El hombre contemporáneo no afronta la vida con la inocencia de quien no conoce e investiga para conocer y así vivir mejor, sino que actúa con burda y descarada soberbia, desafiando a Dios cara a cara. Ya no es como antaño, que se veía y reconocía el mal más o menos claramente, sino que asistimos a una pretenciosa exaltación del mal precisamente ocultándolo o negándolo, o incluso haciéndolo pasar por bien. Y con el mal viene detrás todo lo que este implica: falsedad, vicio, dominio del hombre por el hombre; y con ello, como es lógico, odio superlativo al bien y a todo lo que el bien comporta y representa, lo cual el propio hombre oculta o rechaza o pisa abiertamente, con premeditación, obstinación y alevosía, llegando a extremos de los que no tenemos constatación en toda la Historia conocida, a no ser la Torre de Babel y el Diluvio Universal que narra la Biblia, y por tanto dignos de fe. Este es el pecado de raíz del hombre contemporáneo. Está desafiando a Dios cara a cara, sin disimulos y con altanería. Ataca la raíz; pretende dominar la Creación, negando o pretendiendo combatir y vencer al Creador, cambiar las reglas de juego: el hombre, hoy, quiere imponer las suyas. Llegando ahí, a la raíz, se llega (o se pretende llegar) al origen de todo lo creado, de la Vida: al denominado en la Biblia “Árbol de la Vida” (Gen, 3,22-24), como podemos advertir claramente desde nuestra perspectiva contemporánea -“Seremos dioses. Crearemos vida”, dicen-. Pero Dios Creador y Todopoderoso ya nos ha advertido (a cada uno de nosotros) que no lo toquemos. Como llegar a dominar el origen de la vida implica una revolución social, salen en los medios de comunicación cada vez más personajillos que van colando eslóganes desafiantes y hasta amenazantes creando “equipo” contra lo que dan como imposición de un supuesto Dios o al menos “supersticiones” creadas por el propio hombre por el miedo inherente a la naturaleza humana, que dicen ser injustificadas, y que nosotros debemos ser capaces de superarlas si queremos dominar la Creación, y con ello eliminar ese miedo: “¡Adelante, valientes! ¡Acabemos nuestra Torre de Babel!”. Y, como por la boca muere el pez, no advierten o esconden su miedo ante la realidad de que la Torre de Babel fue truncada y la Tierra destruida por Dios, como castigo a la soberbia de los hombres. Dios negó un segundo diluvio, pero advirtió del Apocalipsis: nos castigaremos y autodestruiremos nosotros mismos, si insistimos en tocar el Árbol de la Vida (Cfr. Enrique Cases. Jesús contra Satán. Ed. Stella Maris. Barcelona, 2015).
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