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Nuevos cimientos: edificar una sociedad nueva

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La pretensión de edificar una sociedad radicalmente nueva, ilusoriamente sobre nuevos principios y cimientos, es especialmente dañina y destructiva:

Se trataría de una sociedad de espaldas a Dios, en vez de fundada en su Creador. El hombre sería el nuevo y mísero dios, como si una criatura tan necesitada de sentido y salvación pudiera ser la base de todo. Y se rechaza a Dios, sobre todo al Dios bueno y misericordioso.

En cambio, subrayando este endiosamiento del hombre, se erigen ídolos modernos, como una Naturaleza despiadada y adorada a la que se sacrifican víctimas humanas, por ejemplo, los niños abortados: Deberíamos tener mayor preocupación por los huevos de cigüeña que por nuestros propios hijos aún no nacidos. Sería una Naturaleza que se vengaría de nuestras agresiones. Una Madre Tierra que no sabemos bien si hemos de respetar o adorar, como supuesta causa de todas las cosas.

Otro principio que se pretende borrar es el que, inscrito en el corazón del hombre, nos inclina al amor a nuestros hermanos y a toda criatura. Y en vez de ello se entroniza la lucha y el odio y los intereses egoístas.

Cuando el hombre abandona la fe en un Dios bueno, como no puede vivir sin creer en algo, se inclinará a creer en dios no bueno y se hará así – el propio hombre – adorador de la no bondad y abrazará caminos tortuosos, que justificarán actos execrables, según la maligna máxima de que el fin justifica los medios.

Y cuando el hombre abandona el principio del amor verdadero, lo sustituirá por sus intereses egoístas, redoblados, y como justificados, por el egoísmo de clase, de raza, de sexo, de religión… Se fomentará de modo suicida, la guerra de clases, de razas, de sexo, de religión, etc.

¿Qué se construye si se abandonan los principios, los cimientos, que han perdurado siglos?: Una selva inhumana.

Elevemos nuestra mirada hacia el contenido sobrenatural de los cimientos de la mano de una revelación privada que resulta iluminadora (“Mensajes de la Misericordia (…) El Pastor Supremo”, págs. 56, 57, 60 y 339)

“Como una casa que amenaza ruina, así está mi pueblo. Sus cimientos se derriten como la cera y amenazan derrumbarse, porque se ha alejado de su Dios y Señor, del que murió por él en la Cruz. Él era su cimiento, su piedra angular, pero mi pueblo es obstinado y quiere elegir él sus cimientos, y son materiales vanos y de poca consistencia, hasta el punto que nunca podrá edificar sin la ayuda de su Señor” (p. 56)

“Dejadme que os hable con rigor, el médico debe utilizar el bisturí para sanar, para salvar y se lo permitís porque queréis salvar vuestras vidas. ¡Y a Mí, a vuestro Redentor, a vuestro Salvador no me dejáis hablaros con rigor para salvar algo más grande que vuestra vida: vuestra alma!” (p. 57)

“Siempre vais tras todos los que hablan y os prometen la felicidad en este mundo, pero no buscáis la felicidad eterna, ni pensáis en ella, clavados en este mundo, no tenéis cimientos sólidos y vuestras casas caerán al mínimo temblor ¡Agarraos a Mí, agarraos a mi Cruz! Amad vuestra cruz… “(P. 60)

“Oh pueblo mío, la conciencia en este mundo está siendo destruida por el enemigo infernal. Está destruyendo los cimientos de la conducta humana para acabar siendo presa de los bajos instintos y la soberbia y el orgullo de no querer seguir los caminos de obediencia a los Mandatos de Dios, y seguir los caminos de la razón humana y el raciocinio abocado irremediablemente al instinto y a la soberbia de los hombres” (P. 339)

Ilustremos esto último con un ejemplo: si se abandona el principio o cimiento espiritual de que nunca es lícito dañar a un inocente, una razón que cojea especulará sobre cuándo es lícito hacerlo, dando pie al daño del inocente no nacido.

Y es que el cimiento espiritual está por encima, no contra, de la mera razón y ésta ha de estar a su servicio y no al revés: la ciencia está o debe estar al servicio de la sabiduría espiritual y una ciencia que reniegue de sus cimientos espirituales engendrará monstruos. Aparte de conducirnos por caminos opuestos a la salvación de nuestro espíritu, de nuestra alma.

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