes, amar es buscar el bien del otro, y la máxima expresión de este amor es el don de sí mismo. Como dijo Cristo: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Esta comprensión de la libertad está en las antípodas de lo que proponen muchos gobiernos europeos actuales, cuyas políticas promueven un Estado todopoderoso que exime al individuo de la responsabilidad de cuidar de su prójimo. La Iglesia enseña que cada persona debe asumir la responsabilidad de dominarse a sí misma y ponerse al servicio de los demás.

La Cuaresma nos ofrece un camino concreto para reencontrarnos con esta verdad y ordenar nuestra libertad hacia el amor. La oración, el ayuno y la limosna son las armas que la Iglesia nos da para librarnos de la idolatría de la falsa libertad y redescubrir su verdadero significado.

Oración: el ancla en la verdad

Solo podemos hacer un don auténtico de nosotros mismos si le pedimos a Dios la gracia para hacerlo. Los ataques contra los cristianos y la familia en Occidente tienen un trasfondo espiritual. Este tiempo de Cuaresma nos llama a la oración ferviente, recordando que la lucha por la verdadera libertad es, ante todo, una lucha espiritual.

Ayuno: romper con la esclavitud del consumismo

El ayuno nos entrena en el desapego de los bienes materiales. En un Occidente saturado de comodidades, el exceso nos hace egocéntricos: nos preguntamos constantemente «¿Qué quiero?» . Al abstenernos de ciertos alimentos o placeres, aprendemos a reorientar nuestro corazón. El ayuno nos ayuda a recuperar el autocontrol y a recordar que no vivimos para nosotros mismos, sino para Dios y los demás.

Limosna: el ejercicio del amor concreto

Finalmente, la limosna nos obliga a salir de nosotros mismos y atender las necesidades reales de los demás. La caridad cristiana no es una emoción pasajera, sino una decisión firme de actuar por el bien del otro. 

La limosna es un antídoto contra el individualismo y un ejercicio de la libertad en su sentido más noble: el don de sí mismo.

Redescubrir la razón de nuestra lucha

Si Occidente quiere salvarse de la idolatría de una libertad sin raíces, necesita redescubrir para qué fue creada la libertad en primer lugar. 

La Cuaresma es una oportunidad providencial para ello. Meditando en la Pasión de Cristo y practicando la oración, el ayuno y la limosna, podemos reordenar nuestra libertad hacia el amor verdadero.

Solo así entenderemos realmente lo que JD Vance preguntó hace unos días en Múnich: ¿Sabemos lo que estamos defendiendo? Si la respuesta es la libertad por sí misma, nos encaminamos hacia el caos. 

Pero si la respuesta es el amor, entonces habremos encontrado el propósito supremo de nuestra existencia.

Si Occidente quiere salvarse de la idolatría de una libertad sin raíces, necesita redescubrir para qué fue creada la libertad en primer lugar. Compartir en X

 

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