La ceremonia oficial de reanudación del culto en la Catedral de Notre Dame, celebrada el pasado sábado por la tarde, estuvo cargada de un simbolismo profundo, derivado de la tragedia del incendio cuyas causas aún permanecen desconocidas y de la gesta monumental de su reconstrucción en el plazo de cinco años establecido por el presidente Emmanuel Macron. Este acto no solo celebró la restauración de un icono arquitectónico y espiritual, sino que también reflejó las tensiones culturales y políticas que subyacen en la Francia contemporánea.
La ceremonia combinó elementos laicos y religiosos en una coreografía que destacó tanto la secularidad del Estado francés como su herencia cristiana. Originalmente, la parte laica, encabezada por Macron, iba a celebrarse en el exterior, mientras que el acto religioso, una solemne misa presidida por el arzobispo de París, Laurent Ulrich, tenía previsto celebrarse en el interior. Sin embargo, el mal tiempo obligó a trasladar la parte secular al interior de la catedral, un hecho que subrayó la imposibilidad de separar totalmente lo profano de lo sagrado en este espacio cargado de historia.
El simbolismo comenzó con una práctica ancestral: el arzobispo golpeó tres veces las grandes puertas cerradas del templo con su báculo, marcando su reapertura con la recitación cantada del Salmo 121: “A las montañas levanto mis ojos; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y la tierra”. Al día siguiente, 8 de diciembre, comenzaron las primeras misas en la catedral restaurada, con la expectativa de que, en el transcurso del año, al menos 15 millones de personas la visiten, reafirmando su lugar como uno de los centros más icónicos de la cristiandad y de la identidad cultural europea.
El valor simbólico de Notre Dame
Notre Dame no es solo una catedral. Es un símbolo de la raíz común cristiana de Europa, de la historia y cultura francesas, y de la pervivencia de lo espiritual frente a las adversidades. Desde su inicio en 1163, bajo el papado de Alejandro III y el impulso del arzobispo Maurice de Sully, la catedral ha sido testigo y protagonista de los grandes momentos de la historia de Francia. Durante la Revolución Francesa, fue cerrada al culto cristiano y transformada en un almacén. Su deterioro llegó a tal punto que solo la publicación de Nuestra Señora de París por Victor Hugo en 1831 despertó el interés por su restauración, llevada a cabo por los arquitectos Eugène Viollet-le-Duc y Jean-Baptiste Lassus en 1844. Ahora, dos siglos después, Notre Dame renace nuevamente con renovada belleza y significado.
Un acto político y la ausencia española
La reapertura de Notre Dame también ha sido un acto político de primera magnitud. Más de 40 jefes de Estado estuvieron presentes, entre ellos Donald Trump, ocupando un lugar destacado, y la primera dama de Estados Unidos, Jill Biden, quien representó al presidente Joe Biden. La magnitud del evento resaltó la triple dimensión de Notre Dame: religiosa, cultural y nacional. Para Francia, la catedral es un símbolo esencial de su identidad, evocando tanto su gloria pasada como su capacidad de resiliencia.
En este contexto, resulta incomprensible la ausencia total de representación española. Ni los Reyes Felipe y Letizia ni el Gobierno de España estuvieron presentes, pese a estar invitados. Esta ausencia, que careció de explicación oficial, puede interpretarse como un desaire a Francia y a la sensibilidad popular francesa, así como una indiferencia hacia un evento de trascendencia internacional. Además, abre la puerta a especulaciones sobre la creciente desvinculación de las instituciones españolas respecto a los símbolos cristianos y culturales de Europa.
Algunos analistas incluso sugieren que esta actitud responde a una sensibilidad propia de ciertas corrientes progresistas que rechazan toda proximidad a los símbolos religiosos cristianos. En cuanto al Gobierno, su ausencia tiene una lógica previsible, dada su conocida hostilidad hacia todo lo relacionado con el cristianismo, ya sea en su dimensión religiosa o cultural. Ernest Urtasun, ministro de Cultura designado para asistir al evento y miembro del partido de Yolanda Díaz, canceló su presencia en el último momento. Este gesto no sorprende, considerando su antagonismo militante hacia lo cristiano. Este comportamiento contrasta con la actitud de antiguos referentes políticos, como el PSUC, que mostraba una visión más abierta hacia el diálogo cultural.
Repercusiones para la Casa Real
La actitud de la Casa Real también merece una reflexión crítica. Su ausencia ha generado malestar entre los católicos españoles, quienes ven este gesto como un distanciamiento deliberado hacia los símbolos religiosos y culturales que Notre Dame representa. Este malestar se suma a la creciente atención sobre los gestos navideños de la Corona, como la presencia destacada o ausencia de un Belén en su felicitación oficial. Un nuevo distanciamiento podría traducirse en una pérdida de apoyo entre sectores clave de la sociedad española, debilitando una institución fundamental en un momento de crisis institucional y política.
En resumen, tanto la ausencia del Gobierno como la de la Casa Real en un evento de tal trascendencia evidencia una preocupante falta de sensibilidad hacia los valores culturales, religiosos y populares que Notre Dame encarna. Esta actitud no solo erosiona la imagen de las instituciones españolas, sino que también plantea serias dudas sobre su capacidad para conectar con una sociedad diversa y con un contexto internacional que exige mayor compromiso.